Más allá de las brutales redadas y la respuesta violenta a las mismas en Los Ángeles, California, está el trabajo de la población inmigrante honrada y sus esfuerzos por engrandecer aún más a los Estados Unidos, incluyendo nuestros hermanos salvadoreños.
En gran medida gracias a los inmigrantes, California se ha convertido en la cuarta economía del mundo con 4.10 billones de dólares, después del mismo Estados Unidos, China y Alemania y por sobre Japón, según ha anunciado el gobernador Gavin Newsom.
Cuando California estornuda le da un gran resfriado al resto del país, dicen algunos, recordando por ejemplo como la recesión del estado tras los disturbios por la agresión al afroamericano Rodney King golpeó a todo el país entre 1992 y 1994.
La prosperidad californiana favorece al resto del país, como le recordó recientemente el gobernador Newsom al presidente Trump.
Nunca será justificable la violencia desde ningún punto de vista, ni de autoridades que siempre han sido ejemplo al mundo de respeto y ecuanimidad, ni de propios y extraños que pretenden denunciar y rechazar abusos, pero terminan cometiendo peores y colocándose al margen de la ley.
Lo mejor sería que el Gobierno Trump reconociera los esfuerzos y los méritos de los inmigrantes honrados, que cumplen sus obligaciones, pagan impuestos y están dispuestos a luchar por la bandera tricolor de las barras y las estrellas como propia.
Los excesos observados en las redadas y deportaciones, que más bien parecen cacerías de animales a los que encadenan, indignan y sacuden tanto a la misma sociedad estadounidense como al mundo.
Ciertamente junto a miles de migrantes que buscan honradamente el sueño americano ha entrado gente indeseable, pero no se debe juzgar a todos por unos pocos.
Es lamentable que el régimen de Bukele, hasta donde se sabe y se ha visto, no haya efectuado una gestión vigorosa y abierta en favor de nuestros connacionales, sino que sólo fue a ofrecer el país como gulag internacional.
Si es tanta la amistad con la administración Trump, se debió gestionar consideraciones y trato preferencial para los salvadoreños.
Triste papel el del régimen
El gobierno Trump llegó al poder asegurando que sólo expulsaría a los criminales, pero se ha visto un atarrayazo indiscriminado y sin garantizar el debido proceso ordenado por la misma Suprema Corte de los Estados Unidos y diversos tribunales.
Es aquí donde el régimen salvadoreño desarrolla un papel tristemente célebre y vergonzoso, recibiendo a cientos de deportados venezolanos y manteniéndolos en un limbo jurídico que parece volverse infinito, como si fueran animales a los que hay que guardar en un zoológico.
Una nación democrática y civilizada nunca se prestaría a una maniobra de este tipo, que viola los derechos humanos y por lo cual más temprano que tarde los responsables tendrán que rendir cuentas.
Lejos de esto, podemos decir que la diáspora salvadoreña ha sido clave en la vida estadounidense, con hechos como por ejemplo la reconstrucción del Pentágono tras el 9/11 y otras estructuras afectadas por fenómenos y desastres.
Es por esta tenacidad que el gobierno de Ronald Reagan promovió la amnistía de 1986 y legalizó a millones de migrantes, no solo de El Salvador, sino de todo el mundo.
Reagan reconoció el trabajo de los migrantes como fuerza motora del desarrollo de EEUU.
Por los mismos méritos los sucesivos gobiernos —Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama y Biden— prorrogaron el TPS para los salvadoreños y permitieron que se fueran legalizando paulatinamente junto a sus familias. Ha sido una relación ganar-ganar: los salvadoreños trabajan duro y ganan dinero que envían como remesas a su país, pero también pagan impuestos y consumen bienes y servicios en Estados Unidos.
La administración Trump debería ver esos méritos en lugar de considerar “criminales” a todos los inmigrantes indiscriminadamente.
Los efectos de la persecución se ven a diario: producciones agrícolas e industriales, construcciones y comercios parados.
Ese es verdaderamente el gran desafío que tienen el pueblo y gobierno de Estados Unidos: no tolerar a los malos migrantes, pero aprovechar la fuerza de trabajo para que ayude al desarrollo del país y permitir que los inmigrantes generen ingresos para sus familias y naciones, como hasta ahora. Eso es ganar-ganar.