Una revolución demencial y el deseo de matar por matar

Es obvio que la “revolución cubana”, al lado de la psicopatía de su fundador, es todo un montaje que se apoya sobre precisas estructuras políticas que siempre han sido: la censura y la indoctrinación, el fanatismo.

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2019-01-07 9:46:36

“La revolución ha traído felicidad y prosperidad a los cubanos”, dijo Raúl Castro al cumplirse 60 años de la toma del poder por la banda de barbudos que bajó de la Sierra Maestra inaugurando uno de los más sangrientos vergonzosos periodos de la historia de nuestro Hemisferio.

Cada quien relata la fiesta como le fue en ella, y después de ejercer el poder absoluto y disponer de bienes y vidas ajenas a su antojo no es de extrañar que Castro salga con semejante declaración, más cuando a ojos vistas están la pobreza, el deterioro en todos sus órdenes y la desesperanza de los que tienen la desgracia de habitar ese campo de concentración.

Sin duda eso mismo creen los socialistas del siglo XXI locales (que se hacen lenguas sobre el “buen vivir de los salvadoreños que están pasando muy mal bajo este gobierno”) como lo creía un militante que llenaba de mieles capitalistas su carreta del supermercado pero que, como todo ciego a las realidades reales, alegaba que en Cuba esas carretas de los súbditos se llenaban de más abundantes cosas, aunque en ningún momento dispuso irse a vivir al paraíso que con tanto entusiasmo pintaba.

Y eso es precisamente lo que sucede con los fanáticos: mientras no les toque sufrir una situación en pellejo propio, nada les hace cambiar.

El escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner describe al castrismo así: “Sesenta años después los castristas saben que el “modelo cubano” es totalmente improductivo e inviable. Son unos negreros que viven de alquilar esclavos profesionales a los que les extraen una plusvalía del 80 %. O policías que montan llave en mano la nueva dictadura, como han hecho en Venezuela. O viven de las remesas de los exiliados, de las dádivas de las iglesias, o de bañar en el mar y pasear turistas en contubernio con empresarios extranjeros a los que no les importa la catadura del socio local, siempre que les deje copiosos beneficios. Así son las resacas revolucionarias. Suelen ser muy largas y muy tristes”.

En el caso de Fidel Castro, empero, no se trata tanto de fanatismo como de la clase de demencia que caracteriza a los que matan por matar, psicópatas que no pueden controlar su irresistible prurito por causar sufrimiento, una especie de sadismo sin control, calificativo este que se deriva de los escritos y las prácticas dentro de la cárcel (el Marqués de Sade fue confinado en la Bastilla hasta que la toma de la fortaleza inició la Revolución francesa).

El fanatismo y el gozar causando daño

El estrangulador de Boston, un asesino serial que nunca fue descubierto, al igual que”Jack el Destripador”(aparentemente una mujer de acuerdo con el ADN de los sellos con que pegaba las estampillas en las cartas a la policía británica) es uno de los casos de estos psicópatas, tanto como Castro como el que ordenaba asesinatos durante la guerra salvadoreña: matar esta en su ser es un impulso irrefrenable. Y mientras más muertes causen, más quieren matar.

Es obvio que la “revolución cubana”, al lado de la psicopatía de su fundador, es todo un montaje que se apoya sobre precisas estructuras políticas que siempre han sido: la censura y la indoctrinación, el fanatismo de sus exegetas en el exterior como los del partido oficial salvadoreño que quisiera emular en nuestro suelo el “modelo” castrista, la implacable persecución a los disidentes internos y el continuado apoyo que reciben de fanáticos del exterior. Y al decir fanáticos tocamos otro mal mental que aflige no solo a los que ciegamente apoyan una dictadura, sino a los cegados por sectas religiosas o inclusive debilidades de la carne o siguen a falsos mesías, a charlatanes que se valen de la poca cabeza de sus seguidores…