El Salvador necesitó pasar de los ejidos a una agricultura intensiva

Hasta la malhadada “reforma agraria” que un tal Prosterman vino a imponer sobre el país en los años de los golpistas del 79, nuestra agricultura crecía y florecía espléndidamente.

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Un vehículo de la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos se ve junto a los prototipos del muro fronterizo del presidente Donald Trump, el 3 de abril de 2018. Foto/AFP

Por El Diario de Hoy

2019-06-03 7:52:45

Hay toda una “leyenda negra” sobre las tierras ejidales, que pertenecían a los pobladores originales pero que por ser de todos, no eran de nadie, como sucede con las del “sector reformado”, que en su momento eran las mejor cultivadas del país pero que en la actualidad están prácticamente en el abandono, en bancarrota.

Se reseña que las tierras ejidales, cuando las cultivaban familias o campesinos trabajando por su cuenta, no pasaban de sostener a esas familias, sin que se dieran excedentes de algún significado, capaces de dar sustento a más que a pequeños caseríos.

Cuando se pasó de los ejidos para formar fincas y haciendas se produjo un cambio en la estructura social y económica del país: de una agricultura extensiva se pasó a una intensiva, incorporando a la población rural a empleos más permanentes, con acceso a pequeños servicios y con la posibilidad de escalar a cargos de mayor responsabilidad como caporales y mandadores, muchos asistentes directos de los hacendados, su gente de confianza.

La falta de adecuados caminos dificultaba llevar los excedentes de las cosechas a las poblaciones que iban formándose, como Sonsonate, Santa Ana, San Miguel, pero mal que bien, usando carretas o carretones tirados por mulas, esas cosechas alimentaban a las crecientes poblaciones urbanas.

Los campesinos y trabajadores de fincas y haciendas estaban forzados, como en el Medioevo europeo, a vivir, trabajar, formar familia, comprar y morir en su pequeña comarca.

Las tiendas eran propiedad de los hacendados, que emitían su propia moneda, sin que, hasta donde sepamos, se usara significativamente otro medio de intercambio.

Don Napoleón Viera Altamirano, nuestro fundador, contaba que para venir a estudiar a San Salvador se embarcó en La Unión, desembarcó en Acajutla y allí tomo el tren a San Salvador, donde ingresó como interno a un colegio secundario.

Paulatinamente la red de caminos y carreteras fue extendiéndose, lo que recibió un impulso bajo el dictador Martínez, entre cuyos logros estuvo la construcción de tres majestuosos puentes colgantes sobre el río Lempa, diseñados y construidos por la John Roebling, una empresa que estuvo tras el Puente de Brooklyn, el George Washington Bridge de Nueva York y el Golden Gate de San Francisco, emblema de la ciudad.

Nuestros dos puentes colgantes fueron dinamitados por la guerrilla “para dividir el país en dos partes”, lo que de todos modos no consiguieron.

El “sector reformado” es la muestra de lo que serían los ejidos

La agricultura fue rápidamente tecnificándose, involucrando a más y más profesionales en esa labor. Agrónomos, veterinarios, técnicos fitosanitarios, expertos en manejo de aguas, botánicos no solo se empleaban en fincas y haciendas, sino que además cogían experiencia, estudiaban, tomaban especializaciones en el exterior…

Hasta la malhadada “reforma agraria” que un tal Prosterman vino a imponer sobre el país en los años de los golpistas del 79, nuestra agricultura crecía y florecía espléndidamente.

La muestra de lo sabio que fue la medida de reemplazar los ejidos por unidades productivas es la triste situación en que se encuentra al día de hoy el “sector reformado”.