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El valor de cada uno

Todos nos hemos enterado de casos de personas detenidas cuya única culpa ha sido pertenecer a determinado grupo de edad, en vivir en determinada zona. Muchos no llegan a entender esto hasta que la situación les toca directamente, hasta que sufren en carne propia.

Por José María Sifontes
Médico siquiatra

¿Cuánto vale la vida de un ser humano? ¿Cuánto valemos los salvadoreños? Si le preguntáramos esto a cualquier persona diría automáticamente que la vida de cada persona es invaluable, que no se puede medir en términos monetarios, que su valor es mayor que cualquier cálculo. ¿Es esto así? En teoría los seres humanos, ubicados en la parte más alta de la escala filogenética, como seres con conciencia, con una serie de derechos desde la concepción y a lo largo de toda la vida, valemos más que cualquier otro ser vivo, sin distinción de raza o de posición social, pero ¿es así en la realidad? No lo pareciera, como que en la vida real existen unos que valen más que otros.


Parte de ese valor que cada persona tiene está dado por percepciones y por factores históricos y sociales. El Estado tiene mucho que ver con la percepción que se tiene de cada ciudadano, de cuánto vale como individuo en la sociedad. De forma sutil pero determinante puede subir o bajar el valor intrínseco de cada persona bajo su dominio y tutela. Cuando el Estado suprime derechos a los ciudadanos, por cualquier fin, abarata la vida, no sólo de algunos sino de todos. Es así que cada uno llega a valer menos, que es suprimible.


Viene a mi mente un pasaje de la película Corazón Valiente en la batalla de Falkirk. Ingleses y escoceses ya estaban peleando cuerpo a cuerpo y el rey inglés, Eduardo Piernas Largas, manda a los arqueros a disparar. El jefe del ejército le dice “pero, Majestad, mataremos muchos de los nuestros”. Y el rey replica: “Sí, pero también a los de ellos, tenemos reservas”. Es así como la vida puede llegar a valer tan poco.


El Estado, además de ostentar el poder, ejerce un papel modelador en la sociedad, se le toma como una representación de lo que es permitido hacer. Por ello es que debe tener gran tino con lo que expone y con lo que hace. Los poderes que están bajo su mando lo toman de guía, y limitan sus actuaciones a lo que se les manda, pero también a lo que ven. Si con el afán de disminuir la criminalidad los miembros de los que están encargados de combatirla de modo directo usan métodos parecidos a los que usan a quienes combaten, ¿cuál es entonces la diferencia entre unos y otros?


Está muy claro que los salvadoreños de bien, que son la inmensa mayoría, desde hace mucho tiempo han deseado que los grupos criminales desaparezcan, que se pueda vivir y trabajar en paz, que su vida no dependa de la voluntad de otros. Pero también desean que haya justicia, que paguen los que deben y que no paguen los que nada deben. Todos nos hemos enterado de casos de personas detenidas cuya única culpa ha sido pertenecer a determinado grupo de edad, en vivir en determinada zona. Muchos no llegan a entender esto hasta que la situación les toca directamente, hasta que sufren en carne propia. Es entonces cuando la persona deja de ser un número, una contingencia, y se vuelve alguien con nombre y apellido.


Si pensamos que cada ser humano tiene un alto valor, que cada salvadoreño vale tanto como un sueco o un inglés y que el Estado mediante sus acciones lo haga ver, entonces entraremos en otra etapa como país.


Médico Psiquiatra.

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