La Luna Roja de una Noche de Estrellas

La luna roja de una noche estrellada iluminaba el predio de la feria, el circo y las calles desiertas. Mientras tanto, Sirius -el enamorado perro malabar- decía extasiado a Casio, astro de su noche de amor: “Siento el latir de tu pecho, diosa de los puñales y lumbrera de la arena. Si mañana habremos de morir, amémonos hasta el amanecer. Unas horas de amor valen el precio de toda una vida sin amar. Hoy como ayer nuestra felicidad volverá a herir las manos blancas y lejanas del destino. Mañana vendrá otro sol y todos olvidarán la mascarada del carne-vale. Los tres días de felicidad pagana que los infieles roben a la eternidad, iniciarán justamente el miércoles de las pavesas. Día litúrgico de las cenizas de todo lo pasado, vivido y por vivir.” Casio, la bella infiel, volvió a guardar la llave del carro de leones. Los mismos que esa noche dormían dentro del carromato. Junto a ellos, Damus -el hombre de los sables- roncaba como otra fiera -mansa y sola- de los predios circenses. Mientras tanto, Casiopea volvía a encontrar la felicidad prohibida de la entrega carnal de su piel -pálida y tersa como el alabastro. Después la joven volvería a herir su mano con la espina de una rosa negra para fingir el carmín de la perdida inocencia. (XVI) de: “La Máscara que Reía.” ©