No lo dejes caer en la tentación y líbranos del mal

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Para decidir si procede o no la petición del juez y Fiscalía de solicitar a Nicaragua la extradición de Mauricio Funes, se requiere que en el pleno de la Corte Suprema de Justicia sea aprobada por mayoría simple, es decir ocho de 15 votos a favor. Foto EDH / archivo

Por Joaquín Samayoa

2019-02-12 10:28:45

Durante la semana posterior a la elección presidencial, han circulado por todos los medios habidos y por haber abundantes teorías que intentan explicar por qué Nayib Bukele ganó la elección en primera vuelta en forma demoledora sobre todos sus rivales. Algunos de esos opinantes han aprovechado la ocasión para fustigar no solo a los perdedores, sino también a los analistas que nos atrevimos a poner en duda la inevitabilidad o la magnitud de ese resultado.

Curiosa actitud la de esos opinantes post electorales, ya que ninguno de ellos se atrevió, en los meses anteriores, a hacer y razonar ese pronóstico que todos debimos hacer, según ellos, si no hubiéramos estado tan desconectados de la realidad.

Con la excepción de las universidades y empresas encuestadoras, la verdad es que muchos, casi todos, cometimos errores de apreciación pequeños o grandes en una o varias de las dimensiones más determinantes del resultado electoral. No me extrañaría que el mismo presidente electo y su equipo de asesores también hayan quedado un poquito sorprendidos por lo contundente de su victoria. Sin duda, esperaban ganar, pero no creo que hayan pensado ni por un momento que el 3 de febrero tendrían paseo de campo.

Esta fue una elección muy peculiar en muchos sentidos. Lo que predominó en el transcurso de los meses anteriores fue una gran incertidumbre. No conozco a mucha gente que haya descartado la posibilidad de un triunfo de Nayib; la duda se planteaba sobre la magnitud de las diferencias y la necesidad de una segunda vuelta.

De cualquier forma, la autopsia política les corresponde hacerla a los partidos que se hundieron o terminaron de hundirse. La gran pregunta es quién hará el examen forense. ¿Se quedarán examinando los rasguños en la piel o se atreverán a examinar tejidos más profundos? ¿Buscarán toda la verdad o solo la parte menos perturbadora, la parte más conveniente a determinados intereses? Lamentablemente ya se ven señales de que todo podría reducirse a una lucha por lograr el control del partido. En tal caso, los análisis y argumentos serán atendidos, como siempre, únicamente en la medida en que ayuden a afianzar las posiciones de las personas que entren en la pugna.

Por esa razón, me parece más útil dejar a otros el trabajo forense y el de reingeniería política, para empezar a ocuparme de lo que puede venir con un gobierno que arranca con abundante capital político. En esta ocasión, pongo el énfasis en lo que se debe evitar, porque si eso no se evita, no habrá mucho más de qué hablar.

El magnetismo comprobado del presidente electo para atraer respaldos encontrará terreno fértil en el oportunismo de los que solo buscan estar o mantenerse arrimados al poder. De esa forma, el nuevo presidente podría contar pronto con los votos necesarios en la Asamblea Legislativa para gobernar sin mayor dificultad hasta que pueda tener su propia bancada en 2021. Ojalá el pragmatismo de Bukele no le haga caer en la tentación de pescar en esos charcos, porque correría el riesgo de terminar rodeado de los peores entre “los mismos de siempre”.

Y hablando de tentaciones, es oportuno señalar otras que suelen acechar a los gobernantes. La peor de todas es la de creerse iluminado e imprescindible, el elegido para llevar a cabo una misión divina en el tiempo que haga falta para lograrlo y por los medios que estime convenientes. Esa es la lógica de todos los dictadores, reforzada constantemente por aduladores dispuestos siempre a decirle al gobernante lo que sea para congraciarse con él.

Eso siempre termina en desastre y sufrimiento prolongado para los pueblos y en total desgracia para el dictador. Tenemos varios ejemplos en la historia reciente de Latinoamérica, al igual que en otros tiempos y latitudes. Ojalá Dios, con el nombre que él lo conozca, libre a nuestro joven gobernante de caer en esa abominable tentación. Es la tentación de concentrar todo el poder del Estado en su persona, silenciar las voces que le señalen errores, hacer leyes a su medida y poner su ego o su bolsillo por delante de las necesidades y aspiraciones del pueblo que ha confiado en él.

La tercera tentación que es oportuno señalar, en la que han caído casi todos nuestros gobernantes anteriores, es el despilfarro de los limitados recursos financieros del Estado. Mucho se habla de la corrupción y está bien señalarla y combatirla, pero igual daño hace el dinero mal gastado en lujos, compra de voluntades, programas clientelares y proyectos sin impacto. En este saco entran también algunas grandes obras que se hacen pensando más en alimentar el ego del gobernante que en satisfacer las necesidades más apremiantes de la población.

Las prioridades del nuevo gobierno deben apuntar a la eliminación de la violencia y la reactivación del empleo productivo. Estos son los pilares del desarrollo en nuestro país. El gran cambio estaría en buscar la autosuficiencia de las personas para que no tengan que depender toda la vida de subsidios y programas asistenciales del gobierno. Eso requiere una estrategia coherente que empieza por elevar significativamente el nivel educativo y la salud física y mental de la población.

El presidente electo ha dado unos primeros pasos alentadores, entre ellos el acercamiento a medios de prensa que, sin ser hostiles, expresaron muchas reservas y temores por lo que era una posibilidad y ahora es un hecho. Además de unificar y tender puentes, sería bueno que antes de asumir su delicada responsabilidad se pregunte cómo quiere ser recordado cuando finalice su mandato.