¿Qué enseñamos, qué evaluamos?

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El defensa turco Merih Demiral, fichaje de 21 años de la Juventus, sonríe junto al portugués Cristiano Ronaldo (D.). Foto EDH / Cortesía Juventus FC

Por Jorge A. Castrillo H. 

2019-08-23 6:15:45

En una gustada entrevista radial matutina, escuché decir al señor Presidente del Comité Olímpico de El Salvador, el muy respetado Eduardo Palomo, que se debería destinar una hora diaria para el deporte en todas las instituciones educativas del país. El buen Guayo lo ha venido diciendo, es verdad, desde hace años. Me parece que ahora lo dice más fuerte aprovechando el momento de las medallas en los Panamericanos de Lima y con el orgullo a flor de piel por haber colaborado desde el COES para que Enrique Arathoon, nuestra estrella deportiva en vela, haya conseguido un puesto para participar en regatas para las próximas olimpiadas de Tokio.

En el mismo extremo del dial, tuve el gusto de escuchar el vozarrón de la maestra mezzo soprano Connie Palacios comentando distintos aspectos de su vida artística. Por ejemplo, nos informó que un artista de su talla solo puede empezar a cantar cuatro o cinco horas después de levantado, de forma que para poder cantar en el programa, tuvo que despertarse a las 3 y media de la mañana. Imagino que Connie brincaría de contento si en nuestras escuelas se enseñaran más en serio las artes. Hace algunos años estuvo a punto de aprobarse en la Asamblea Legislativa una ley que obligaría a las escuelas de este país a la lectura diaria de la Biblia. La ley no pasó, pero imagino que no sólo se limitaba a la lectura de la Biblia, hablaría también de la formación de los estudiantes en la religión.

Otras voces quieren que se eduque a nuestros jóvenes en el cuidado del planeta y medio ambiente; otras, en tecnologías de la información; otras piden que se enseñen valores; los empresarios, que se eduquen para el trabajo y la competencias blandas; otras más, en los métodos anticonceptivos; otros en la inteligencia emocional. La lista es interminable. ¿Qué enseñamos? ¿Qué será lo que más les servirá? Hay estudios e investigaciones que sugieren algunas sendas, pero ¿quién tiene la bola de cristal para saber -sin asomo de duda- lo que realmente les servirá? Problema para los curriculistas quienes deben distribuir, en un tiempo determinado (200 días de clases anuales, por ahora), lo que los alumnos han de aprender. Esto es como un presupuesto: no alcanza para comprar todo lo que quisiéramos, debemos escoger en qué invertir prioritariamente. Y lo que se pretenda enseñar, ¡pues habrá que evaluarlo al final!

Un colegio de la capital, que realmente trata de hacer bien las cosas, ofreció este viernes a sus estudiantes de último año de bachillerato la oportunidad de demostrar lo que habían aprendido durante los últimos años. El examen es administrado por medio informático: cada estudiante frente a una computadora escoge el orden en que responderá, tanto a las asignaturas de la prueba como a las preguntas de cada asignatura. Fui invitado a presenciar ese examen y lo agradezco mucho. Pasados los minutos iniciales de natural nerviosismo, gracias a mi aguzada capacidad de observación, fui capaz de sentir (no sólo de observar) el progresivo involucramiento y concentración de los estudiantes en el esfuerzo por responder a las 100 preguntas de la prueba, todas de opción múltiple. A diferencia de la PAES que evalúa las cuatro asignaturas básicas (Matemática, Estudios Sociales, Lengua y Literatura, Ciencias Naturales) en este colegio también examinan Informática, Estadística, Inglés, Orientación para la Vida y Seminario de Investigación. Educación Física quedó fuera este año pero me dicen que el otro año se incluirá en la evaluación.

Contaban los estudiantes con tres horas como tiempo mínimo y cuatro como máximo para responder a toda la prueba. Yo pensé que, con lo reacios que se han vuelto los adolescentes para trabajar concentradamente, tendrían problemas para mantenerlos quietos trabajando. ¡Estaba equivocado! Me sorprendió muy gratamente ver un grupo tan grande (dividido en tres salones distintos) trabajar tan concentradamente en su evaluación. Nadie salió antes. Hubo quien, a las dos horas con cincuenta minutos dijo haber terminado, con lo que tuvo tiempo para revisar su prueba antes de enviar sus respuestas. Tampoco hubo intentos de copia (el programa les complica copiar: ni las preguntas ni las opciones de respuesta se presentan en igual orden a cada estudiante). No conozco los resultados del examen aún, pero estoy seguro que las caras de esos estudiantes denotaban el gozo de todo aprendiz: tomar consciencia de lo que ha aprendido y demostrarse que el tiempo invertido no ha sido en vano.

El aprendizaje académico no se les da bien a todos, así como a las olimpiadas no van todos los deportistas, van los mejores. Pero “para descubrir a los mejores -dijo Palomo a Pencho- tenés que ponerlos a todos a hacer deporte y sólo después de un tiempo, se puede saber a quiénes tenés que apoyar especialmente”.

Al velerista estrella lo envió a Nueva Zelandia, gracias a su amistad con el Presidente del Comité Olímpico de esa nación. Y ahora lo está preparando para que se dedique profesionalmente a las regatas. Sigamos ese ejemplo. Eduquemos bien, queridos profesores, a todos nuestros estudiantes. Identifiquemos a los que harán bien prosiguiendo un camino académico, quiénes serán más felices con un camino técnico, quiénes harán bien dedicándose a los negocios; no todos somos iguales. Pero no le neguemos a nadie la oportunidad de sobresalir y conseguir la excelencia si así quiere hacerlo. Y eso sólo es posible mediante una buena evaluación.