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El país de los históricos silencios

Los que sí leemos, los que conocemos la triste historia de este país, sabemos que se necesita un profundo cambio social, comenzando por la educación, la actitud generalizada de la población urbana hacia la rural y ese clasismo enfermizo que viene de los tiempos de la colonia. Pero...eso implica enfrentar realidades y El Salvador prefiere vivir en mil burbujitas cómodas que hacerlo.

Por Carmen Marón | May 04, 2022- 23:33

Mi país, he descubierto, está empecinado en ser el país de los históricos silencios. Es un país   que se niega a enfrentar su historia. Es un país cómodo, que vive del estatus quo, o de los mil y un pleitos. Mi país nunca habla de su historia, ni deja a otros hablar de ella

Allá por 1994, se me entregó un libro de Historia de El Salvador, una nueva materia obligatoria. Yo estaba dando clases en un centro educativo privado, religioso (no católico), cuyos alumnos, si bien no millonarios, tenían sus posibilidades. Básicamente, la orden fue  que enseñara a los alumnos de noveno grado el librito nuevo.

Cuando llegué a mi casa, como hija de un padre amante de la historia, lo abrí a la parte del índice y me remití a las últimas páginas, donde se hablaba de la guerra, recién terminada. Estamos hablando que vivíamos los años de la Comisión de la Verdad, de la ONUSAL (si saben qué es). Uno hubiera esperado que se dijera algo acerca de las violaciones de los derechos humanos durante los 70, de las masacres, de los desaparecidos. No decía NADA. O sea, si decía que la izquierda era la mala y la derecha la buena. Más tarde me enteré de que había otro libro, publicado por otro editorial, donde la izquierda era la buena y la derecha la mala. Juzgue usted cómo se comenzó el proceso de pacificación de un país.

Cuando intenté enseñarles a los jóvenes nuestra historia  “de atrás para adelante” (¿cuántas veces estudió usted los pipiles, lencas, chibchas etc. en su vida ?), es decir, comenzando por la realidad nacional, me llamaron la atención: me dijeron que no fuera subversiva y que me concentrara en la cultura del país...los lencas y los pipiles. Era mi primer trabajo y, obvio, uno de joven es dócil y se lo voltean. Pero mis alumnos hacían preguntas y yo sentía que era mi responsabilidad contestarlas. Me quitaron la materia al siguiente año.

Diez años después de la pasadita del libro, me despidieron por pasar en clase una película de Romero, en otro colegio privado. El contexto: estudio de las dictaduras después de leer “Granja de Animales” de George Orwell en la materia de Literatura Inglesa. Entre las películas sugeridas por el programa de estudios,  estaba Romero. Nunca me lo dijeron tal cual, ¡pero me despidieron por que unos alumnos que ya se habían graduado se habían hecho amigos míos en Facebook! La institución no lo prohibía y otros maestros tenían alumnos que aún estudiaban allí. Un poco obvio (y cobarde). Más ridículo aún, la película era parte de la videoteca del colegio.

Eso fue en el 2009. Para el 2012, cuando comencé a dar clases a nivel universitario, encontré que la guerra no aparecía. Simplemente, no aparecía. ¿Qué era El Mozote? ¿O sea que el FMLN había sido guerrilla? ¿Quién era Duarte? ¿Habían matado a Jesuitas? Era impresionante el nivel de desconocimiento por parte de mis alumnos. Traté de graduar a unas cuatro generaciones de profesionales con un poco de conocimiento de su historia y, sí, de repente mis credenciales ya no eran apropiadas para esa clase.

Al final, yo soy maestra literatura e historia y sé lo siguiente: un autor puede escribir un libro, perder el manuscrito, para que alguien lo encuentre cien años después y se puede enseñar sin problema. Pero si a una generación no se le enseña la historia tal cual es, la historia se pierde, o se deforma. Y eso es lo que ha ocurrido en El Salvador. Y no son los últimos treinta años, es una negativa de décadas de pasar más allá de los lencas, pipiles y chibchas porque, como que duele un poquito enfrentar la realidad. Pero es justo esa realidad ignorada la que crea desconcierto, enojo, resentimiento, deseos de venganza, distanciamientos familiares y al fin, se manifiesta en una sociedad violenta. Porque dónde no hay verdad, hay injusticia, y dónde hay injusticia, habrá violencia. Así de sencillo.

Los que sí leemos, los que conocemos la triste historia de este país, sabemos que se necesita un profundo cambio social, comenzando por la educación, la actitud generalizada de la población urbana hacia la rural y ese clasismo enfermizo que viene de los tiempos de la colonia. Pero...eso implica enfrentar realidades y El Salvador prefiere vivir en mil burbujitas cómodas que hacerlo.

Y mientras así sea. Mientras no admitamos que todos la hemos fallado, siempre habrá malos y buenos.  Y seguiremos siendo el país de los históricos silencios.

Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.

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