¡Un último paso para una mejor experiencia!

Para brindarte un servicio más ágil y personalizado, necesitamos que completes tu información de facturación.

Actualizar mis datos

Historias que importan, gracias a lectores como tú

El periodismo que hacemos requiere tiempo, esfuerzo y pasión. Cada reportaje es para mantener informado y contar historias que marcan la diferencia

Sucríbete y obtén acceso a contenido exclusivo

  
Suscribirme
EPAPER Especiales| Centro Histórico| Donald Trump| Selecta|Entretenimiento|

Sana polaridad

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Una de las razones de ser de la política es la gestión pacífica de conflictos, con la finalidad de alcanzar acuerdos que permitan la convivencia entre personas con intereses encontrados. Una de las razones de la guerra es la gestión de conflictos por medio de las armas, con la intención de hacer desaparecer al contrario o, al menos, despojarlo de su fuerza. 

Como sea, los conflictos son inherentes a la vida social. Por eso, aspirar a un manejo político de la comunidad por medio de la inhabilitación política del contrario es tan ilusorio, e ineficaz, como pretender que se instale el pensamiento único en la sociedad. 

No todo vale en política… no es lo mismo una gestión cuya finalidad sea erradicar los conflictos, que una que pretenda gestionarlos, administrarlos… y eso, precisamente, es lo que está llamada a hacer la democracia.

Así, mientras la tiranía pretende suprimir las desavenencias eliminando los opositores; al principio por medio de la muerte política, luego por la cancelación económica y por último por su desaparición física de la sociedad por expatriación o cárcel, para decir lo menos; la democracia no solo no pretende eliminar al que no piensa como la mayoría, sino tomarlo en cuenta para gestionar la res pública. 

Cae por su peso que una cosa es eliminar la polémica y otra aceptar  su obstinada presencia. Querer erradicar las controversias es al mismo tiempo hacer desaparecer la misma razón de la política. Sería, como se ha dicho, tirar el agua sucia junto con el bebé que se está bañando… O, también, matar al perro para eliminarle las pulgas. 

El fin de la política como actividad humana no es poner a todos de acuerdo, sino, como decía Hobbes, evitar una guerra civil; una afirmación muy matizable pero certera en su núcleo. 

Sin embargo, en un ambiente social y cultural en el que muchos pretenden más la uniformidad que la unidad, más la igualación por abajo que el reconocimiento de las diferencias, quien quiera imponer por la fuerza (de los votos, de las leyes, de la propaganda, de lo que sea) dicha uniformidad, no escapa nunca, al menos en el mediano plazo, de generar un problema bastante más serio que el que quería evitar. 

Eso de erradicar la polémica y el disenso es terreno común de los autoritarismos, como muestra tristemente la historia de las sociedades. ¿Por qué? Porque se mantienen en el poder aplastando lo diferente y jamás conviviendo con quien, desde una posición legítima y bien sustentada intelectualmente, los interpela. 

La polarización en las sociedades, entonces, no solo es inevitable sino muy sana, pues el hecho de que en su seno se den intereses contrapuestos, si bien no evita el conflicto, al reconocer su presencia y gestionarlo desde la racionalidad, posibilita la convivencia pacífica, y el progreso. 

Tolerancia, pluralismo, respeto, son realidades exigentes de sostener cuando quien detenta el poder se ve contradicho en sus intereses; pero es peor, contraproducente socialmente hablando, apostar por la intolerancia, la uniformidad y el desprecio del oponente.  

Sólo en una sociedad jurídicamente bien estructurada es posible la coexistencia de opiniones, intereses y teorías políticas. Y por lo mismo es imprescindible, para que la democracia tenga aire para respirar, que quienes detentan temporalmente el poder respeten el ordenamiento jurídico que les permitió alcanzarlo. 

La objetividad de la ley, los tribunales, los códigos, las Instituciones son auténticas camisas de fuerza para los que pretenden eliminar el conflicto desconociendo el derecho del otro a disentir. En cambio, para quien reconoce la dignidad de todos, y la realidad innegable de que en el seno de cualquier comunidad es imposible que haya unidad de pensamiento -pues cuando hay una cierta apariencia de unidad en realidad es que no se está pensando-, son instrumentos imprescindibles para alcanzar la convivencia pacífica de los ciudadanos.

Ingeniero / @carlosmayorare

KEYWORDS

Opinión Partidos Políticos Polarización Política Políticos Sociedad

Patrocinado por Taboola

Utilizamos cookies para asegurarte la mejor experiencia
Cookies y política de privacidad