Nuevo galardón para Rubén, connotado escultor y arquitecto

Siempre admiramos cómo de piezas de hierro, de chatarra, de inesperados materiales, Rubén Martínez creó sorprendentes y bellas obras, como son muchos de los detalles en la Iglesia del Rosario.

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Miembros de la organización en pro del derecho al agua obstaculizaba el trabajo de un empleado de la Asamblea. Foto EDH / Cortesía.

Por El Diario de Hoy

2019-09-24 7:27:08

Rubén Martínez, artista y escultor salvadoreño, ganó el Premio Nacional de Cultura en las Artes Visuales, en la rama de técnicas escultóricas, lo cual se suma a muchos otros reconocimientos a su labor de escultor y arquitecto y en particular por el diseño de la Iglesia del Rosario, frente a la Plaza Libertad, que rompe con muchos moldes tradicionales.

La obra, cuya luz interior es generada por vitrales de distintos colores y matices, culmina con la figura de Nuestro Señor en el Calvario, el final del recorrido de las Catorce Estaciones del Vía Crucis.

El Cristo Resucitado está forjado en hierro, el noble material empleado por Rubén en la mayoría de sus obras, una empatía que inicia en el taller de su padre, ingeniero de profesión.

El oficio de artista —es válido llamarle así— es el oficio de la libertad, el ir por los propios senderos descubriendo y creando nueva vida, lo que antes no existió.

Las obras se gestan en el alma de los artistas y es allí donde surge el impulso de materializarlas, lo que a su vez tiene su propia dinámica, pues a medida que van surgiendo pueden cambiar, hollar otros rumbos. De allí que al preguntar a varios artistas si creen en la inspiración, contestan que sí, que la inspiración llega cuando trabajan.

Hay mucho en el arte que se determina por quién encarga una obra, se trate de un altar o una escultura; el artista debe, en ese punto, compaginar su propia visión con lo que se pide de él.

Con Rubén compartimos las aulas del Colegio Bautista de San Jacinto, un colegio donde a la par de la enseñanza inculcaban muy buenos principios al alumnado.

Siempre admiramos cómo de piezas de hierro, de chatarra, de inesperados materiales, Rubén creó sorprendentes y bellas obras, como son muchos de los detalles del interior de la Iglesia del Rosario.

El arte nos enseña a ver, a contemplar nueva belleza

La Iglesia del Rosario es el templo con mayor señorío y originalidad de nuestro país. Su vasto espacio, sus atrevidas formas, sus capillas y detalles inesperados pero admirables van generando veneración hacia el conjunto, religiosidad.
Lo más hermoso del templo es la luz, la luz de suave colorido que se logra con las vidrieras trabajadas para lograr esa alegría que a la vez induce a la reverencia, a la espiritualidad.

Dentro del templo se viene a la memoria la Santa Capilla de París, frente a Nuestra Señora, con sus bellísimos vitrales del siglo XII, como la catedral de Chartres, también iluminada por la magia del color, de las escenas de la vida de Cristo.

Esos vitrales son irrepetibles, pero se logra el efecto de suave esplendor que ilumina la Iglesia del Rosario, sin duda la obra maestra de Rubén.

En su Homenaje a Rubén Martínez, el Grupo TEA-Escultura y CONCULTURA dicen: “En su obra escultórica ha empleado predominantemente el metal y especialmente el hierro forjado, generando desde obras monumentales hasta de formato reducido, a través de un lenguaje que va desde lo abstracto hasta lo figurativo”.

Los grandes artistas enseñan a ver, a reinterpretar la realidad a través de sus creaciones, a descubrir nueva belleza, a contemplar esplendorosos horizontes.

ENRIQUE ALTAMIRANO MADRIZ