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Un mejor El Salvador es posible

Bobby era un intelectual que no solo pensaba en hacer un buen diagnóstico. Era de la idea que el diagnóstico, basado en evidencia, debía ser acompañado de propuestas que incomodaran, porque parafraseándole “si no incomoda, significa que es más de lo mismo y así nada cambia”.Y, nunca perder de vista los tiempos, la coyuntura y el largo plazo. “Para proyectos de país, el corto plazo y largo plazo existen al mismo tiempo”, solía enfatizar.

Por Jimmy Vásquez
Economista

La idea de un El Salvador que cuidara y potenciara los trayectos de vida de sus ciudadanos, desde los que se encuentran en el vientre materno hasta aquellos en edad de retiro, era una de las utopías que nos hizo coincidir con Roberto Murray Meza, también conocido como “Don Bobby” o “Bobby”, a secas.


Muchos llegaron a conocer a Bobby en su destacada carrera profesional y empresarial. De hecho, los múltiples reconocimientos que recibió a lo largo de los años dan fe de dicha trayectoria. Sin embargo, me atrevo a decir que se conoce menos de la que, a mi juicio, era la faceta a la que más pasión y energía le imprimía Bobby, descontando su fundamento vital: su familia. Me refiero al compromiso que profesaba con la mejora de las condiciones de vida de la sociedad salvadoreña, particularmente de personas en situaciones de pobreza, marginación y vulnerabilidad.
Tuve el gusto de conocer e invitar a Bobby a formar parte de un grupo de personas salvadoreñas que fruto de su preocupación genuina por el bienestar de las nuevas generaciones, desarrollaron, con el apoyo de la oficina de UNICEF en El Salvador, una propuesta basada en una premisa muy sencilla, pero con una capacidad increíblemente transformadora para el desarrollo de El Salvador: “invertir en nuestros niños, es el norte común”.

El desarrollo de esta propuesta tuvo de base un trabajo muy de la mano con este grupo denominado Consejo Consultivo de la Niñez, del cual Bobby fue un dínamo. “Es que usted es inquieto, ¿veá, Bobby?”, era una de las frases que yo más le solía decir ante la pasión que demostraba por el tan solo hecho de pensar (o más bien soñar) que algo mejor era posible para El Salvador, si se llegaba a invertir adecuadamente en sus niñas, niños y jóvenes.
A su pasión por la inversión en la niñez, se le suma el posicionamiento de la responsabilidad social y desarrollo sostenible en el país. A dicho posicionamiento, el legado de la Fundación Meza Ayau que por años presidió, motivando a ser parte de la solución, como reza el lema de dicha fundación. Y así, son muchos los legados que nos deja Roberto Murray. Es de ahí que es natural que uno piense que el vacío que deja Bobby sea uno imposible si no muy difícil de llenar.


Ciertamente lo es, pero lo será más en la medida que como sociedad olvidemos algunas de las cosas que hacían de Bobby esa persona especial, como el hecho de no descalificar o juzgar a otras personas con una trayectoria de vida diferente a la suya. En cambio, ser curioso y tender puentes (tener visión de país, como se diría en lenguaje político). Bobby era un intelectual que no solo pensaba en hacer un buen diagnóstico. Era de la idea que el diagnóstico, basado en evidencia, debía ser acompañado de propuestas que incomodaran, porque parafraseándole “si no incomoda, significa que es más de lo mismo y así nada cambia”.Y, nunca perder de vista los tiempos, la coyuntura y el largo plazo. “Para proyectos de país, el corto plazo y largo plazo existen al mismo tiempo”, solía enfatizar.


Estoy seguro de que a estas líneas hay muchas más que añadir, pues Bobby, Don Bobby o Roberto Murray Meza, no fue solo mi amigo si no un amigo de El Salvador. Descanse en paz, Bobby.

Economista salvadoreño

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