Para montar una dictadura se habla de “reforma del Estado”

No es de extrañar que para dar forma a sus políticas para combatir la pandemia encargue a un veterinario la tarea, como si los salvadoreños, incluyendo a sus partidarios, no fueran seres humanos.

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Cúcuta y Bucaramanga fueron las ciudades elegidas para iniciar los vuelos, por tener menos contagios. Foto EDH/Referencia.

Por El Diario de Hoy

2020-06-14 6:11:05

El corifeo alrededor de Bukele continúa hablando sobre su propósito de cambiar la Constitución, “reformar el Estado”, pues es el mayor impedimento para que dicho señor se perpetúe como dictador, gaste los fondos públicos a su antojo, no se vea forzado a rendir cuentas a nadie y atropelle, persiga y encarcele a quien lo critique, oponga o simplemente le caiga mal, como lo venimos viendo durante el año de desgracias transcurrido desde que asumió la presidencia.
La historia nos muestra que para montar una dictadura se habla sin cesar de una “reforma del Estado”, suprimir trancas, como en su momento lo hizo Chávez en Venezuela.
El último que tuvo el descaro de hablar de tal cambio es Félix Ulloa, surgido de las filas del efemelenismo como el mismo Bukele y opaca figura en su grupo de confianza, de los que pretenden atrincherarse en el poder hasta que San Juan baje el dedo.
¿Qué pretende este grupo? Pues los salvadoreños saben que, como se ha visto mucho en Latinoamérica, ni más ni menos que establecer un régimen a lo chavista, un esquema donde los cabecillas se enriquecen más y más, la gente se empobrece rápidamente y todos quedan expuestos a que los capturen, los torturen y los hagan desaparecer.
Las dictaduras, por definición, se mantienen amordazando a la gente, enclaustrándola, sometiéndola al terror. Y ese miedo, esas amenazas, esas arbitrariedades, esos atropellos no son escenarios futuros sino que se están dando desde mucho antes de que Bukele llegara al poder, cuando sus troleros se lanzaron para descalificar, insultar, amenazar, sobre todo a mujeres.
Nuestra Constitución, pese a sus imperfecciones, protege las libertades y derechos de la gente, del orden democrático que nos rige, de que los bienes y dineros públicos no se despilfarren o se los roben.
Al encajar nuestras leyes con lo usual de las democracias en el mundo, los entendimientos, tratos comerciales, acuerdos se realizan sin sufrir significativos tropiezos, pues hay un terreno común moral, racional y jurídico que nos une.

Si ahora cierra empresas después de insultarlas, lo que puede venir es de horror

Desde antes de llegar a la presidencia, Bukele viene denigrando a los partidos tradicionales, insultando a sus dirigentes, persiguiendo a parlamentarios a través de las redes sociales, violando la tradición, pretendiendo ser el “ungido por los dioses” y basando su decisiones en lo que se le ocurre, sin consultar con profesionales de primer rango.
No es de extrañar que para dar forma a sus políticas para combatir la pandemia encargue a un veterinario la tarea, como si los salvadoreños, incluyendo a sus partidarios, no fueran seres humanos.
Si Bukele puso en manos de policías y soldados y no médicos o trabajadores de la salud definir quiénes irían o no a cuarentena y luego los hacinaban en campos de concentración donde los sanos corren gran peligro de contagiarse, es imposible anticipar las truculencias que pueden venir.
Al capricho y posiblemente por no tolerar ojos bonitos en rostro ajeno, el régimen ha cerrado negocios, decidido quién puede seguir operando, quiénes no, descalificando previamente a las víctimas, como al referirse a los productores de alimentos empacados como “fabricantes de churritos”.
Lo usual en las dictaduras es que para establecer un negocio, una empresa, sea de rigor dar una parte de las acciones al déspota, que con ello se reserva el derecho de inmiscuirse en las operaciones, forzar el nombramiento de secuaces en puestos directivos, meterse en la vida de otros..