Al pasar la entrada del campo de concentración nazi de Auschwitz, de inmediato viene a la memoria la frase que en La Divina Comedia de Dante Alighieri está en la puerta del Infierno: "Per me si va ne la citta dolente, per me si va ne l'eterno dolore..." ("Por mí se va a la ciudad doliente… por mí se va al eterno dolor...").
Auschwitz fue el mayor campo de exterminio construido por la Alemania nazi. Un millón de judíos y más de 100.000 personas que no eran de esta religión murieron en él entre 1940 y 1945.
El dolor, los gemidos, la desesperanza se sienten en el suelo que se pisa, en el aire que se respira, en los galpones donde los que iban a morir pasaron sus últimos días... cada paso que se da incrementa la sensación de angustia, de horror ante el implacable destino que cobró tantas vidas inocentes, truncó tantas ilusiones, los lejanos recuerdos de infancia, del afecto de padres y seres queridos... todo para cumplir las satánicas directrices de uno de los mayores genocidas de la historia.
Al inicio o al final del recorrido por Auschwitz se puede visitar lo que es el museo del Holocausto; se inicia con una galería de fotos de los que iban siendo internados, fotos donde la mayoría refleja estupor; otros, enojo. Solamente y hasta donde recordamos, hay tres fotografías de personas sonriendo: una monja católica y dos gitanitos, un grupo étnico que los nazis quisieron exterminar y cuyos orígenes se remontan a milenios e incluso se cree que provienen de grupos que guerrearon contra los faraones de Egipto.
Los gitanos se mueven por las naciones occidentales, sobre todo España, uno de sus lugares predilectos para asentarse y donde han ejercido una notable influencia en la música y el baile, siendo famosos sus espectáculos en el barrio de Triana en Sevilla.
El museo del Holocausto sobrecoge el alma y es difícil no llorar frente a las exhibiciones.
En una vitrina se exponen las escudillas, platos, tazas en la que los confinados recibían sus pobres raciones, los mendrugos que les daban mientras "había cupo" en las cámaras de gas.
En otra vitrina se exhiben los aros de los anteojos, cientos y cientos de ellos menos los de oro y plata que de inmediato se robaban para el "tesoro nazi". La vitrina donde están cientos y cientos de gorros, cachuchas, sombreros, es de lo más triste y patético.
No recordamos haber visto una exhibición de calzado, ya que es de suponer que botas y sandalias de inmediato se repartían entre los guardas y sus familiares, en igual manera como los soldados de las trincheras recogen las botas de amigos o enemigos muertos para usarlas cuando las propias están deterioradas. Una particular y macabra orden fue que se examinara la dentadura de los muertos para extraer las piezas de oro que se encontraran...
Varios de los supervivientes de Auschwitz regresaron el 27 de enero pasado al campo de exterminio nazi y denunciaron el "gran aumento" del antisemitismo, con motivo del 80º aniversario de la liberación de este símbolo atroz del Holocausto.
Marian Turski, Tova Friedman, Leon Weintraub y Janina Iwanska, al hablar de lo que fue estar en ese campo del horror, alertaron que "ahora estamos observando un gran aumento del antisemitismo, aunque fue precisamente el antisemitismo el que llevó al Holocausto".
El fin de los cobardes agresores y matones
Los nazis lanzaron una ofensiva en el norte de África con el objetivo de destruir los asentamientos judíos en el Medio Oriente, una guerra que enfrentó al Mariscal Erwin Rommel contra el británico Montgomery (a quien saludamos cuando estuvo en El Salvador); los alemanes perdieron por las dificultades logísticas de proveerles combustibles y municiones.
Rommel fue luego asesinado por orden de Hitler al descubrirse que estaba fraguando un plan para asesinar al satánico "Führer", que terminó suicidándose en su búnker con su mujer e hijos, dejando tras sí un legado de horror...