La andadura de Erdogan desde que grupos cretinizados lo llevaron al poder no puede ser más adecuada a lo que busca Bukele: suprimió elecciones, ya que nunca iba a ganarlas en Estambul; persigue, encarcela y tortura a opositores, no rinde cuentas a nadie de sus manejos de presupuestos, pretende revivir el Imperio Otomano (igual Bukele con sus sueños de dominar la región), promueve el fundamentalismo islámico y, pese a la indignación del mundo cristiano, volvió a convertir en mezquita la Basílica de Santa Sofía y estuvo a punto de aplicar la pena de muerte a los disidentes pero se echó para atrás cuando la Unión Europea amenazó con cortar lazos con Turquía si llegaba a hacerlo.
Ya hubo un previo intento de montar una dictadura en Turquía, revirtiendo la democratización, secularización y occidentalización del país realizada por Mustafa Kemal, a quien la posteridad le concedió el título de Atatürk: un tal Adnan Menderes montó su dictadura pero después de pocos años fue apresado y ahorcado.
Testigos de la ejecución de Menderes relatan cómo éste se presentó al lugar del suplicio “más blanco que un papel”, espantado, muy a diferencia de Sadam Hussein, ex-tirano de Iraq, que hasta se arregló el nudo de la soga antes de caer al vacío.
La historia se repite una y otra vez...
Erdogan, en sus ambiciones imperiales, pretende revivir lo que fueron los turcos en el Mediterráneo hasta la Batalla naval de Lepanto, cuando una coalición de potencias cristianas —venecianos, el papado, el Imperio Español— los derrotaron, en la “más memorable batalla que han visto los siglos” según Cervantes, que sufrió una herida en su mano por la que luego se le conocería como “el Manco de Lepanto”.
Antes de esa memorable y decisiva batalla los sarracenos, como se les conocía entonces, eran un factor dominante en el Mediterráneo, obligando a reinos y principados cristianos a fortificar sus ciudades, mantener flotas prestas a la batalla, estar en pie de guerra.
Cinco pequeñas ciudades sobre el mar Tirreno, Cinque Terre, se construyeron en la punta de inalcanzables acantilados, lo que las puso fuera del alcance de los piratas sarracenos, como también fue fortificada la ciudad de Tarento, el “Talón de la bota italiana”.