A todos nos conviene una Asamblea independiente y diversa

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Por Joaquín Samayoa

2021-02-14 6:12:00

Cada vez hay más personas en todo el mundo cuya visión de la realidad se limita a lo que ven, leen o escuchan en las redes sociales. Esto sería, de por sí, muy problemático por cuanto reduce la capacidad de esas personas para conocer, comprender y adaptarse o transformar la realidad. Pero el problema es mucho más grave si tomamos en consideración que también son cada vez más insidiosos los contenidos que circulan en las redes como único alimento del intelecto, las actitudes y los valores de grandes masas humanas.
¿Quién produce tanta falsedad? Difícil saberlo a ciencia cierta, pero al analizar los contenidos queda claro que, en la mayoría de los casos, son grupos o personas con propósitos turbios; podemos concluir que la falsedad se produce con intención de engaño y manipulación de la conciencia.
En la comunicación de masas, la forma más antigua de conseguir adhesiones y lealtades fue la publicidad comercial. En este ámbito, por lo general el engaño se limita a exagerar el valor o las bondades de un producto o servicio, al tiempo que se ocultan sus aspectos negativos o indeseables.  La práctica es tan normal que los mismos publicistas son apenas conscientes de su parte de culpa en el engaño masivo; hasta se otorgan premios a los más creativos en estas artes
Un problema ético mucho más grave surge cuando la publicidad comercial abre paso a la propaganda política e ideológica y ve incrementado exponencialmente su alcance e impacto en virtud de las más avanzadas tecnologías de información, accesibles a todo el mundo, con muy pocos límites y regulaciones.
En este ámbito, los políticos inescrupulosos juegan con las necesidades y aspiraciones más básicas de la población, generando una profunda frustración que se va acumulando en los sectores más marginados de las sociedades hasta convertirse en un caldo de cultivo para experimentos políticos verdaderamente nefastos, lo cual se ha comprobado una y otra vez a lo largo de la historia, pero más recientemente en la Venezuela de Hugo Chávez y Maduro, en la Nicaragua de la familia Ortega, en los Estados Unidos de Donald Trump y en El Salvador que acogió como ídolo a Nayib Bukele.
En el terreno de las disputas políticas, la propaganda agresiva e insidiosa encuentra terreno fértil en las mentes de quienes no tienen voluntad ni capacidad para examinar críticamente la información y descubrir las falsedades en lo que aceptan como verdadero. Estas personas rechazan a priori todo lo que contradiga sus prejuicios y, en cambio, se tragan con gusto el atol que les dan sus falsos redentores.
Son los mismos que hace unos años apoyaron también ciegamente a los partidos que durante tres décadas dominaron la política nacional. Uno pensaría que aprendieron su lección, pero, lejos de ello, no se les ocurre cosa mejor que trasladarle ese mismo apoyo ciego e incondicional a otro político que está cometiendo los mismos errores, y otros mucho más graves, que cometieron los partidos a los que ahora repudian.
En todo lugar y en todo momento de la historia, el poder tiende a ser expansivo y abusivo. La principal virtud de la democracia es la creación y consolidación de un arreglo que protege a las sociedades de los peores extremos a los que se puede llegar cuando el poder es absoluto, cuando el poder no se siente obligado a rendir cuentas de sus acciones, cuando el poder llega a sentirse tan cómodo que ya no respeta las leyes ni los derechos de nadie.
En menos de dos años de gestión, el presidente Bukele ha dado abundantes y contundentes muestras de su empeño en sacudirse cualquier control, silenciar cualquier crítica, eliminar o someter a sus opositores y suprimir con cualquier pretexto las libertades ciudadanas. Ya logró, con pasmosa facilidad y rapidez, desvirtuar la misión de la Fuerza Armada y la PNC.  Ya tiene bien encaminado su plan para reformar la Constitución y facilitar su continuidad en la presidencia.
El único obstáculo que queda a su desenfrenada carrera por el poder dictatorial es la diversidad e independencia de la Asamblea Legislativa y del órgano judicial.  Esto es lo que está en juego en las próximas elecciones. Si por apatía o por resentimientos, o por intereses mezquinos, los ciudadanos le otorgamos a Bukele la mayoría en la Asamblea Legislativa, será nuestra culpa que este país, cuya tutela nos han encomendado nuestros hijos y nuestros nietos, termine irremediablemente en el fondo de un oscuro abismo.
No importa si a usted, estimado lector, le simpatiza Bukele o simplemente odia a ARENA o al FMLN. Si al emitir su voto piensa en las oportunidades de superación que quiere para sus hijos y sus nietos, si piensa en la seguridad y en la salud de sus padres y abuelos, entenderá que a nadie le conviene que el presidente continúe sumiendo al país en la bancarrota económica, que a nadie le conviene que pueda suprimir antojadizamente derechos y libertades, que a nadie le conviene la militarización de la sociedad, ni la inseguridad jurídica que tanto ahuyenta las inversiones y el empleo. A nadie le conviene que el gobierno malgaste el dinero de las pensiones o genere aún más pobreza revirtiendo la dolarización. A nadie le conviene una Asamblea cobarde y sumisa, que por complacer a su líder anule la independencia judicial y vuelva irrelevantes a la Corte de Cuentas y a la Fiscalía General.
Vaya usted y haga que otros también acudan a la cita histórica del 28F en los centros de votación. No hay excusa para faltar. En los partidos de oposición hay candidatos jóvenes muy preparados, honestos e idealistas. Contribuyamos todos a formar una Asamblea Legislativa independiente y diversa. Es la única oportunidad que tendremos para evitar que nos sometan a una dictadura.