El sonido y la furia

descripción de la imagen
Manuel Hinds / Foto Por Archivo

Por Manuel Hinds

2021-01-11 5:18:46

¿Qué es lo que nos estamos jugando en las elecciones? Hay mucha gente que cree que sólo la identidad de unos diputados, el control de la Asamblea por unos u otros políticos, todos más o menos iguales, y que por eso no vale la pena ir a votar. Pero esto no es así. Es algo mucho, mucho más fundamental. Estamos en una disyuntiva entre el desarrollo institucional, que nos llevaría a un desarrollo ordenado, y el reino arbitrario de la voluntad autoritaria de una persona que nos llevaría al caos.

No hay la mínima duda de que hubo muchos problemas en los gobiernos anteriores, pero desde los Acuerdos de Paz hubo siempre un consenso sobre las reglas que hay que seguir para gobernar democráticamente el país, y un desarrollo razonable de las instituciones necesarias para hacerlo. El establecimiento de esas reglas fue el resultado de dichos Acuerdos.
Los Acuerdos de Paz se centraron en resolver dos problemas que obstaculizaron el progreso del país desde que nos independizamos: la manera en la que dirimíamos nuestras diferencias (sobre la base del poder de las armas) y la manera de tomar decisiones de gobierno (lo que diga el jefe, sin discusiones, sin dudas, sin procedimientos).

Estos problemas crearon una historia del país que no tiene una historia que contar, sino sólo una caótica crónica de miles de decisiones tomadas por caudillos arbitrarios de los que ya nadie se acuerda, decisiones que no tuvieron ningún significado excepto compensar por sus vacíos personales internos.

En los doscientos años desde nuestra Independencia los países ahora desarrollados comprendieron que estos gobiernos son obstáculos para el progreso, y crearon estructuras democráticas que repartieron el poder entre diferentes instituciones que, en su interacción, se apoyan y se controlan entre sí para no caer en las decisiones arbitrarias de los regímenes autoritarios. Mientras ellos hacían esto, nosotros seguimos hundidos en las arbitrariedades de caciques de este tipo, que nos mantuvieron en el subdesarrollo por su falta de políticas públicas y de instituciones para aplicarlas, y por los pleitos interminables que tenían entre ellos para definir quién era el cacique que iba a imponer sus arbitrariedades a todos los demás. En el proceso, muy poco quedó para el pueblo.

Los años desde la firma de los Acuerdos de Paz contemplaron el esfuerzo más serio para construir la base institucional de una democracia sostenible, que pudiera dar un marco estructural para tomar decisiones democráticamente, no a balazos, y para dar un apoyo ordenado para las políticas públicas. Crear este marco es difícil, y hubo retrocesos, pero la estructura democrática que tenemos ahora es mucho más completa y sólida que la que tuvimos en cualquier período anterior en nuestra historia.

Pero ahora, como consecuencia de culpar a las instituciones problemas y delitos de personas, el pueblo escogió a un presidente que quiere volver al estado salvaje en el que estábamos al momento de la independencia, a imponer un caudillo que más que un presidente busca ser un rey absolutista. El primer año y medio de su reino ha dado la medida de lo que él busca. Con el pretexto del COVID, se ha tragado más de tres mil millones de dólares por sobre lo que era el presupuesto original de 2020, sin nada que enseñar, ni siquiera una buena campaña contra el COVID que hubiera costado una pequeñísima fracción de esto. Al contrario, el dinero desaparece, no dejando rastro alguno en las cuentas fiscales, pero sí descaro en la negación de darlas, y cero obras, cero inversiones en capital físico y humano. Política, económica y socialmente, es el reino del caos, como lo fue en el siglo XIX: un gobernante lleno de ruidos y furias que no tienen ninguna consecuencia excepto generar narrativas de vanidades y excesos que sólo tienen sentido para él y ninguno para el pueblo.

El efecto de estos caudillos en la vida del país lo podemos describir con unas palabras que Shakespeare puso en la boca de Macbeth:

 

La vida no es más que una sombra ambulante, pobre actriz,

que hace mucho ruido en su hora en escena,

pero de quien después, jamás se escucha nada. Es un cuento

lleno de sonido y furia, dicho por un idiota,

carente de sentido.

 

Esto es lo que hemos tenido por una gran parte de nuestra historia. Por aceptar participar en esta historia contada por un idiota, llena de sonido y furia, sin ningún sentido, es que hemos tenido un caudillo detrás de otro, hemos perdido control sobre nuestro destino y como consecuencia nos hemos mantenido subdesarrollados. Fue de este camino perverso que nos apartamos con la firma de los Acuerdos de Paz. Ahora, otra vez, nos estamos jugando el volver a la historia del caos bajo los gobernantes arbitrarios. El voto nos da la oportunidad de negar este regreso, de cerrar la puerta a un retroceso que sería fatal para nuestro país.

Apoyar al presidente o no votar es optar por este regreso. Votar por la oposición es abrir una puerta para la defensa de las instituciones democráticas. Esto es lo que el pueblo debe exigir de sus representantes.