Todo impuesto lo terminan pagando todos los pobladores

La economía de un país siempre funciona mejor cuando es la gente la que toma las decisiones básicas, no otros que las imponen vía regulaciones o medidas erráticas como lo que estamos viviendo en El Salvador.

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La detención de los individuos se realizó el pasado 23 de enero. Foto EDH/archivo

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2018-05-21 8:36:16

Todo impuesto, cargos por encima de los precios de mercado, ineficiencias en la economía, viajes inútiles de diputados, plazas fantasmas como las que a última hora se “crearon” en la Asamblea Legislativa, eleva los costos de operación de todos en un país, desde los fabricantes de ropa hasta las vendedoras de tomates en una acera de Soyapango.

¿Costos de operación? Eso suena muy técnico, muy por encima de los gastos que una familia de bajos ingresos tiene que hacer para vivir, desde pagar alquiler hasta transportarse en un bus, comprar zapatos y comida, ir al cine, tener luz eléctrica y cocinar con gas.

No hay forma de esconderse, de evitar esos costos a menos que se trate de un labriego que se sostiene a sí mismo y a los suyos con el maíz y el frijol que cosecha en su parcela.

En las empresas esos costos son más altos, más complicados, más difíciles de reducir, pues involucran otros costos, como comprar materias primas, pagar seguros, alquilar tecnología, capacitar al personal.

Son tan “costos de operación” como los que tiene una familia que paga a su cocinera o compra a principios de año los útiles escolares de sus hijos.

La ineficiencia del grupo en el poder, los altos impuestos que ha decretado, los créditos que despilfarra y que pretende que se paguen por todos nosotros, los pobladores de este país, se traducen en costos de operación y, al final del recorrido, en el “alto costo de la vida”.

Y eso obviamente se deriva de la ley de hierro de la economía: no hay almuerzos gratis, alguien tiene que pagarlos.

Los funcionarios incapaces, el robo de bienes públicos, los salarios de los activistas que sostienen en las dependencias estatales, son como la fricción en un deslizadero, como los baches en los caminos que entorpecen la marcha de vehículos y además arruinan sus llantas y aflojan las carrocerías.

Las torpes medidas
son como la fricción
en el mundo real

Un buen ejemplo del efecto de la fricción lo dan los toboganes que se deslizan a vertiginosas velocidades en pistas que se asemejan a tubos en la nieve: si se esparce arena en ellos, o se desprenden pedazos de hielo, la velocidad y la seguridad de los deportistas es afectada, como en las pistas de patinaje las suciedades sobre la superficie.

Estos costos pueden no traducirse en dinero pero sí en el tiempo o la fatiga a que obligan, como el trabajo que pasan las familias para proveerse de agua en pipas y chorros públicos al no caer en las cañerías.

¿No es acaso un alto costo para una persona no poder bañarse con agua de la ducha y tener que hacerlo con baldes? ¿O esperar por horas por medicamentos que no los tiene la clínica del pueblo?

Todos esos son costos no necesariamente visibles pero que siempre se pagan…

La economía de un país siempre funciona mejor cuando es la gente la que toma las decisiones básicas, no otros que las imponen vía regulaciones o medidas erráticas como lo que estamos viviendo en El Salvador.

Y esto es así porque es el individuo, o el productor, el que conoce mejor lo que influyen en su quehacer y por tanto está mejor preparado para decidir lo que más conviene.

Es la magia de la economía libre.