La consagrada obra de El Greco

Toledo, España, hospedó al artista griego e inspiró su obra religiosa y monumental. Su tesoro está en los museos más prestigiosos del mundo.

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Por Tomás Guevara Corresponsal en Washington tendencias@elsalvador.com

2013-12-25 8:00:00

Entre mantos de relucientes colores y destellos de luz, los personajes de El Greco transcienden el drama y adquieren dotes sacramentales en los cuadros de motivos religiosos encomendadas al pintor para los altares de iglesias y capillas de la ciudad de Toledo, y de otras regiones de España, a donde llegó para quedarse.

El célebre pintor de origen griego, cuyo nombre, Doménikos Theotokópoulos, es de muy difícil pronunciación para hablantes del castellano, pasó a ser conocido a secas como El Greco (el griego).

Nació en el archipiélago del Mediterráneo el 1 de octubre de 1541 y luego de su formación como pintor, en su poblado, se pasó el mar para tocar tierra continental en Italia, donde se nutrió de las corrientes pictóricas imperantes de la Europa renacentista.

Con 36 años a cuestas llegó a Toledo y quedó cautivado con la amurallada ciudad de estilo medieval, urbe con callejones y confusos pasadizos, estrechas plazas y la imponente catedral gótica que ofrecen al visitante de hoy en día un viaje en el tiempo. Y no se diga al ver los puentes construidos en la época para entrar a la ciudad circundada por el río Tajo, el que constituía la primera línea de defensa en aquellos tiempos de invasiones del medioevo.

Allí cultivó El Greco hasta su muerte, el 7 de abril de 1614, su vasta obra de estilo religioso; los acantilados que rodean la ciudad y sus estructuras pasaron a ser telones de fondo en algunos cuadros que hoy en día conservan los museos de arte más prestigiosos de Europa y de Estados Unidos.

Toledo también posee el museo erigido en la casa que habitó el artista y donde figuró su taller.

En el sitio se deja ver las influencias que tuvo el pintor en sus ayudantes y el renombre que tomó la casa para los encargos de iglesias y monasterios en distintos pueblos y ciudades de la Península Ibérica que fungía como núcleo de la contra Reforma religiosa iniciada por Martín Lutero (1483 – 1546).

Los historiadores de arte han dado un lugar primordial a este artista, catalogado como uno de los exponentes del final del Renacimiento, pero que imprimió un estilo muy personal y de ruptura con los cánones de la época para la composición de las pinturas en especial las religiosas.

En “La adoración de los pastores”, un espléndido cuadro de 319 x 180 centímetros concebido por el artista para decorar su propia tumba, pintado al parecer poco antes de su muerte, y el que es parte de la exhibición permanente del Museo de Prado en Madrid -en las salas dedicadas al artista- deja ver la elocuencia de El Greco y la perfeccionada técnica del manierismo llevada a un extremo propio.

Este cuadro, alegórico a la Navidad, donde se ven los pastores en primer plano rodeando al Niño Jesús en brazos de la Virgen, muestra a unos personajes de cuerpos alargados y cabezas pequeñas en desproporción con el tamaño de las figuras.

Esta composición icónica en la fe cristiana y que pintaron otros artistas anteriores y, posteriores a él, deja ver el estilo inconfundible de este gran artista.

Otro detalle propio de las obras de El Greco es el dramatismo que impone en las manos, cuales ramas alargadas y dotadas de resplandecientes colores, una constante en toda su obra pictórica en suelo español; al igual que las gesticulaciones de los personajes en las piezas, como si de escenas teatrales se tratara.

A diferencia de los manieristas italianos que estilizaron las figuras masculinas con curvas afeminadas, pero sin alterar la naturalidad y pureza en las facciones de los personajes de los evangelios y sin trastocar el color fuera de lo natural, este pintor se escabulló por sus propias interpretaciones y apostó también por cuadros de gran formato, méritos que le valen abundantes estudios sobre su obra alrededor del mundo.

La ciudad y los cuadros

Pero la gótica catedral de Toledo, construida entre 1226 y 1443; además de las iglesias de Santo Tomé y el monasterio Antiguo de Santo Domingo, también posee lo suyo en cuanto a las obras del pintor. En especial el máximo templo toledano que guarda celosamente una de las piezas emblemáticas del artista “El expolio”, cuadro encargado para la capilla principal de la catedral, poco después de llegado el pintor a España.

Según los historiadores debió ser comisionada la obra a mediados de 1577 y la pieza pudo llegar al altar en 1579, por un pago de no más de 350 ducados (monedas de oro de 3.5 gramos), renegociados entre el cabildo y el artista luego de arduas discusiones por la conceptualización y puesta en escena de los personajes alrededor de Cristo.

“El expolio”, recién restaurado en Madrid y en exhibición temporal en el Prado hasta enero próximo, es una de las obras que conmueven a los miles de visitantes que llegan a la majestuosa catedral cada año, para la que hay todo un sistema organizado de visitas pagadas aparte de los oficios religiosos.

Uno de los primeros libros ilustrados que recopiló buena parte de la obra del artista dispersa en Europa y Estados Unidos fue el historiador Manuel Cossio, El Greco, publicado en 1908, con un índice que marca la cronología del pintor y los cambios que fue experimentando su obra en su estancia en España.

Especial atención mereció para este y otros historiadores el cuadro emblemático de la catedral toledana. Donde el pintor recreó a un Jesús humanizado y puesto en manos de sus verdugos como una víctima inocente condenada a la muerte.

El artista rodeó a Cristo, ataviado con vestidura de un rojo intenso e iluminado con una luz cenital, algo que más tarde destacaría la pintura barroca, y puesto en medio de un grupo de personajes cada uno con su propia expresión de dureza, a un extremo las tres Marías de una historia apócrifa a los Evangelios, lo que generó la controversia con los que pagarían la pieza; a los pies los hombres que preparan las cruz para el martirio.

“La unidad de composición es tan perfecta que todo el interés lo absorbe la figura de Cristo. El maestro supo crear este efecto, estableciendo una composición en círculo alrededor de Jesús”, escribió Cossio sobre el cuadro. Fuera de la luz que cae sobre el personaje principal todo pasa a un segundo plano sin dejar de llamar la atención del espectador ante la riqueza de los detalles y la perfección de las formas y colores.

Más allá de la catedral, entre pasadizos estrechos, los visitantes pueden conocer la Iglesia de Santo Tomé, luego de ubicarla en un laberinto de calles que hasta con mapa en mano es difícil de encontrar. Allí está la Iglesia que posee otro de los cuadros insignes del pintor: “El entierro del conde de Orgaz”, pieza que los historiadores de arte ven como el primer retrato colectivo español.

Esta obra empotrado en una de las naves de la iglesia, pintado como homenaje a un noble toledano de 1323, muestra la capacidad del Greco para poner en escena a los personajes en diálogos y en jerarquías. Incluso el mismo artista se auto retrató entre los pobladores que observan en la primera fila, justo atrás de las figuras eclesiásticas que depositan en el sepulcro el cuerpo del noble.

Así el nombre y fama de El Greco están relacionados con cada parte de Toledo, pues el pintor aparece en los rincones menos esperados de la ciudad que lo albergó y donde dejó un patrimonio artístico, religioso y cultural para deleitar y educar a las futuras generaciones.