Repite, repite, repite… algo queda

Las repeticiones son más fácilmente procesadas —y por lo mismo comprendidas— por las mentes simples. Tanto así que logran que los criterios se den vuelta: no es que por ser verdaderas son repetidas por todos, sino que por ser reiteradas por muchos terminan por ser “verdaderas”.

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Foto: COES

Por Carlos Mayora Re

2019-07-26 7:02:50

Parecería que es de sentido común que repetir una falsedad mil veces no la convierte en verdad. Sin embargo, también se tiene la experiencia de que a fuerza de ser reiterada, al cabo del tiempo cualquier ambigüedad puede resultar, como mínimo, verosímil.

Tanto que uno puede terminar por pensar que cada vez nos importa menos que nos conste lo que nos dicen, mientras damos más relieve a la categoría de quién nos lo dice: si el mensajero es una persona que goza de nuestra confianza, o tiene cierto prestigio, es un medio de comunicación serio, o una red social, da la impresión de que estaríamos propensos a creer a ciegas los asuntos.

En estos días he podido leer el resultado de un reciente trabajo académico publicado por tres investigadores de las universidades de Vanderbilt, el MIT y la University of Regina, respectivamente.

Su tesis de trabajo es que —contrario a lo que podría pensarse intuitivamente— cuando las personas se enfrentan con afirmaciones obviamente verdaderas o falsas, la repetición insistente de las mismas puede llegar a convertirlas en sus contrarias para la mente de quien las escucha, una situación que es más probable si se afirman o niegan ambigüedades y si se reiteran con insistencia.

¿Cómo decidimos si lo que se nos dice es verdadero o falso? Se preguntan al principio del estudio. Después de tres décadas de investigación, concluyen que importa mucho más la constancia y la repetición con que nos enfrentemos a lo que nos dicen, que la credibilidad misma de lo que nos cuentan.

Una conclusión muy importante en un mundo en el que los “voceros” de las verdades son los políticos, los activistas de causas que a todas luces están promovidas (y financiadas) por intereses particulares, los apóstoles de ideologías sociales, los publicistas, los medios de comunicación, y tantos otros que salen ganando —ellos o sus organizaciones— con nuestro asentimiento a sus propuestas, por muy descabelladas o contrarias al sentido común que puedan llegar a ser.

Las repeticiones son más fácilmente procesadas —y por lo mismo comprendidas— por las mentes simples. Tanto así que logran que los criterios se den vuelta: no es que por ser verdaderas son repetidas por todos, sino que por ser reiteradas por muchos terminan por ser “verdaderas”.

Esto es tan interesante que si, además, se le suma el impacto emocional a la repetición ad nauseam de algo que quiere presentarse como verdad: como por ejemplo las consecuencias del cambio climático en los “vulnerables” osos polares, clasificar la maternidad como una enfermedad y no como una bendición, equiparar todas las formas de amor que los seres humanos podemos experimentar hasta vaciar de contenido el término… etc. El resultado, y por lo mismo el convencimiento de que algo es verdadero, no solo es más significativo, sino que necesita menos repeticiones para instalarse en la sociedad como “verdad” indiscutible.

Esto es tan comprobable que, por ejemplo, cuando una persona intenta excusarse, o justificar un fallo personal en relación a otro, el recurso a repetir una y otra vez la descripción de lo que ha pasado, o a absolverse una y otra vez con las mismas palabras es muy frecuente. Quizá porque piensa que la repetición le dará credibilidad, ya que no tiene otro modo de explicarse.

Los psicólogos sociales, los publicistas, los responsables de manejar campañas políticas y/o la cara externa de los gobernantes, así como los encargados de sembrar “hechos” en la conciencia colectiva, están muy al tanto de lo que venimos diciendo; y por ello utilizan el recurso de la repetición —y el de la repetición acompañada de emociones hasta, incluso, caer en el insulto— cada vez con mayor frecuencia. Y logran que la gente no sólo les crea, sino que incluso defienda auténticas patrañas.

Ingeniero

@carlosmayorare