OPINIÓN: La última semana

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Por Joaquín Samayoa

2020-06-07 2:45:40

La última ley de emergencia nacional aprobada por la Asamblea Legislativa fue el resultado de varios días de consultas y arduo trabajo interpartidario, pero corrió la misma suerte que la anterior, la misma fatalidad que otros decretos que podrían trabajarse en el seno de ese órgano de gobierno. Nunca entró en vigencia, porque, de un plumazo, el presidente la vetó sin siquiera estudiarla. De no haber abortado el presidente, una vez más, el proceso de formación de ley, este día estaría comenzando un proceso racional y ordenado de reapertura económica sin poner en riesgo la salud de la población.

En su lugar, el presidente ordenó al Ministerio de Salud emitir un nuevo decreto ejecutivo para llenar el vacío que él mismo había provocado. Igual que los anteriores, es un decreto ilegal e inconstitucional, pero es lo que el presidente ha ocupado para mantener la cuarentena y el cierre casi total de la actividad económica. Según ese fraude de ley, esta semana que comienza será la última con restricciones generalizadas a la movilidad de la población y a las actividades productivas y comerciales de las que dependemos, directa o indirectamente, todos los salvadoreños.

Esta semana es la última. No porque haya desaparecido enteramente la amenaza del virus, porque sabemos que eso tomará meses o años en ocurrir. Será la última porque ese fue el compromiso del presidente y porque ya nadie aguanta más. Las banderas blancas del hambre empiezan a proliferar a lo largo y ancho del país. Luego vendrán las medidas de hecho de parte de un pueblo golpeado y llevado a los límites máximos de su capacidad de aguante.
Será la última porque hemos alcanzado el punto en el que la cuarentena indiscriminada ya no produce resultados positivos en la salud de la población, pero daña cada vez más, por estrés e inseguridad, la salud emocional de la familia salvadoreña. Si un gobernante quiere ser respetado y obedecido sin tener que recurrir a volcar contra el pueblo la violencia de la fuerza pública, sus decisiones deben ser razonables y no movidas por caprichos o antagonismos políticos. No sé si el presidente puede entender eso, pero si no lo entiende por las buenas tendrá que entenderlo por las malas.

Para no desubicarnos, atemos cabos y hagamos un recuento de todo lo que se nos ha impuesto. Los salvadoreños hemos cumplido la cuarentena más prolongada que gobierno alguno haya impuesto indiscriminadamente a los habitantes de su país. A las personas que el gobierno consideró sospechosas de haber sido contagiadas, les impuso además confinamiento en centros estatales por períodos injustificadamente largos; y ahí los tuvo, sin confirmar o descartar sospechas, por más de 40 días, en condiciones extremadamente precarias e insalubres. Varios miles de salvadoreños sufrieron la misma suerte luego de ser capturados solo por estar fuera de sus casas o transitar en sus vehículos por las calles sin autorización del gobierno. Otros tantos quedaron varados fuera del territorio nacional, sin medios para subsistir, durante diez largas semanas, porque al presidente Bukele simplemente no le dio su real gana organizar o al menos facilitar su repatriación. Han muerto médicos y enfermeras, policías y soldados, porque quien nos manda no fue capaz de cuidar al personal de primera línea; los mantuvo trabajando sin las más elementales protecciones durante varias semanas.

Muchos compatriotas se contagiaron y murieron como consecuencia directa de estas medidas gubernamentales. Al presidente le gusta proyectarse como el héroe defensor de la salud y la vida de los salvadoreños, peleando contra molinos de viento que, en su mente, son el símbolo de codiciosos empresarios dispuestos a sacrificar a sus empleados con tal de no ver disminuidas sus ganancias. Pero la pura y real verdad, es que el único responsable por la muerte de salvadoreños en los últimos meses ha sido el propio presidente. No escupa para arriba, presidente; no acuse a otros de querer la muerte de los salvadoreños cuando es usted el único que ha provocado muerte en El Salvador.

Sobre su conciencia, si la tiene, pesan todas las muertes de los que se contagiaron y no fueron atendidos oportunamente en los mal llamados centros de contención. El presidente es también responsable por los que se contagiaron al llegar masivamente a las entregas de dinero en efectivo, las cuales, además, resultaron ser un engaño para muchos de los que acudieron. Es igualmente responsable por los contagios ocurridos cuando la gente más pobre, desesperada ya por el hambre suya y de sus hijos, acude con la esperanza de obtener un mínimo paquete alimenticio, comprado con fondos públicos pero entregado como dádiva del partido oficial.

En su enfermiza necesidad de ser visto como un héroe, ha mostrado un absoluto desprecio por las leyes y las instituciones en las que se fundamenta nuestra democracia, ha tensionado al máximo su relación, que debiera ser armónica, con los demás órganos e instancias del aparato de gobierno. De hecho, una buena cantidad de las restricciones impuestas por el gobierno posteriormente a la vigencia del estado de excepción, han sido no solo arbitrarias, sino que abiertamente ilegales y violatorias de la Constitución.

Toda la evidencia muestra contundentemente el daño que esta personalidad narcisista y egocéntrica le ha hecho al país. Más adelante será también muy evidente el daño emocional a las personas, por haber sido forzados a vivir en un estado prolongado de inseguridad y zozobra.

Desde el inicio de este terrible capítulo de nuestra historia, advertí en este especio de opinión que el presidente se guardaba un as bajo la manga. Nunca permitió verificación independiente de la operación de maquila de resultados de pruebas de contagio. Ha manipulado a conveniencia esos resultados y sigue haciéndolo.

Ya sentenció, por enésima vez, que en este charco ningún sapo pega un brinco si no es con su expresa autorización. Seguirán todos encerrados, seguirá postrada la actividad económica, seguirán quebrando, una tras otra, decenas de miles de pequeñas empresas, seguirá todo igual hasta que el presidente diga que ha empezado a aplanarse la curva de contagios. El problema es que el presidente mantiene un vivero de contagios para asegurar que ese día nunca llegue. Cuando ya vamos mejorando, se saca de la manga un cenades, una entrega de bolsitas, cualquier nueva idea que ponga en grave riesgo de contagio a cientos de miles de salvadoreños. Nuestro problema no es la pandemia, sino el que la utiliza cínica e inescrupulosamente para consolidar su poder en un estado cada día menos democrático y más totalitario.

¿Hasta cuándo? Hasta que los ciudadanos entendamos cuál es el juego y tengamos el coraje para desafiar la imposición de un régimen abusivo. ¡Basta ya! Esta debe ser, en verdad, la última semana.