A 30 años del asesinato de Tono Rodríguez Porth

Las buenas personas, los grandes profesionales como fue Tono, los que piensan, los seres racionales, con el tiempo ganan un señorío que les enriquece. Tono no pudo llegar muy lejos al caer víctima de la insania.

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Por El Diario de Hoy

2019-06-11 7:07:16

El domingo se cumplieron treinta años del vil asesinato de Antonio Rodríguez Porth, a la sazón nombrado Ministro de la Presidencia del gobierno Cristiani, que pocos días antes asumió su cargo.

Tono Rodríguez fue un gran profesional, sabio jurisconsulto, un hombre honesto, un buen padre. Recibía a sus amigos en su hermosa biblioteca y allí se conversaba de muchas cosas, sin deslizarse a lo irrelevante ni mucho menos lastimar a otros. Se hacían recuerdos sobre su familia, que se caracterizó por su buen gusto y su tacto. Era una familia numerosa, centrada en la Farmacia Americana.

Como muchos de nosotros, fue docente, formador de jóvenes.
Su buen sentido y su patriotismo hicieron que participara en política, llegando a encabezar un movimiento que buscaba rescatar a El Salvador de abusos, grupos de malsano interés, militares prepotentes, corruptos.

Era muy buen escritor y con frecuencia publicaba en EL DIARIO DE HOY, dada su amistad con Don Napoleón Viera Altamirano y la coincidencia de ideas y derroteros.
Las buenas personas, los grandes profesionales como fue Tono, los que piensan, los seres racionales, con el tiempo ganan un señorío que les enriquece. Tono no pudo llegar muy lejos al caer víctima de la insania.

El asesinato, un magnicidio, fue uno de los tantos perpetrados por los escuadrones de la muerte rojos de la guerrilla (“comandos urbanos” les llamaban), que se arrogaron por sí y ante sí el papel de la “redención social”, con poder sobre vidas ajenas y sobre el destino de una nación.

Poco antes el Fiscal General, Roberto García Alvarado, había sido asesinado por el mismo hecho, lo que se suma a los asesinatos perpetrados por la misma banda tiempo antes y después.

La esposa de García Alvarado murió de dolor un año después y su familia tuvo que refugiarse fuera del país por las continuas amenazas que recibía.
Los escuadrones de la muerte de la guerrilla siguieron ese año 1989 la oprobiosa carnicería:

-asesinaron al jesuita Francisco Peccorini;

-asesinaron a Francis Guerrero;

-asesinaron a Edgard Chacón;

-asesinaron a Gabriel Payes;

-asesinaron a Miguel Castellanos, que había sido comandante de las FPL.
Pero no se puede olvidar que esa matanza incluyó antes a víctimas notables como Ernesto Regalado, Roberto Poma, el canciller Mauricio Borgonovo Pohl, el embajador Gardner Dunn, el empresario japonés Fujio Matsumoto y tantos otros que primero fueron secuestrados o asesinados a sangre fría, con lujo de barbarie.
Fue espantoso ese derramamiento de sangre inocente, producto de esa guerra a la que nos llevaron y que costó 75,000 vidas.

Los “charles mansons” criollos venían perpetrando asesinatos, secuestros, chantajes, actos de terrorismo urbano que nunca han cesado del todo; en 2016, durante la cleptocracia de Funes, ahora fugado en Nicaragua, asesinaron al yerno de Rodríguez Porth, Francisco Flores, y no cesan en sus acosos a su familia.

Esos son delitos de lesa humanidad y no prescriben

“Si pasaron treinta años” hay que olvidarlo, se dice cínicamente, olvidar la atrocidad aunque ni familiares ni amigos olviden a las víctimas, cuyo recuerdo se lleva siempre en el corazón con profundo dolor, pues cada víctima de la barbarie merece ser recordada por la buena gente de una nación.

Son los héroes y las inocentes personas caídos en una agresión malvada los que murieron custodiando personas amenazadas, los muertos por ametrallamientos a filas de votantes o por las bombas a la infraestructura, en los ataques a alcaldías.

¿Han olvidado los padres de los niños secuestrados o indoctrinados para servir como carne de cañón a sus pequeños? Muchos de ellos piensan en lo que esos muchachitos y muchachitas habrían sido, en las ilusiones de formarlos, educarlos, mimarlos.

No se olvidan amigos queridos, niños víctimas, soldados masacrados, las víctimas de la violencia que al irse dejan imborrables recuerdos a sus familias.