Las especies que habitan en el Twitter

Los troles son un simple subproducto, un derivado indeseable de la revolución digital de la información.

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El vuelo GU-901 se dirigía a Managua, Nicaragua, cuando se perdió en la ruta debido al mal tiempo. Foto/ Archivo EDH

Por Max Mojica

2020-08-09 4:28:10

A la usanza de los científicos que han desarrollado extensas clasificaciones de las especies y subespecies que medramos en este mundo, intentaré esbozar las características de los seres que viven en un mundo virtual —pero no por ello menos real— llamado Twitter. Esta red social tiene vida propia, sus usuarios nacen, se desarrollan, interactúan, se enamoran, se enojan, expresan sus más inconfesables pasiones, odios o rencores y, eventualmente, cuando el tiempo es propicio, se reproducen o mueren.
En la red existen dos grandes grupos: los usuarios reales y los troles. En mi intento de brindar una clasificación a las especies que pululan en esta red social, he llamado “usuarios reales” a aquellos a quienes se les puede identificar ya sea con rostro, nombre o apellido real. Estos tienden a expresar todo tipo de emociones o pensamientos, que pueden ir desde el más cursi y anodino “¡buenos días mi gente!” hasta un análisis que pretenda englobar en 140 caracteres las posibles consecuencias de la nacionalización de las pensiones, las bondades de la lactancia materna, el problema que se nos viene con la deuda adquirida para construir un hospital en CIFCO o los increíbles beneficios que tiene el aguacate para el cutis. Todo se vale.
Independientemente del contenido del mensaje, los usuarios reales tienen una característica que los distingue: se hacen responsables de lo que exponen, de la idea que enuncian o de la denuncia que realizan. Ello hace que actúen con auto regulación ética, ya que pueden terminar en los tribunales si se prestan a emitir una denuncia o hacer un señalamiento que, al ser falso, doloso, calumnioso, incorrecto o malicioso, pueda dañar la imagen, la reputación o el buen nombre personal o comercial de un tercero, todo lo cual trae aparejada lógicas consecuencias legales.
Por tanto, a ellos se les puede exigir reparación por los posibles daños y perjuicios causados, o solicitar las necesarias explicaciones o disculpas públicas por los enunciados realizados.
Los troles son otra cosa, o para ser expresado en términos biológicos, son un animal diferente. Es fácil distinguir a un usuario real de un trol, tan fácil como lo es distinguir a una ballena de un mono araña. Los troles son como los virus: se insertan en el mundo virtual de Twitter no para aportar ideas o contribuir a un intercambio saludable de planteamientos económicos, políticos o sociales, sino que actúan como portadores y transmisores digitales de los más bajos instintos que en sus cuentas toman forma de insultos y difamaciones; su tracto digestivo fagocita reputaciones; su preferencia por la mugre hace que, desde un cobarde anonimato, puedan enlodar a sus atribuladas víctimas, al atribuirle falsos vicios o conductas vergonzosas a la vez que irreales. Estos troles realizan actos tan viles y rastreros, que avergonzarían hasta una cucaracha.
En cambio los usuarios reales son la quintaesencia de la libertad de expresión. Ellos representan la más clara expresión del empoderamiento ciudadano que, teniendo los canales de comunicación social adecuados, logran sacudir la opinión pública, así como poner en jaque a la clase política, la cual no los puede ni controlar ni callar. Los usuarios reales constituyen un ejercito sin bandera, que expresa sin tapujos sus más sentidas necesidades y opiniones sociales, políticas y económicas; y que a su vez constituyen todo un equipo no coordinado de audaces reporteros ciudadanos, convirtiendo cada teléfono inteligente en un lente que lo escruta todo.
Los troles son un simple subproducto, un derivado indeseable de la revolución digital de la información. Todos los que nos atrevemos a opinar en público hemos aprendido a convivir con ellos, en algunos casos, hasta uno se encariña con el trol que le han asignado (de la misma forma que uno puede llegarse a encariñar con el tacuazín que vive en su patio), y es que al final de cuentas, todos los que sufrimos sus ataques, sabemos que el problema real no son ellos —ya que no son más que empleados preocupados por su cheque quincenal—; el problema real son los oscuros intereses políticos y económicos que los financian y los comandan. Y solo para desgracia de tales oscuros intereses, a la larga, también los llegamos a conocer por su nombre y apellido.

Abogado, máster en Leyes. @MaxMojica