Síndrome de Hikikomori, encerrados entre cuatro paredes por su propia voluntad

Confinarse en casa sin tener contacto con el mundo exterior, por meses o años, es lo que caracteriza a las personas con el síndrome de Hikikomori, también llamado síndrome de la puerta cerrada. Este afecta en su mayoría a adolescentes.

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Foto Shutterstock

Por Osmín Monge

2019-02-14 5:43:13

Si tu hijo adolescente permanece largas horas encerrado en su dormitorio, rodeado de videoconsolas, viendo Internet o televisión, ha descuidado su higiene personal y bajó considerablemente en su rendimiento escolar es posible que en un futuro enfrente el síndrome de Hikikomori.

Este término fue acuñado por el psiquiatra japonés Tamaki Saito en 2000, y significa apartarse y estar recluido.

“Es una forma voluntaria de apartamiento social, originado por factores personales y sociales. Suele afectar sobretodo a adolescentes introvertidos, con mayor incidencia en varones; con pocos amigos y con una percepción del mundo exterior como algo violento que les agrede constantemente y con malas relaciones en el seno de la familia”, explicó la psicóloga Anabel Aguilar.

Según la especialista, la vida de quienes presentan este síndrome se desarrolla en una habitación de la que no salen, refugiándose un mundo virtual y tecnológico.

“El proceso de aislamiento es paulatino. Comienzan encerrándose un par de horas, luego aumentan su reclusión por más tiempo -pueden ser meses o años- hasta que se niegan salir de la habitación. Suelen estar atrapados por Internet, dejan de salir o comunicarse con sus amigos y empiezan a descuidar sus estudios, si es que aún asisten al colegio”, refirió Aguilar.

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Asimismo, subrayó que quienes presentan este problema hacen todo sin salir de casa, alterando incluso su rutina diaria. Por lo general duermen durante el día, comen a deshora y se pasan la noche jugando o viendo la televisión.

También descuidan su higiene personal y no se comunican ni con sus familiares.

“Algunos amedrentan a sus padres y tienen comportamientos agresivos; otros se ven presos de la tristeza, la obsesión, la ansiedad y la depresión, desencadenados por el encierro, pudiendo llegar al suicidio, en algunos casos”, advirtió Aguilar.

Hasta hace algunos años este fenómeno solo era asociado a la cultura exigente, competitiva e individualista de Japón, sin embargo, hoy es considerado como una pandemia que llegó al resto del mundo, si bien con características diferentes según cada sociedad.

En otros países este síndrome es conocido como el “de la puerta cerrada”. De acuerdo con el sitio Psicología y Mente, el motivo para no salir de casa obedece al deseo de estar solos, y a un sentimiento de apatía hacia el mundo exterior unido al temor a salir de su entorno de protección, su pequeña burbuja de seguridad. La reclusión puede provocar importantes efectos sobre la salud, tanto física como mental.

Dicha web señala que a nivel físico el cuerpo padece los efectos de no hacer ningún tipo de ejercicio ni llevar una dieta equilibrada. Quienes padecen este síndrome pueden presentar anemias, fragilidad en las articulaciones y llagas por permanecer demasiado tiempo sentados o acostados sin moverse.

“A nivel psicológico, la ausencia de contacto puede hacer perder al joven casi por completo sus habilidades sociales para relacionarse con sus pares, a la vez que experimentan sentimientos constantes de inseguridad y culpabilidad, lo cual refuerza su conducta de permanecer encerrados”, profundiza el sitio.

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Las causas posibles que pueden desencadenar este trastorno no están del todo claras. Algunos creen que es la tecnología y el mundo virtual los que llevan a los jóvenes a perder el contacto con la realidad.

Otros le echan la culpa a problemas socioeconómicos y a factores familiares, como la excesiva presión de los padres para que su hijo triunfe en la vida y la poca comunicación en el seno del hogar.

En la actualidad no existe un tratamiento estándar para paliar esta problemática. En Japón, país donde se originó este trastorno social, se busca que los afectados salgan de su encierro por sus propios medios y de forma progresiva, sin presionarlos y tratando de hacerlos entrar en razón. Por el contrario, en los países occidentales, los expertos recomiendan una postura más firme para atacar el problema de raíz, obligando al joven a salir de su habitación y sometiéndolo a procedimientos psicológicos.