Los retos de un becario salvadoreño en Japón

La demanda académica en la Universidad de Nagoya a la que asiste es muy fuerte. Es el único extranjero en su clase, pero considera que está arriba del promedio en calificaciones

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Mantiene emotivos recuerdos de los miembros de la familia japonesa con la que vivió algunas semanas. Foto EDH / Cortesía

Por Susana Joma nacional@eldiariodehoy.com

2014-08-16 7:00:00

Con grandes ansias de profundizar en el conocimiento de la Química y en un futuro cercano desarrollar proyectos de beneficio para el país, el joven salvadoreño Gerardo Augusto Urbina Sánchez se abre camino desde hace dos años en las aulas de la Universidad de Nagoya, ubicada en la ciudad del mismo nombre, en Japón.

Gerardo, quien cosechó para El Salvador varias preseas en olimpiadas de Química desarrolladas a nivel regional e internacional, cursa ya el segundo año de la carrera de Química Pura, según nos comentó a través de un correo electrónico. También asegura que trabaja muy duro parar remontar las fuertes exigencias académicas de ese centro y sus propias metas.

“Necesito en total aproximadamente 140 créditos, y hay materias que equivalen a 1.0, 1.5 o 2.0 créditos. Podría decir que necesito tomar alrededor de 80 materias. El primer año completé 30, pero por la forma en que está organizada la carrera el primer año es el que más se pueden tomar. Así que no significa que pueda tomar 30 materias cada año para graduarme en menos de tres años. La carrera dura cuatro años”, precisó.

El joven exalumno del Programa Jóvenes Talento de la Universidad de El Salvador (UES) reconoce que estudiar Química es particularmente difícil, porque requiere pasar mucho tiempo en un laboratorio, a veces esperando por horas que ocurra una reacción, o haciendo varias cosas de forma simultánea sin descanso.

“Algo que hay que resaltar es que si lo comparamos con El Salvador, todas las carreras son posiblemente más pesadas en Japón porque acá uno inscribe entre 10 y 15 materias por semestre, y a veces se estudian en un semestre cosas que en El Salvador tomarían dos o tres ciclos”, relató.

Este destacado alumno, que ha vivido con su madre y hermanos en una de las populosas colonias al oriente de la capital, logró irse a estudiar a la Universidad de Nagoya gracias a una beca que obtuvo como resultado de su gran capacidad y esfuerzo académico.

Aprendió a leer a los tres años y medio, con el estímulo de sus hermanos. Estudió kínder en un pequeño colegio cercano a casa, en donde al ver su rápido progreso lo promovieron. Empezó la educación básica a los cinco años en el Complejo Educativo Fray Martín de Porres, y estudió noveno grado en la Escuela San Alfonso, de Mejicanos. De allí pasó al bachillerato al Liceo Salvadoreño de donde se graduó con honores en 2011.

Al consultarle sobre su desempeño actual dice: “Creo estar considerablemente arriba del promedio, aunque no creo ser el mejor. El hecho de que estudio en otro idioma, del cual no sabía nada hasta hace poco más de dos años, influye mucho. Aunque a medida que aprendo más japonés se vuelve más fácil. No he reprobado ninguna materia y espero nunca hacerlo”.

Es de la opinión que si bien la cantidad de conocimientos que se aprende depende de cada persona, cuando alguien está suficientemente motivado puede incluso aprender mucho por su cuenta, pero también la universidad juega un papel importante en motivar a los estudiantes. “Siento que mi universidad me motiva suficiente”, dijo.

El joven se despierta todos los días a las 8:00 de la mañana, y 45 minutos más tarde entra a su primera clase. Si tiene tiempo se prepara un desayuno, de lo contrario, compra algo en una de las tiendas de la universidad, la cual está a cuatro minutos, en bicicleta, de la Facultad de ciencias Naturales de la universidad.

“En las clases que se llevan a cabo en mi facultad tengo los mismos cincuenta compañeros todos los días. Soy el único extranjero en la clase, pero ya todos se han acostumbrado. En asignaturas de otras facultades (por ejemplo, este semestre llevo clases de Francés y de ética) la cantidad de estudiantes varía de entre 15 a 200 por salón”, narró.

Usualmente almuerza en alguna de las cafeterías del centro universitario donde un plato de alimentos puede costar entre 400 y 600 yenes, es decir 4 o 6 dólares. Al terminar la jornada de clases y dependiendo de su humor y la cantidad de tareas que tenga, sale rumbo a la biblioteca a estudiar, o a uno de los café de la universidad para hablar con algún conocido. Por la noche, dos días a la semana, trabaja un poco como profesor de inglés y español con una doble finalidad: obtener un poco más de ingresos que le permitan disponer de algún fondo para salir de vez en cuando y porque le gusta enseñar.

“Los fines de semana siempre salgo a comer con mis amigos o me voy en bicicleta a algún lugar interesante de la ciudad, a menos que tenga demasiadas tareas acumuladas para la próxima semana”, externó.

Lo que a Gerardo le cuesta más sobrellevar en su vida diaria como estudiante extranjero es cocinar, porque la comida y los hábitos son muy diferentes y cuando va al supermercado no sabe qué comprar. Sin embargo, trata de acostumbrarse a acompañar todo con arroz blanco y sopa de miso. Esta última es básica en la comida japonesa.

En la vida académica lo que se le ha hecho un poco difícil es llevar sus estudios en japonés. Aunque gracias al curso de un año que el gobierno de Japón le proporcionó ha aprendido lo suficiente, al no ser un hablante nativo le toma más tiempo leer y eso es desventaja en los exámenes.

No obstante, a la hora de estudiar tiene una ventaja sobre los demás, porque como sabe inglés y español le es más fácil investigar: tiene acceso a más contenidos de forma más rápida. Su dominio del inglés también le favorecerá para presentar su tesis. Aunque también se declara enamorado del idioma ruso.

De Japón aprecia mucho la seguridad porque puede salir en bicicleta a cualquier hora y a cualquier lugar sin temor de que le roben. Las tiendas están abiertas las 24 horas y las calles en buenas condiciones. Y qué decir de su universidad donde lo que más le emociona son los equipos.

“Los laboratorios de mi universidad son un privilegio. Aparatos que nunca he visto en ningún país de América Latina y lo mejor de todo es que en el último año de mi carrera en esos laboratorios tendré asignado un lugar para investigar por mi cuenta”, expuso.

Aunque en Japón valoran mucho pertenecer a clubes de arte o deporte, este salvadoreño señala que no pertenece a ninguno porque allá eso es muy serio y demanda mucho tiempo. Lo que sí hace es reunirse con algunos amigos a tocar instrumentos musicales, en su caso gusta de la guitarra.

Aprovecha para conocer otros aspectos de la cultura japonesa y visitar lugares representativos de esa nación, por ejemplo, ha escalado el Monte Fuji. En sus vacaciones de curso ha logrado siempre con muchos esfuerzos viajar a Corea. Conoce Alemania, porque fue a un curso de Matemática.