Claves electorales: 1.-El escenario social

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Cerro El Pital, Chalatenango. Foto/ Archivo

Por Salvador Samayoa

2019-01-20 7:41:34

Al analizar la perspectiva electoral, lo normal es dedicar más atención a la fortaleza o debilidad de los partidos, al perfil y desempeño de los candidatos, a las pocas propuestas realmente importantes que presentan, a la eficacia de la estrategia comunicacional, a la publicidad, al trabajo territorial, a las encuestas, a los cálculos de participación o a la credibilidad del Tribunal Electoral. En condiciones de estabilidad política y relativa paz social, en estos aspectos se encuentran las claves del análisis de lo que puede pasar, pero en situaciones especiales, con indicios de ruptura de parámetros normales, tal vez lo más sensato sea observar con mayor detenimiento el escenario social.

El escenario en el que se desarrolla el drama de nuestra elección presidencial es algo más que un marco típico de pobreza y es más complejo que el trillado desencanto político de la población. Tiene que ver con el estado de ánimo de la gente, con la expectativa de futuro, con la calidad de las relaciones sociales, familiares, laborales y vecinales, con la precariedad del empleo, con el irritante hacinamiento domiciliar, con el transporte público, con la impotencia ante la violencia, con la cancelación del TPS, con la incertidumbre, con la indignación por la corrupción, con el espejismo de la sociedad de consumo, con las cosas por las que se puede culpar a los políticos o al gobierno y también por las que no.

Cuando se repite hasta la saciedad el cliché del deterioro de los partidos o se analiza la situación de la economía en sus parámetros clásicos, no se capta ni de lejos el problema en su más profunda dimensión psicosocial. Por una parte, el malestar y la bronca de mucha gente, como en otros países, rebasa los ámbitos de la política y se dirige a las élites en general, incluyendo en muchos casos al estamento empresarial, que a veces también presta servicios de muy mala calidad o exhibe prácticas gerenciales que molestan a los trabajadores y a los consumidores por igual.

Por otra parte, El Salvador no está ni cerca de un rechazo de la gente a los partidos como el que hemos observado en los últimos años a nivel regional, aunque tal vez el FMLN tenga ahora un riesgo de deterioro similar.

En Guatemala los partidos que llegaron al poder terminaron con un nivel de repudio que los hizo desparecer. Le ocurrió al MAS de 1990, al PAN de 1995 y al PP de 2011. En Costa Rica, Unidad Social Cristiana, tres veces ganador presidencial, terminó con 3.9% en 2010, recuperó luego algunos puntos pero igual quedó bien lejos de su antigua solidez. En Honduras, la debacle del partido Liberal, y de Nicaragua mejor ni hablar.

Sin negar el factor de desgaste y los problemas de credibilidad de los partidos tradicionales, la disposición tan ingenua, tan manipulable, tan sorda, tan ciega, tan empecinada, tan despreocupada de mucha gente a comprar el cuento de las “nuevas ideas” responde más a un fenómeno que aún no hemos comprendido y con el que todavía no sabemos lidiar: la evolución sociológica de la desigualdad.

Desigualdad hubo siempre, como siempre hubo pobreza y marginalidad, pero sin duda en estos tiempos se siente más. Esto no se trata del índice de “Gini” o de números indicadores del desarrollo social. En términos medibles, la pobreza rural tiene ahora menos analfabetismo, más escuelas, más unidades de salud, y hasta un poco más de agua y de electricidad. Además se ha vaciado bastante con la continua emigración del campo a la ciudad. La clase media, por su parte, tiene ahora muchas más cosas de las que tenía 50 años atrás.

El problema es que ahora, por el costo de la vida, por los horarios de trabajo, por la saturación de la ciudad, por las distancias, por la violencia y por muchas cosas más, a pesar de su progreso relativo, la gente en las capas medias y en las zonas marginales tiene muchas más dificultades que antes para satisfacer su legítimo nivel aspiracional y para llevar una vida más o menos funcional.

La desigualdad antes estaba aislada. Ahora las ciudades se han apretado y la pobreza urbana convive más de cerca con la riqueza y con un mundo esplendoroso de consumo allí a la par. En otras palabras, demasiadas cosas buenas a la vista que no se pueden comprar.

La desigualdad antes era resignada. Todavía resuenan los versos del cancionero argentino en los oídos de los que nos sumamos en los años 70 a la lucha popular: “El patrón está contento porque me ve religioso, soñando con la otra vida y en esta comiendo poco”. Ahora no hay resignación, y bien que no la haya, pero mal que en vez de esperanza se transforme en rabia y frustración.

La desigualdad antes era reprimida, sin posibilidad de aflorar y de luchar terminaba en los calabozos y mazmorras de la Guardia Nacional. Ahora hay democracia y libertad, incluyendo libertad de castigar, al menos en las elecciones, a quienes se perciban como responsables de la situación económica y social.

La desigualdad antes estaba incomunicada y ahora dispone de redes sociales y sobre todo de “WhatsApp”, susceptibles por cierto a una desinformación y manipulación descomunal.

Además de esta evolución sociológica de la desigualdad, algo fundamental se ha roto en el “contrato social” y los jóvenes son los que lo sufren más. Ya no solo los pobres o los marginados, sino los que tienen sus estudios terminados. Nosotros crecimos con la convicción de que a cambio de buena educación, esfuerzo y honestidad tendríamos un empleo estable, ingresos crecientes y una vida buena con seguridad. Esta certeza se desvaneció. Por cierto, no solo en El Salvador. Hace poco Estefanía citó en “El País” un “tuit” que se hizo viral: una chica pregunta ¿cómo hicieron nuestros padres para comprar una casa a los 30 años, eran narcos o qué? Eso expresa de manera sencilla la precaria perspectiva de movilidad social de la clase media actual.

Así las cosas, si el más vacío, irresponsable y peligroso populismo logra convertir en votos su popularidad, tendremos mucha tela que cortar. En momentos tan cruciales, cabe recordar la sentencia de Víctor Hugo en su “Discurso sobre la Miseria” 170 años atrás. “En esta obra de destrucción y de tiniebla que continúa encubierta, el malvado tiene al hombre infeliz como colaborador fatal”. Moraleja: cualquiera sea el resultado electoral, tendremos que trabajar más y mejor por el bienestar social.