La única finalidad del “diálogo” debe ser la salida de Ortega

Nicaragua, como Venezuela, El Salvador y en su momento Cuba, fueron y son víctimas de campañas internacionales que califican como movimientos liberacionistas a grupos que son todo menos eso, que se mueven impulsados por sus odios y sus complejos sociales.

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2018-05-30 10:22:00

Como se lo dijo en su cara el valiente estudiante Lesther Alemán, la única propuesta válida en el diálogo entre Ortega y los representantes de los distintos sectores de Nicaragua es que este salga del poder, que responda por la represión y las decenas de víctimas que ha causado y que devuelva lo robado.

El telón de fondo que caracteriza a los países del Alba es la droga, el lavado de dinero sucio procedente de Venezuela y de Cuba, la protección a mafias.

Por eso es que los distintos grupos que se han alzado contra tal repugnante estado de cosas no cesan en su rechazo a la dictadura, como lo demuestra el que hayan dado fuego a una de las emisoras del régimen, algo que es condenable también, como advirtió monseñor Silvio Báez, pero es resultado de la paciencia colmada de un pueblo.

El potencial de desarrollo de Nicaragua, con enormes extensiones de tierra aptas para el cultivo de caña, de cereales, algodón y lo que pueden obtener emprendedores con voluntad e imaginación, se ha venido frustrando por la maña del dictador de pretender meterse en todo, de sacar tajada en cada negocio que se mueve en el país.

Pero esa clase de parasitismo carcome el cuerpo social como una implacable triquinosis, lo que se asemeja al saqueo fiscal en esta tierra salvadoreña: han debilitado la economía con todas las consecuencias que eso acarrea, desde la corrupción de funcionarios, la tolerancia hacia el tráfico de droga, el prevaricato de jueces vinculados al oficialismo y la violencia que no logran erradicar a causa de treguas y acercamientos con las pandillas.

El régimen nicaragüense, como sus iguales salvadoreños, hace mucho que abandonó sus posturas comunistas, calificándose ahora como “socialistas” pero sin librarse de la maldición que persigue a ese movimiento: la pobreza que intentan pasar a la población pero reservándose el derecho de empanzarse con lo que queda, de usufructuar bienestar en pueblos empobrecidos hasta los harapos como es el caso de Cuba.

No es posible, como tampoco es irremediablemente necesario, dar fuego a la casa para acabar con las ratas que las infestan.

Y tener ese cuidado es lo que ocupa los pensamientos de quienes están contribuyendo con ideas y liderazgo a la lucha contra la abominable dictadura, entronizada desde hace casi cuarenta años después de la salida de Somoza del poder en 1979.

Por cada déspota que cae surgen dos o más nuevos

Nicaragua, como Venezuela, El Salvador y en su momento Cuba, fueron y son víctimas de campañas internacionales que califican como movimientos liberacionistas a grupos que son todo menos eso, que se mueven impulsados por sus odios y sus complejos sociales.

Castro, Chávez, Ortega y los efemelenistas salvadoreños no buscaban en ningún momento lograr la superación de sus países ni menos formar sociedades democráticas, sino imponerse al costo que fuera para luego perpetuarse. Y como se dice en corrillos sociales, Maduro, como los castristas y Ortega, solo piensan salir del poder “con las patas por delante”, como Trujillo, Stalin y de seguro que los nuevos emperadores como Erdogan en Turquía y Xi en China.

Con la venidera caída de Ortega, Nicaragua dejaría de ser un refugio para maleantes y corruptos centroamericanos, que deben devolverse a los países desde donde se fugaron y ser castigados por la justicia.

Como en el festín de Baltasar, el rey babilonio, la mano invisible escribe sobre el muro, vaticinando el final del repugnante despotismo.