Pedagogía de la nada

Hoy, en plena época de revolución digital, de cada 10 estudiantes que terminan educación básica, sólo 4 culminan el bachillerato y, de estos sólo 2 ingresan a la universidad. Una cifra espeluznante que hemos tolerado y seguimos tolerando; nada ha cambiado; y el sistema educativo tiene una alta cuota de responsabilidad.

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Este cementerio clandestino en el sector de El Limón, Lourdes, Colón, fue localizado en octubre pasado. Exhumaron los restos de ocho víctimas. Foto EDH/ Francisco Rubio

Por Oscar Picardo Joao

2021-10-22 6:32:28

En 1995 intentamos dejar el conductismo de Watson, Pavlov y Skinner y quisimos asumir el constructivismo de Piaget y Vygotsky; las limitadas y escasas cinco jornadas de renovación pedagógica lograron un cambio de forma más no de fondo. No se logró profundizar en el modelo psicopedagógico o neurocientífico, y al final en el discurso casi todos son constructivistas, pero en la práctica predomina el conductismo, con el agravante de una simbiosis desestructurada.
Poco o nada va cambiar en el sistema educativo si no reflexionamos e intervenimos en los modelos pedagógicos y didácticos; la situación es mucho más preocupante en las circunstancias de educación online; la bilateralidad y empatía son limitadas; y mientras los docentes creen que enseñan, los estudiantes suelen estar en otras “ventanas” más interactivas de redes sociales o YouTube.
Si antes de la pandemia de covid-19 se enseñaba a la mitad de la capacidad curricular, es de decir, de los 200 días sólo contábamos con 100 días o menos de “aprendizaje efectivo”, lo cual coincidía con el fatídico 5 de la PAES ¿qué estará sucediendo ahora?; sumemos a esto los problemas de falta de sociabilidad educativa en pre-escolar y primer ciclo.
Las narrativas y moda educativas no han faltado: los cuatro pilares de Jacques Delors, las inteligencias múltiples de Howard Gardner, los modelos montesorianos, la educación basada en competencias, las actividades integradoras, la educación inclusiva, entre muchas otras. Pero en el fondo, la calidad y eficiencia de los aprendizajes deja mucho que desear y se nota en el nivel cultural y cívico, en la estética, en la escritura y en las habilidades comunicativas de muchos estudiantes universitarios y profesionales.
El sistema educativo está fallando y cada vez está peor; la incompetencia estructural es notoria, y estamos “Laissez faire et laissez passer” tolerando este fracaso como si nada sucediera. Solo basta dar un vistazo al espectro cultural de nuestra clase política para darnos cuenta en el vacío que hemos caído, sin contar las dimensiones lógicas y éticas de su pensamiento y proceder.
La mente y el entendimiento humano son elementos complejos; la plasticidad cerebral cada vez se estudia más y contamos con fotografías más detalladas de las tormentas electroquímicas que ocasionan la predicción y el aprendizaje. Pero falta una pieza fundamental en el análisis: El entorno…
La sociedad es educadora, también lo es la familia, los amigos, el juego y los diálogos e interacciones que conforman el escenario en dónde se aprende; de hecho, la laptop, tablet o móvil son hoy en día, en el marco de la transformación digital, uno de los espacios predominantes.
¿En dónde y con quién chatean los niños y adolescentes? ¿Cuántas horas pasan en TikTok, Instagram o Minecraft? ¿Cuánto tiempo socializan o juegan con otros niños en tiempo real y de manera física? ¿A qué juegan y con quién juegan? Siendo honestos, esta nueva realidad y normalidad digital tendrá sus consecuencias y los docentes, padres y madres de familia deberían pensar en sus adecuaciones curriculares o dinámicas domésticas como respuesta.
Me da la impresión que muchos sistemas educativos han abandonado la idea de un modelo pedagógico, se han quedado huérfanos de fundamentos sociológicos, psicológicos y filosóficos; los que tienen un poco más de suerte y cuentan con un currículo nacional o estructural que establece un hilo conductor (Scop and Sequence); y la mayoría se limitan a enseñar con programas de estudio o libros de texto. Esto, desde las teorías gestálticas, ocasiona un fenómeno fractal o fragmentado; así los niños aprenden contenidos, conocen, pero no comprenden, no hilvanan y ni pueden aplicar lo que saben.
Vivimos una época de la “pedagogía de la nada” –anti pedagogía- esto significa que enseñamos sin una guía, sin un modelo, sin un sentido, sin un significado, sin un referente psicopedagógico o neurocientífico; lo único que nos interesa es que los estudiantes pasen un examen, obtengan una nota, si aprendieron o no, si les sirve lo aprendido para la vida o si es significativo, es otra cosa y no es problema del sistema educativo o de las instituciones educativas.
Esto nos lleva al fin último de la educación, a esa idea de formar ciudadanos realizados, felices y capaces, sensibles y solidarios, respetuosos del medio ambiente, tolerantes y democráticos. Pero para muchos se estudia solo para obtener un título y hacer dinero. Necesitamos una visión holística de estos ideales, posibles y necesarios 22 años educativos (3 pre-escolar + 12 básica y media + 5 universitario + 2 postgrado).
Hoy, en plena época de revolución digital, de cada 10 estudiantes que terminan educación básica, sólo 4 culminan el bachillerato y, de estos sólo 2 ingresan a la universidad. Una cifra espeluznante que hemos tolerado y seguimos tolerando; nada ha cambiado; y el sistema educativo tiene una alta cuota de responsabilidad. Llevamos más de 30 años hablando de “dignificación docente y de calidad educativa”, un discurso de mentiras, y a pesar de ello: 1) El docente sigue siendo el techo de la calidad educativa; y 2) ninguna sociedad será superior a sus universidades.
De nada sirve entregar computadoras, hacer escuelas e imprimir libros de texto si no resolvemos el gran problema de contar con docentes eficaces, éticos, dignificados y pedagógicamente competentes.
Lo mismo que le sucede a la selección de fútbol le pasa a la escuela; entrenamos, jugamos mal y perdemos; se necesita un verdadero proyecto…

Investigador Educativo/opicardo@asu.edu