La virtud de un diplomático

En América Latina hemos tenido figuras egregias, pero también hemos visto con demasiada frecuencia, sobre todo en los últimos tiempos, políticos vulgares y engreídos, sin talento y sin estatura internacional. Don Javier fue la antítesis de estos personajes. Llegó al cargo sin pretensiones. El mismo reconoció que lo habían elegido después de semanas de vetos a otros candidatos en el Consejo de Seguridad. Sin pretensiones llegó y sin pretensiones ejerció su cargo.

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Foto de referencia/Pixabay

Por Salvador Samayoa

2020-03-06 4:38:46

Murió don Javier Pérez de Cuéllar. En lo personal no lamento su muerte, más bien celebro su vida. Enalteció la diplomacia, la política y las relaciones internacionales. Dejó un legado de paz en Asia, África, Oriente Medio y América Central. Fue el artífice de una paz firme y duradera en nuestro país. Por esa paz y por las libertades democráticas que la sustentaron, El Salvador ha sido un mejor país en casi todos los aspectos, aunque ahora algunos quieran despreciarla por ignorancia, pequeñez o mala fe.
A don Javier no hay que llorarlo; hay que honrarlo aportando al manejo de nuestros conflictos políticos algunas de las virtudes que él exhibió. Como Secretario General de Naciones Unidas mostró siempre una comprensión lúcida de los intereses legítimos de las partes en conflicto. Forjó las soluciones a base de reconocer e incluir a todos los actores necesarios. En su método destacó siempre la paciencia y la perseverancia, en contraposición a los arrebatos, exabruptos e improvisaciones.
No buscó nunca el protagonismo mediático, a pesar de su investidura y de la importancia mundial de los asuntos que trataba. Su personalidad madura y su carácter reservado lo llevaron a lograr la eficacia desde la amabilidad, el respeto, la prudencia y la reserva.
Se rodeó de gente brillante y con personalidad fuerte. No quiso tener subalternos sumisos y pusilánimes, mucho menos aduladores, sino colaboradores que expresaran con vigor su pensamiento. A dos de estos colaboradores, artífices de los grandes éxitos diplomáticos del Secretario General, los conocimos de cerca: a don Alvaro de Soto, su brazo derecho y a Sir Marrack Goulding de grata recordación.
En América Latina hemos tenido figuras egregias, pero también hemos visto con demasiada frecuencia, sobre todo en los últimos tiempos, políticos vulgares y engreídos, sin talento y sin estatura internacional. Don Javier fue la antítesis de estos personajes. Llegó al cargo sin pretensiones. El mismo reconoció que lo habían elegido después de semanas de vetos a otros candidatos en el Consejo de Seguridad. Sin pretensiones llegó y sin pretensiones ejerció su cargo. Ayudó a terminar la guerra de 10 años entre Irán e Irak, supervisó el retiro de tropas de la URSS de Afganistán y el retiro de tropas cubanas de Angola, Tuteló la independencia de Namibia y forjó la paz en El Salvador, para solo citar algunos de los logros que lo elevaron al pedestal de los grandes estadistas de nuestro tiempo.
Ya habiendo dejado el cargo en Naciones Unidas compitió por la presidencia de su país en 1995, en contra de Alberto Fujimori. Los pueblos, que no siempre son sabios como se dice, a veces cometen errores difíciles de explicar. En su caso, los peruanos eligieron a un dictadorzuelo caprichoso, represivo, cruel, corrupto y vengativo en vez de elegir al hombre noble y culto que había jugado en las grandes ligas de la política internacional.
Nadie es profeta en su tierra, pero en otras latitudes del planeta sin duda recordaremos siempre a Pérez de Cuéllar con admiración y gratitud.