La “Vía Láctea” -según narra la historia mística y esotérica de los antiguos egipcios- era mucho más que un luminoso fenómeno astronómico. Aquella civilización veía en ella -de forma simbólica y mitológica- a la diosa “Nut”. Divinidad celeste que era representada como la figura arqueada de una mujer sobre la Tierra. Misma que se extendía sobre el mundo con su cuerpo cubierto de estrellas. Según afirmaba la cosmovisión egipcia, La Vía Láctea era su imagen. En especial su torso dador de leche materna. Representaba además el camino por donde “Ra” -el dios Sol- viajaba durante la noche. En aquella distante época se creía que dicha constelación era un río celestial, reflejo mismo del río Nilo, situado en la bóveda celeste. Era por ello que se la comparaba con el mismo caudal porque éste daba vida a Egipto y sus ciudades. Debido a esto la “Vía Láctea” era considerada como una fuente de energía y sustento, asimismo como el tránsito espiritual del firmamento para las almas humanas y celestiales. Según la creencia y mitos de aquella época “Nut” se tragaba al Sol durante el atardecer, dándolo a luz en cada amanecer. Ello representaba el eterno ciclo existencial del día y la noche; vida, muerte y resurrección. Además de considerarlo sagrado, nuestro ibérico “Camino de Santiago” era visto como el sendero estelar que conectaba al mundo físico con el espiritual, vinculado a nuestro destino de tránsito y renacimiento.
La “vía láctea” en el universo, según los egipcios
