Una formación de educación publica

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Ricardo Lara. Foto EDH. Lissette Monterrosa

Por Jonathan Navarro

2019-06-22 10:15:59

Aveces pareciera que el ruido no nos deja oír lo que realmente merece la pena escuchar. Y es que las críticas, los señalamientos, y en algunas ocasiones la comodidad de nuestra forma de vivir, ponen frente a nuestros ojos una cortina tan espesa, que permitimos dejar de lado aspectos tan sensibles y prioritarios como una buena educación.

Hace unos días me escribió una lectora comentando un artículo de mi autoría, y platicábamos sobre la importancia de una buena educación como inicio de un verdadero cambio. Y lo cierto es, que al nivel que lo veamos, aún seguimos afrontando muchos retos en el ramo de educación, porque pese a que muchos pensaran que en los centros educativos al que asisten sus hijos, los métodos de enseñanza están formando niños con una mejor educación que la que nosotros mismos recibimos, no debemos obviar el hecho relevante que publica el Ministerio de Educación en su sitio web, que solo un treinta por ciento de la población estudiantil de parvularia, recibe educación privada; y entonces, ¿qué hay del otro setenta por ciento? ¿Cómo es la formación de un niño bajo el sistema de educación pública?

Pues todo inicia con una educación parvularia, la cual, pese a que conocemos que los primeros seis años es la etapa de mayor desarrollo cognoscitivo de una persona, seguimos afrontando los retos de preparar más y mejores docentes capaces de formar a niños en la etapa más crítica de sus vidas; y es que en los pocos centros de educación parvularia pública del país, no realizan una labor de enseñanza más que la de cuidarlos de la mejor manera posible, puesto que sus cualidades docentes son, cuando mucho, la de una educación básica.

Como si la deficiente formación parvularia fuera poco, un niño al graduarse de preparatoria, entre sus siete y doce años de vida, debe asistir a centros educativos con infraestructuras deplorables, vivir en su piel el odio y la violencia que enluta a nuestro país a diario, en lugar de un desarrollo sano y libre de violencia. Y es que, pese a que no haya sido la noticia de la semana, no deja de ser cierto que, en un centro de educación pública de El Salvador, una pelea de niños de diez y once años, acabo con la vida del primero, quien fuera estrangulado por su compañero de escuela. Y entonces nos preguntamos: ¿a que van los niños a la escuela? ¿A formarse académicamente? O ¿a sobrevivir?
Finalmente, su formación académica culmina con la educación media y especializada, y entonces los jóvenes comparten pupitres con pandilleros, que llegan a las escuelas a reclutar jóvenes, como quien recluta soldados para un ejército, y se ven cada día con la difícil decisión de formar parte de una pandilla, o de engrosar las cifras de deserción escolar.

Y mientras miles de niños sufren una formación académica en el sistema de educación pública, nos enteramos por las noticias que el presupuesto en la partida de educación bajo una vez más; que los maestros de escuela son víctimas de la amenaza de las pandillas; y que los salarios de los profesores no va acorde con lo importante de sus labores. Y cada uno de nosotros lo ve con indiferencia, toda vez que con nuestras quincenas podamos pagar una educación mejor, y pensamos que el valor de una educación privada está en la de no llevar a nuestros hijos a una formación peligrosa en el sistema público, cuando en realidad la falta de oportunidades de buena educación para todos, es el primer paso en falso que damos en nuestro andar hacia un mejor futuro.

Abogado
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