Los orígenes de San Salvador (II)

El desarrollo social, político, militar, económico y cultural de la villa de San Salvador, dentro del reino pipil de Cuzcatán, es uno de los terrenos del siglo XVI más trabajados por la arqueología histórica nacional e internacional.

descripción de la imagen

Fragmento del Lienzo de Quauhquechollan, cuyo contenido gráfico narra la conquista de los territorios indígenas del sur y centro de Guatemala. La parte correspondiente al señorío pipil de Cuzcatán se encuentra perdida. Imagen cortesía de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala).

/ Foto Por Carlos Cañas Dinarte

Por Carlos Cañas Dinarte

2016-01-02 4:33:00

En una de las actas contenidas en el primer “Libro del Cabildo de la ciudad de Santiago de Guatemala”,  aparece registrado el nombre del español Diego de Holguín como primer alcalde ordinario de la recién fundada villa de San Salvador. Su figura es casi tan legendaria como su biografía, de la que ya se ocuparon historiadores nacionales como Rodolfo Barón Castro o Sigfredo Cabrera Rajo. 

¿Dónde se ubicó esa primera villa sansalvadoreña dentro del territorio pipil de Cuzcatán? 

Es casi seguro que haya sido más un campamento de avanzada militar y no una villa con trazado y edificaciones, un sitio sujeto a constantes refriegas y batallas contra aquellos indígenas que buscaban expulsar a quienes habían invadido su territorio ancestral. Por 
eso, el lugar fue abandonado al poco tiempo y hubo necesidad de una nueva expedición militar tres años más tarde, en 1528, para que Jorge y Diego de Alvarado retomaran el control de la situación y reasentaran el poblado hispánico en donde en la actualidad se localiza el sitio arqueológico-histórico de Ciudad Vieja-La Bermuda.

La villa de San Salvador creció pronto a partir de su trazado irregular desde la Plaza Mayor o Plaza de Armas, en cuyas cercanías de edificaron la iglesia parroquial, el cabildo, ayuntamiento o alcaldía, la cárcel y las demás estructuras donde funcionaron desde una fragua para fundir metales hasta una taberna, establos, negocios varios y las casas de residencia de los conquistadores españoles y sus familias. Para guardar al poblado de los ataques pipiles y otras amenazas regionales, la seguridad se la proporcionaban varias garitas de control, una muralla culminada en un barranco y un río inexpugnable y las rondas periódicas de personal armado.

Fue a esa villa a la que llegaron las tropas indígenas auxiliares de los Alvarado, así como los primeros esclavos africanos traídos desde lugares tan remotos como el Congo, Mali, Costa de Marfil y otros más, a bordo de las naves de negreros portugueses y españoles. 

Ese fue un cruel negocio, que le legó a lo que hoy es El Salvador el tercer y olvidado color originario de su identidad cultural.

Aquellos esclavos sufrientes, los indígenas de los pueblos circundantes y los propios militares españoles de la conquista pronto vieron cómo en la pequeña iglesia parroquial de la localidad se iniciaban las misas y devociones a la Santísima Trinidad, a la Virgen de La Presentación (llamada “La conquistadora”), a la Virgen del Rosario y, con el paso del tiempo, a la figura del Salvador del Mundo, una de las figuras católicas de más amplia devoción durante esa centuria, con templos alzados desde Extremadura y Andalucía hasta Castilla, Aragón y Cataluña.

Desde hace casi 20 años, las investigaciones arqueológicas emprendidas en Ciudad Vieja han arrojado mucha información acerca de la vida cotidiana dentro de aquella primera villa en el territorio ahora salvadoreño. Sin embargo, la grave ausencia de documentación histórica de ese período hace que aún se desconozca mucho acerca de su funcionamiento político interno y de sus relaciones de poder y sumisión ante las autoridades de Guatemala y, en general, del imperio español de Carlos I de España y V de Alemania y de sus descendientes.

Es muy probable que un hallazgo reciente ayude a superar esa carencia. En noviembre de 2010, el etnohistoriador holandés Sebastián (Bas) van Doesburg comunicó que en la biblioteca de The Hispanic Society of America, en la ciudad de Nueva York, había localizado las partes 2 y 3 de los “Libros de actas del Cabildo de Santiago de Guatemala”. 

Es decir, los documentos que narran lo ocurrido en la zona de dominio de Pedro de Alvarado después de 1530. En la actualidad, la Academia de Geografía e Historia de Guatemala se encuentra en el proceso de editar e imprimir esos valiosos libros, gracias al trabajo realizado por el paleógrafo e historiador Edgar Chután, a la coordinación del historiador Jorge Luján Muñoz y la supervisión de los historiadores estadounidenses Wendy Kramer y Christopher Lutz.

Pero en esa reconstrucción de los orígenes de la actual capital salvadoreña tampoco pueden dejarse de lado las fuentes indígenas de la conquista. Por un lado, es fundamental contar con una lectura más profunda de las láminas contenidas en el Lienzo de Tlaxcala, por ahora conservado en una biblioteca de Glasgow (Escocia). Además, es fundamental conocer y reconocer todo el recorrido de las tropas españolas desde Tenochtitlán hacia el sur, narrado con lujo de detalles por el Lienzo de Quauhquechollan, cuyo original se conserva en el Museo del Alfeñique (Puebla, México), pero cuyo valor documental ha sido trabajado desde hace varios años gracias al apoyo económico de la Universidad Francisco Marroquín, de la ciudad de Guatemala. Al final de ese lienzo, en sus colores figura la ruta militar seguida hacia Cuzcatán y es la figura de un guerrero negro, con faldilla de hojas verdes y una lanza en sus manos, la que marca ese rumbo.