La rebelión húngara de 1956 y el dios que fracasó ante el mundo

El levantamiento popular húngaro, más tarde seguido por la Primavera de Praga, derrumbó de golpe la imagen que muchos intelectuales europeos tenían sobre un imaginario paraíso soviético

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Algunos agentes, cabos, sargento e inspectores que han muerto tras ser contagiados por el COVID. Foto EDH / Cortesía

Por El Diario de Hoy

2020-07-09 6:00:23

El 23 de octubre de 1956 se produjo un levantamiento en Hungría contra las fuerzas de ocupación soviéticas, un trepidante suceso que conmocionó al mundo, pues sus principales protagonistas, los luchadores por la libertad, eran obreros, estudiantes y jóvenes, precisamente los grupos a nombre de los cuales se erigía esa “república popular”.

Los sublevados enarbolaban como su estandarte la bandera húngara, a la que habían arrancado la hoz y el martillo con que los comunistas la desecraban.

Los soviéticos, en ese entonces bajo Nikita Jruschov, enviaron tanques para aplastar la revuelta. Los más fieros combates se dieron en el Octagon, en Pest (la ciudad baja, siendo Buda la alta), el punto donde convergen cuatro importantes vías de la ciudad.

Se decía entonces que fueron las transmisiones de La Voz de América, con mensajes de libertad, de lucha contra la opresión comunista, lo que impulsó el levantamiento.

Quienes vivieron de cerca esas jornadas temieron que la revuelta fuera el chispazo que encendiera una confrontación entre Occidente y Oriente, pero nada pasó; los soviéticos con sus tanques aplastaron la revuelta a sangre y fuego.

Protagonistas de la rebelión fueron el primer ministro Imre Nagy, junto al coronel Pál Maléter, quienes fueron asesinados posteriormente junto a otros dirigentes de la rebelión. Se dice que la KGB mandó a estrangular a Nagy.

La rebelión húngara, seguida por la Primavera de Praga, en 1968, derrumbó de golpe la imagen que muchos intelectuales europeos tenían sobre un imaginario paraíso soviético, sus grandes logros en erradicar la pobreza, lo que les llevó a escribir “El dios que fracasó”, recogiendo testimonios de Louis Fischer, André Gide, Arthur Koestler, Ignazio Silone, Stephen Spender y Richard Wright.

En El Mundo de Ayer, de  Stefan Zweig —y si la memoria no nos falla—, se narra la historia de un grupo de políticos europeos que fueron invitados a Moscú para darles el “Grand Tour”, mostrarles las preparadas vitrinas de exitosas comunidades, fábricas eficientes,  tiendas repletas de bienes, el montaje que en su momento hacía Potemkin para Catalina la Grande de fachadas remozadas y coloridas sobre un imaginario bienestar y felicidad de sus súbditos, igual al “show”  que monta el monstruo de Norcorea para los pocos visitantes autorizados.

En la recepción final los anfitriones se despiden con un apretón de manos de sus huéspedes, pero uno de ellos pasa un papelito: “Todo es un engaño; esta es una terrible dictadura sobre un pueblo que sufre hambre…”.

El legado de un niño a su “padre de meses”: llevarlo a tener su propia familia

Kolya, una película checa ganadora de un Oscar, describe los últimos meses del horror.

Una mujer húngara logra permiso para ir a Occidente, pero debe dejar a su pequeño hijo, Kolya. Ella arregla con un cincuentón para que se haga cargo del niño. La relación entre ambos es linda, etérea, pues despierta un profundo afecto entre ellos en juegos, al dormirlo…

La policía interviene e inicia una acusación contra el hombre y amenaza llevarlo a la cárcel, quitarle al niño para ponerlo en un orfanato y castigar a la madre a su regreso…

El desenlace llega cuando se derrumba el Muro de la Infamia en 1989, Hungría vuelve a la libertad, la madre se reúne con su niño.

La última toma de Kolya muestra al cincuentón con su novia embarazada… el legado de Kolya a su padre de meses es forjarle una familia…