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Larga vida al rey

Ese sistema permite evitar cualquier atisbo de absolutismo por parte del monarca, respalda el sentimiento popular por el que los ciudadanos se saben representados en las decisiones que toma el gobierno y garantiza la seguridad de que ni el monarca se inmiscuirá indebidamente en asuntos de política electoral o asuntos que no le competen, ni que el parlamento terminará por imponerse al rey abusando de sus funciones.

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Una vez serenado el eco mediático del fallecimiento de la Reina Isabel II, quizá sea hora de ver con un poco de perspectiva lo que supone un largo reinado para una nación tan poderosa como Inglaterra. Concretamente, considerar, a la luz de la historia, cómo las monarquías sostienen a las naciones, precisamente al estar por encima de la necesaria caducidad de las políticas de los gobiernos, de las circunstancias coyunturales histórico sociales, de estadistas incapaces y de genios de la política.


Hablar así de la monarquía podría llevar a engaño, si no se especifica que la casa real inglesa es una pieza clave de un sistema de gobierno “mixto”, pues se trata de una monarquía parlamentaria, en la que la representatividad de la población se logra a través de mecanismos típicamente modernos: la elección de los representantes populares por medio del voto, la presencia de partidos políticos, la periodicidad de las elecciones, la separación de poderes en el Estado, etc.


Ese sistema permite evitar cualquier atisbo de absolutismo por parte del monarca, respalda el sentimiento popular por el que los ciudadanos se saben representados en las decisiones que toma el gobierno y garantiza la seguridad de que ni el monarca se inmiscuirá indebidamente en asuntos de política electoral o asuntos que no le competen, ni que el parlamento terminará por imponerse al rey abusando de sus funciones.


De hecho, la última revolución política en Inglaterra tuvo lugar en el siglo XVII, una emancipación que terminó en la llamada Declaración de Derechos, que cerró definitivamente -hasta el día de hoy- la posibilidad de una monarquía absoluta en las islas británicas.

Desde entonces, la monarquía inglesa ha vinculado su misma existencia con la de la nación, de un modo tal que -basta ver la reacción de la gente a la muerte de su monarca- ambos: monarquía y pueblo han llegado a constituir una unidad inseparable. Un todo que se mantiene, precisamente, porque su aglutinante no es superficial o circunstancial, no está fundamentado en intereses más o menos mezquinos o generosos por parte ni de los reyes ni de los políticos;sino en el convencimiento de que la corona está al servicio de la gente, y en la seguridad por parte de los súbditos, de que tienen poder de control del Estado, a través de la representación.


¿Cómo es esto posible? ¿Cómo en el siglo de los resultados y de la eficacia, de la ciencia y del mercado como dios normador de las relaciones humanas, es posible que una realidad intangible como la monarquía no solo perdure, sino que se fortalezca?

La respuesta, naturalmente, es compleja. Pero algo de su solución puede entreverse al considerar el profundo sentido patriótico de los ingleses, la fundamentación teocrática de la corona (que no es baladí, y menos en un mundo secularizado), y la existencia de una clase política comprometida con el futuro de su nación. Además del necesario sistema de examen público que implica la periodicidad de las elecciones y -como no- la proverbial libertad de prensa que hay en el Reino Unido, y que posibilita que la gente esté no solo informada de lo que hacen sus gobernantes (realeza incluida), sino que pueda pedir cuenta de promesas y acciones.


En resumen, se podría decir que son dos los pilares que sostienen la realeza en Inglaterra. El primero podría ser marcar una cierta distancia entre la monarquía y la política, ocupando cada parte el lugar que le corresponde; y el segundo, del cual la actuación de la Reina ha sido paradigmática, es el sentido del deber en el ejercicio de la realeza.

No sin razón el depuesto rey Faruk de Egipto declaró en 1950 que dentro de cien años solamente quedarían cinco reyes en el mundo entero: el rey de Inglaterra y los cuatro de la baraja…

Ingeniero/@carlosmayorare

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