Santos de nuestros días

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La muerte de Fernando Vladimir, de cuatro años, a manos de su padrastro, la noche del 22 de marzo pasado, en Panchimalco, despertó el repudio de la población.

Por eduardo torres Director Editorial Desde Madrid.

2014-09-27 8:00:00

La “Ciudad Deportiva” de Valdebebas, tal como desde ayer mostraron las fotografías y videos en elsalvador.com como en muchísimos otros medios de comunicación alrededor del mundo, estuvo a reventar.

Desde temprano de la mañana, de forma muy ordenada, hubo un enorme desplazamiento de miles y miles de personas para asistir a la Beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo. Cientos de autobuses movilizaron peregrinos desde diferentes sectores de la ciudad según la región del mundo desde donde llegaron. Nadie quiso hacer proyecciones de cuánta gente asistiría pues, si bien se pidió que se registraran con antelación, la entrada era abierta y se sabía que de toda España –y ya no digamos de Madrid– habría mucha gente sumándose a última hora.

Tremendo ha sido el ambientazo existente.

Me alegró haber visto en el listado de “autoridades internacionales presentes en la Beatificación” los nombres de los ministros salvadoreños de Relaciones Exteriores, Hugo Martínez, y de Hacienda, Carlos Cáceres. Creo importante que dos ministros de un gobierno puro del FMLN asistan a este tipo de acontecimientos, que, para decirlo de manera simple, constituyen “un adelanto del cielo”, como alguien alguna vez lo puso. Hace unos meses fue una buena señal que el presidente Salvador Sánchez Cerén, entonces mandatario electo, se reuniera con el Papa Francisco y asistiera a la Canonización de San Juan XXIII y San Juan Pablo II.

En referencia a San Juan Pablo II, Mikhail Gorbachev le dijo una vez al Papa polaco, viendo desde una planta superior del Palacio Vaticano la Plaza de San Pedro totalmente abarrotada, poco tiempo después de la desintegración de la Unión Soviética: “Esto fue lo que nunca entendimos nosotros…”, en referencia, por supuesto, al sistema que pregonaron.

Es la primera vez que asisto a una canonización o beatificación fuera de Roma, pero seguí muy de cerca la llegada del Papa Benedicto a Gran Bretaña –en septiembre de 2010– para beatificar al Cardenal Newman. El Papa Benedicto fue recibido por el Primer Ministro y sus antecesores inmediatos.

La máxima importancia tiene la Santa Sede.

Si bien es verdad que Monseñor Álvaro del Portillo partió hacia Roma a mitad del siglo pasado, ya que San Josemaría Escrivá sentía que tenían que dar ese paso para servir a la Iglesia Universal y extender así su labor, el nuevo Beato nació y vivió en Madrid. El inicio de la “Obra de Dios” se dio, no en la cosmopolita Madrid de estos días, sino en los barrios pobres de Madrid de los Años Treinta y Cuarenta, con la pobreza y la exacerbada división que reinaba en España. Y con dos terribles guerras mundiales en la primera mitad del siglo anterior. Visitando enfermos y heridos, en la más abyecta pobreza, así iniciaron su labor estos dos sacerdotes Santos que la Iglesia ha elevado ya a los altares.

Me llamó mucho la atención en la ceremonia de Beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo observar a un grupo de sacerdotes de avanzada edad, compenetrados de una forma tal en el acto que de inmediato pensé: sin duda interactuaron con el nuevo beato, le querían y le seguían. Santos de nuestros días, pensé: ese es el ejemplo que requiere el mundo, que requerimos los seres humanos. Me alegra haber visto a tanto joven, de todas las edades, razas, condición social, pero muchos jóvenes. De las diversas artes del mundo. Ellos son los llamados a cambiar para bien esta sociedad en que vivimos.

No me cabe duda alguna de que mucho bien continuará saliendo de días como los recién vividos en Madrid, ya que sin duda alguna fue otro “adelanto del cielo” que la Iglesia nos da al mostrarnos las virtudes de hombres santos, que desde la eternidad le continúan haciendo el bien a cada uno de nosotros si buscamos su intercesión y, por ello, a la humanidad.