Vacunación

Escribo este artículo con el brazo izquierdo pinchado por la trabajadora de la salud de ojos almendrados y bonitos que, a la una y quince de la tarde, me preguntó si venía del municipio donde resido

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Por Jorge A. Castrillo H.

2021-04-09 7:08:15

En un artículo reciente me ocupé de las decisiones que debían tomar los distintos actores para que se produjera el ansiado regreso a clases. Escribí: “Puedo imaginar los esfuerzos de la señora ministra para conseguir que los maestros sean considerados grupo prioritario para ser vacunados”. Agradezco en éste a esa misma funcionaria que lo haya logrado.
Escribo este artículo con el brazo izquierdo pinchado por la trabajadora de la salud de ojos almendrados y bonitos que, a la una y quince de la tarde, me preguntó si venía del municipio donde resido. Cuando monosilábicamente contesté que sí (no terminaba de entender a qué venía la pregunta), ella replicó, sin dirigirse a nadie en específico: “Es que en ese centro de salud ya no están vacunando y los han enviado para acá”. “¿Y faltan muchos todavía?”, preguntó la otra que desempeñaba la misma función (no pude observar si sus ojos eran tan bonitos como los de quien me hincaría a mí la aguja). Entendí que les preocupaba su hora de almuerzo y preferí guardar prudente silencio: había observado, antes de entrar a la sala donde tenía lugar el “Paso 4: Vacunación”, que sentados bajo el toldo caluroso donde yo estuve por más de una hora esperaban otras noventa personas, más o menos las mismas que había calculado que estábamos a las diez y media de la mañana, media hora antes de mi hora asignada. Tres horas y media en total, no está tan mal para nuestros estándares. Espero que, para el 7 de mayo cuando me toca mi segunda dosis, hayan logrado hacer más expedito el procedimiento.
Creo que es la primera vez en mi vida que he gozado de un privilegio en mi querido país por el hecho de ser profesor universitario. Ojalá y no sea el último. En el Perú de los Ochenta que yo conocí, país territorialmente grande y con sitios históricos bellos e interesantísimo, pero muy lejos unos de otros, los docentes gozaban de descuento especial en Aeroperú, la línea aérea nacional. Claro, una “salida pedagógica” a cualquiera de esos sitios, Machu Pichu, por ejemplo, no se entiende si no es con boleto aéreo en mano para todo el curso. ¡ya me imagino si fueran en bus como lo fueron las de mi hija acá en el país durante sus estudios de sus primeros tres ciclos. Las bibliotecas, librerías, los teatros y los cines también deberían estimular a los profesores para incentivarlos a leer y a gozar de las artes en sus tiempos libres. No es que el nivel cultural de los estudiantes depende del de sus maestros, pero sí hay que hacer todo lo posible, desde el Estado, porque nuestros docentes se sientan cundundeados en su permanente crecimiento personal y profesional (¡Sorpresa amigos lectores! Cundundear aparece en el DRAE como “El Salv. tratar de manera obsequiosa para conseguir algún favor).
Con esta promoción de futuros profesionales, estamos estudiando, justamente, la metodología de la observación para la práctica de la profesión en psicología. ¡Se aprende tanto siendo observador sobre todo en un ambiente! Les deseo que, llegado su momento, puedan capturar tantos detalles de la conducta humana y gozar con ellos, así como yo me entretuve en esas tres horas y media que pasé en la Unidad de Salud Barrios!
En previsión a una larga espera me presenté premunido con un libro de fácil lectura y mi infaltable pachón de agua fresca. Nomás llegar tuve el gusto de saludar a un exalumno que acompañaba a su hermano. Fui a hacer las averiguaciones con mi papel de la cita y la doctora me envió al final de una larga cola que se extendía por metros en la acera, (iluso de mí, pensé que por ser hipertenso y cardiopático tendría algún trato especial ¡nada! Eso existe sólo para los de la tercera edad con dificultades motrices para el desplazamiento). Buscando el final de la cola me encontraba cuando llegó el buen exalumno a informarme que podía ocupar su sitio, que él se retiraba pues no lo vacunarían (al que le habían convocado –sin él haber hecho nada– era a su hermano; él lo acompañó por si colaba). Agradecidísimo lo seguí, me ahorró por lo menos cuarenta minutos de espera. Ya no pude leer más que solo unas pocas páginas de mi librito porque la espera se hizo ligera con la conversación que desarrollamos con este “chico” (ocho años menor que mi exalumno) y otros docentes universitarios que conocimos en esas horas. ¡Hasta contratación de servicios arquitectónicos se produjo en esa espera!
He de decir que, para nuestros estándares, el proceso resulta bastante bien organizado. Cierto es que la “distancia social” no existe para nada (como tampoco existe en el consulado de Houston, según las fotografías que envió un amigo que fue allí a renovar su DUI). Todos aquí usamos apropiadamente nuestras mascarillas, hay que decirlo. Al ingresar a los pasos finales sí nos tomaron la temperatura y nos ofrecieron alcohol en gel (luego de más de dos horas de espera y cercana convivencia). Llenamos la ficha de la “entrevista médica” y hube de comentar la buena disposición y amabilidad de quienes nos atendieron (para entonces ya llevaban más de cinco horas en el puesto). En suma, que ¡bien por la señora ministra de Educación y los trabajadores del ramo de Salud involucrados en esta vacunación! Ojalá que todos puedan contar esta misma historia.

Psicólogo/ psicastrillo@gmail.com