Ciento setenta años de marxismo, cien millones de muertos

El marxismo predica la violencia, sea contra personas, sea contra instituciones, sea contra una sociedad entera. Y eso es precisamente lo que está sucediendo en Nicaragua y marca el paso de los rojos en El Salvador.

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Foto EDH / Archivo

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2018-06-13 9:21:25

Karl Marx se asombraría al ver lo que es Tréveris, su ciudad natal, hoy en día: un escaparate de prosperidad capitalista donde “la explotada población”, como ya lo hemos dicho, ha alcanzado muy importantes niveles de prosperidad, de los más altos del mundo, además de ser libre, educada y feliz.

La ciudad conserva ruinas romanas del tiempo de otro famoso treveriano, Constantino el Grande, así como dos catedrales góticas, hermosos parques, escuelas y colegios, zonas comerciales peatonales, restaurantes, mucha alegría.

Tréveris conserva la casa natal de Marx, una vivienda burquesa restaurada y que ahora es un museo, no para exaltarlo cuanto para exponer las muchas facetas del marxismo en los ciento setenta años transcurridos desde el lanzamiento del manifiesto comunista en 1848 y que en ese lapso causó cien millones de muertos en Rusia y China con el estalinismo, el maoísmo, el genocidio perpetrado por los jemeres rojos en Camboya, la guerra en Vietnam y el nuevo imperio chino. A esto tendrán que sumarse las matanzas en Asia, en África, en Hispanoamérica, en adición a los setenta y tantos miles de víctimas en El Salvador y el resto de Latinoamérica, incluyendo el baño de sangre de Castro al inicio de su dictadura y de sus incursiones en África.

Castro encendió la mecha de la tragedia colombiana que a su vez condujo a las FARC y al actual imperio de la droga, también ligado a los regímenes filocomunistas de América y a la cabeza la narcodictadura venezolana.

La doctrina marxista sostiene que el fin justifica los medios, que toda perfidia, crimen, ruindad es válida si con ello se alcanzan los objetivos que un “movimiento revolucionario” se proponga alcanzar, lo que invariablemente es hacerse con el poder al costo que sea y perpetuarse en él, como lo ilustran tantas tragedias a lo largo de esos ciento setenta años.

El marxismo, en tal sentido, predica la violencia, sea contra personas, sea contra instituciones, sea contra una sociedad entera. Y eso es precisamente lo que está sucediendo en Nicaragua y marca el paso de los rojos en El Salvador, a quienes no les ha “temblado la mano” al ordenar desde el asesinato de intelectuales hasta las ejecuciones de jóvenes reclutados que no mostraban el “debido comportamiento revolucionario” y a quienes apaleaban o colgaban de los árboles hasta morir.

Lo anterior hace quemar o falsificar documentos, negar información o robar lo ajeno y lo público, facetas menores en la ruta hacia la “sociedad sin clases”, donde todo será bienaventuranza y correrán ríos de leche y miel como Moisés prometió al pueblo hebreo.

No son alternativa
política en la vida de
un pueblo civilizado

El marxismo ha socavado la moral general, hace escarnio de los valores y convivencia pacífica que caracteriza las sociedades democráticas, se esfuerza por socavar la autoridad de padres sobre sus hijos, confunde mentes y propaga falsedades, todo coronado por la permanente prédica del odio, los meneos para fomentar la desconfianza en general y la protesta contra todo lo que no encaja con sus perfidias.

El marxismo no es una opción política más, una alternativa a la normal actividad política de una nación, sino que es la contra-política, un esquema que pretende reemplazar las normales y deseables diferencias en lo que grupos, personas y generaciones van construyendo con el paso del tiempo.