Se ha anunciado que este miércoles se discutirá un nuevo aumento del salario mínimo, pero esto no puede ser el resultado de una media sentada simbólica y luego va a la Asamblea para aprobarse, para resultar contraproducente.
Todos quisiéramos ganar cada vez mejores salarios y qué bueno –como cuando los efemelenistas decían que no podían ganar menos de 5,000 dólares mientras la gente padecía hambre--, pero tenemos que preguntarnos si la medicina no resultará peor que la enfermedad.
Como lo hemos expuesto en otras ocasiones, un aumento de salarios, cualquiera que sea, tiene que ser bien pensado y de acuerdo con las posibilidades de las empresas, pero también considerando que estas alzas propician aumentos de precios e inflación.
Las empresas, sobre todo las pequeñas, forzosamente tienen que aumentar precios o reducir personal u otros recursos para poder pagar esos aumentos. En una época de crisis lo aconsejado es reducir costos y conservar los puestos de trabajo.
Si suben los salarios, a menos que esas alzas sean resultado de mayor eficiencia, también suben los precios. Y al elevarse los precios, se reduce la demanda. Cuando el precio de un artículo o servicio sube, su demanda baja; si el precio baja, la demanda sube. Con el empleo sucede igual: si se eleva el costo de mantener un puesto de trabajo, se reduce esa demanda y los negocios se ven forzados a disminuir su personal. Son más caros los tomates y se venden menos. Se trata de leyes económicas inexorables aunque nos duela que afecte el trabajo. Nadie con dos dedos de frente en países en crisis o austeridad está hablando de subir salarios; el principal objetivo es el de sostener los empleos que se tienen.
Las alzas de precios, como bien señalan economistas, incide en el costo de la vida empeorando la condición de todos los asalariados, que pierden sus empleos, así como el resto de los pobladores.
Gran parte de la confusión se deriva de creer que son los dueños o responsables de los negocios --los que contratan a un empleado-- los que pagan los salarios. Don Pedro, efectivamente, paga el sueldo de María, su secretaria, pero don Pedro paga con el dinero que recibe de los clientes que compran el pan o los muebles que vende. Los consumidores, pagamos los salarios de todos los que elaboran los servicios o artículos que adquirimos. El dueño del negocio es quien establece, organiza, administra y mantiene los puestos de trabajo y las estructuras necesarias para sostenerlos, pero quien paga todo eso son los consumidores.
Como diría Adam Smith, el padre de la ciencia económica, no es el sastre o el carnicero quien paga los salarios de su personal, sino los clientes de la sastrería o la carnicería.
Los salarios son el conjunto de beneficios que recibe un empleado, no sólo el cheque al final de la quincena. Salarios son también las contribuciones al Seguro "Social", las indemnizaciones cuando alguien se retira, sus aguinaldos, las ayudas que se le hagan, y "muchos etcéteras".
La verdadera intención detrás de la seducción
A un santo francés del siglo XII, San Bernardo de Claraval, se atribuye la frase "El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones".
Medidas populistas seductoras como los aumentos al salario mínimo son una ilusión que terminan siendo contraproducentes para la economía de un país y de sus familias. A los únicos que benefician es a los que las ofrecen, porque les garantiza mantener engañada a la gente mientras les aplica la "medicina amarga" de decenas de miles de despedidos y las carestías.
En el fondo se busca que la gente piense más en eso que en denunciar la corrupción y los despilfarros, los abusos del estado de excepción, la imposición de la minería metálica, el saqueo de las pensiones y la paupérrima operación de los hospitales y servicios básicos.