La vulgarización de la política

¿Estamos obligados a vivir en el reino de la vulgarización de la política y la muerte de la academia? Creo que no. Es nuestro deber procurar que cuando nosotros transmitamos nuestras ideas, respondamos a los insultos y bajezas con la serenidad propia del hombre educado

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Daniel Ortega acompañado de la vicepresidenta y primera Dama de Nicaragua, Rosario Murillo. Foto / AFP

Por Max Mojica

2021-06-22 6:54:51

Lo que realmente nos hace diferente de los mamíferos superiores es la capacidad que tiene el Homo Sapiens, como especie, para transmitir ideas. Mamíferos inteligentes como las ballenas o los elefantes transmiten conocimiento, pero la información que logran transferir es limitada: a donde se ubican los mejores lugares de apareamiento, alimentación o protección; pero el conocimiento acumulado como especie no se logra transmitir adecuadamente bajo el acto cotidiano que los humanos llamamos “educación académica”.
Cada generación de humanos cuando asistimos al colegio o a la Universidad, para utilizar la expresión del científico Stephen Hawking: “nos paramos sobre hombros de gigantes”, refiriéndose a que todos aprovechamos las ideas, conceptos, diseños y creaciones de los grandes filósofos, matemáticos, científicos, políticos, teólogos, escritores, etc. que han vivido en los siglos pasados y que nos las han legado para lograr, mediante ellas, convertir a este mundo en un mejor lugar a donde vivir.
El conocimiento acumulado por la Humanidad es un verdadero tesoro de ideas intangibles. Pero ese conocimiento está depositado en una caja fuerte que lo conserva celosamente y que tenemos que abrir… eso sí, es una caja fuerte amable, que se abre de par en par para todo aquel que quiera hacer el simple esfuerzo de leer y estudiar.
El conocimiento acumulado no se transfiere de manera infusa ni milagrosa. Tampoco porque un individuo determinado sea simpático, ni mucho menos por que esa persona sea enormemente popular o haya sido electa por una abrumadora mayoría. Quien no sabe, no sabe, punto. Y eso aplica para todos: desde la señora que conoce cómo hacer una deliciosa sopa de gallina, al mecánico que conoce cómo reparar un motor, al doctor que conoce cómo realizar una operación de corazón abierto.
Por mucho que yo tenga toda la buena voluntad del mundo, realmente no sabría cómo pilotear un avión o administrar un banco. Y no es que no sea capaz de hacerlo, simplemente tendría que tomarme el tiempo para estudiar, practicar y prepararme para desempeñar adecuadamente cualquiera de esas actividades que he mencionado.
En El Salvador desde hace años, pero de forma más notoria bajo el gobierno de Nuevas Ideas, estamos viviendo lo que yo llamo “una acelerada vulgarización de la política”, junto a un amplio y cada vez más marcado desprecio por todo lo que huela a “conocimiento académico” y “pasado”.
Nuestra actividad política nacional se ha vulgarizado porque vulgares son algunos de sus más notorios comunicadores, patanes que, sin vergüenza alguna, insultan a mujeres, personas de la tercera edad, a destacados empresarios, miembros de la academia, a representantes de iglesias y, por su puesto, a los opositores.
A pesar de que nuestra sociedad es reaccionaria y violenta, desde la firma de los Acuerdos de Paz, pudimos respirar un poco y aspirar a crear una convivencia civilizada, en donde nuestras diferencias pudieran ser administradas sin agarrarnos a balazos, sino mediante discusiones, propuestas y “toma y da” a nivel político, a donde cada parte cedía algo para poder encontrar un consenso.
Ahora involucionamos al reino del insulto, donde el que se atreve a disentir es tratado de la forma mas baja y vulgar, que yo, al menos, no había visto en la historia reciente de nuestro país. La actividad política se ha sumergido en oscuro y denso pantano, en el cual, en palabras del abogado Herman Duarte, “se extraña el comportamiento sereno y elegante del hombre educado”.
En ese mundo distópico, el pasado y sus lecciones, incluyendo las que se aprenden en las aulas, es despreciado por una horda de fanáticos cuyo mérito es ser aquel que insulta más y peor y quien obedece más rápido y sin rezongar ni cuestionar las ideas que se le impongan. Todo sin discusión ni análisis y sin sopesar las consecuencias que esa acción pueda traer al país.
¿Estamos obligados a vivir en el reino de la vulgarización de la política y la muerte de la academia? Creo que no. Es nuestro deber procurar que cuando nosotros transmitamos nuestras ideas, respondamos a los insultos y bajezas con la serenidad propia del hombre educado, esperando que esta época oscura que atraviesa nuestro país pase lo más pronto posible.

Abogado, Master en leyes/@MaxMojica