Cuando la cámara la enfoca, la mira con disimulo y luego sonríe. En clases, con la educadora especial María de los Ángeles Saravia, es silenciosa y diligente.
Primero deletrea su segundo nombre, el que comparte con su madre, con la guía de Saravia: “Eme’, ‘e’, ‘ele’, ‘a’, ‘ene’, ‘ye’; Me-la-ny”.
Luego mira con atención cómo su maestra toma un pedazo de papel crespón y con las palmas de las manos lo enrolla hasta darle la forma de un gusano. Minutos después, Ruth repite el ejercicio… Su abuela la observa sentada a unos tres metros de distancia.
Junto a ella, otras madres y abuelas ven cómo sus hijos y nietos atienden las instrucciones de Saravia.
Pese a ello, desde que nació, Ruth recibió educación especial en el ISRI y terapias. En palabras de Melany: “No interrumpimos sus estudios, hasta los 11 años, porque me dediqué a trabajar”.
Entonces, se volvió difícil para ella dejar que la abuela de Ruth tuviera la responsabilidad de llevarla a la escuela especial en Cojutepeque.
En casa Ruth es una joven extrovertida y se vale por sí misma. Se viste y, si tiene hambre y la comida está caliente, se la sirve.
Cuando es necesario, ayuda con las tareas domésticas y en su tiempo libre juega en la computadora o da vueltas con su bicicleta.
Durante los dos años que ha asistido a las sesiones de educación especial, ha sido elegida reina de “Los Angelitos”.
Para demostrarlo entra a una habitación y sale con un vestido en sus manos. Es un traje verde limón con el que se parece al hada Campanita.
Luego desaparece y regresa para mostrar un vestido rosado con el que parece ser una princesa. Ambos vestidos los confeccionó su madre.
“Dulces, carrozas, mucha gente”, es la descripción que hace de los desfiles en los que ha participado. Ruth, la reina de Los Angelitos sonríe y hace feliz a su madre.