Sísifo en Latinoamérica

Latinoamérica no aprende de su pasado y, como no lo hace, está condenada eternamente a repetirlo.

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Por Max Mojica

2019-10-22 9:50:04

De acuerdo con la historia, Sísifo fue castigado por su falta de piedad o, según otras fuentes menos amables, por esa mala maña que tenía de matar y asesinar viajeros.

En todo caso, cuenta la leyenda que con su último aliento le pidió a su esposa que cuando muriese no ofreciera el sacrificio habitual a los dioses, y ella —ni corta ni perezosa, quizás por que se ahorraría algunas dracmas— así lo hizo. El tema es que a los encargados del infierno no es gustó mucho el gesto, así que se quejaron con Hades para que lo castigara de forma ejemplar.

Hades, que no quería que se hiciera contagioso ese mal ejemplo administrativo de que un simple mortal se negase a pagar tributo a los dioses, le impuso un terrible castigo: lo condenó por la eternidad a subir una pesada roca en una inclinada ladera, solo para descubrir que cuando llegase a la cima, aquélla rodaría nuevamente cuesta abajo; solo para empezar de nuevo otra vez, desde cero. El castigo de Sísifo ejemplifica todos aquellos esfuerzos constantes, hercúleos, pero al mismo tiempo, absolutamente inútiles. Salvando las diferencias, parece que los dioses del Olimpo impusieron a Latinoamérica el mismo castigo que le impusieron a Sísifo: por toda la eternidad la región estará luchando intestinamente para conseguir paz, progreso, libertad y democracia, solo para cuando hubiese subido esa cima del progreso político y social, hacer de nuevo todo mal, para volver a perder lo obtenido mediante décadas de sacrificio, guerras y procesos políticos, y empezar otra vez desde cero. El caso más claro de lo anterior: Chile.

Desde la década de los Noventa hasta el inicio del segundo gobierno de Bachelet, Chile era la envidia de Latinoamérica. Todos habíamos asumido que los chilenos habían aprendido el catastrófico error de haberle apostado a un filo-comunista, discípulo de los Castro, amigo entusiasta de practicar una inflación galopante, corrupto hasta las cejas y enemigo del sector privado.

De la mano de Allende, Chile caminaba con paso seguro hacia el desastre, al cual, eventualmente, llegó. Muerto por su propia mano en el Palacio de la Moneda, dejó al país herido y profundamente dividido; endeudado, crispado y con un elefante burocrático sentado firmemente sobre las finanzas públicas.

Post Allende vino la época de los “Chicago Boys” que sacaron a Chile de la pobreza. El apostarle a la libertad económica hizo que su economía se recuperara de una forma casi milagrosa. El IVA como forma para gravar el consumo de una forma no acumulativa (recordemos que el IVA sustituyó al obsoleto sistema de timbres fiscales que repercutía en el precio de los bienes de consumo al adherirse al valor de éstos), así como el sistema privado de pensiones conocido como AFP, son producto de esa época de oro del liberalismo chileno.

Ahora, una nueva generación, que no conoció la tragedia vivida por sus padres y abuelos con Allende, regresa a las andadas, a reclamar lo mismo que reclamaban hace 60 años, causando la misma destrucción, la misma crispación, el mismo terror. Inversionistas, turistas y estudiantes, desesperados por abandonar el país, mientras los chilenos ven impotentes cómo su economía se va al desastre, mientras se raciona el agua, la electricidad y el combustible.

La cosa no llega hasta ahí: ya andan circulando memes militaristas, elogiando y añorando a Pinochet y su mano dura, como si regresar al militarismo opresivo y antidemocrático fuera la salida a los males que vivimos desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia.

¿Son los chilenos los únicos que no han aprendido la lección? Pues creo que no. México optó por un pésimo gobierno populista, bajo el mando de un viejecito chochón, buena gente y algo desvariado, que se esconde cuando los narcos salen de cacería en Culiacán. Nuestros hermanos nicaragüenses cuentan su propia historia, al haber removido a sangre y fuego al tirano Somoza, para abrazar entusiastas a un nuevo tirano, esta vez en la figura de los desquiciados esposos Ortega. Venezuela, Bolivia, Ecuador y Brasil cuentan historias parecidas.

Latinoamérica no aprende de su pasado y, como no lo hace, está condenada eternamente a repetirlo. Al igual que lo hicieron mis abuelos y mis padres, a mis hijos les tocará esforzarse para volver a subir la roca e intentar hacer que nuestro país progrese… solo para ver cómo rueda nuevamente cuesta abajo.

Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica