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Lo que ganaríamos si los candidatos a puestos públicos pasaran por una evaluación así, pensé para mí

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La noche del viernes fue dado de alta un niño de 8 años tras recuperarse de COVID-19 en el Hospital Nacional de NIños Benjamín Bloom, según el Ministerio de Salud. Foto EDH/ Ministerio de Salud

Por Jorge Alejandro Castrillo Hidalgo

2020-11-20 7:58:48

La semana que termina culminé en la clínica varios procesos de evaluación de adolescentes y adultos que me volvió a recordar el camino —largo para mí, corto para la ciencia— que ha recorrido esta bella profesión con la finalidad de ayudarnos a entender mejor a los seres humanos con los que entramos en contacto profesional. La evaluación psicológica, por ejemplo, ha cambiado mucho desde cuando tomé contacto con ellos desde la perspectiva del evaluado: iniciaba apenas mi bachillerato cuando se nos ofreció la oportunidad de someternos a un proceso de orientación vocacional. Recuerdo luego, ya como estudiante universitario de tercer año, mi excursión a la librería de la Universidad Nacional para adquirir, por la friolera de 26.75 colones, el texto clásico de A. Anastasi, “Tests psicológicos”. La fecha de compra que escribí en la página primera (23/oct/79) me indica que lo tengo que haber tenido visto desde inicios del ciclo, en agosto, pero que logré comprarlo sólo después de mi cumpleaños.
De aquellos años a la actualidad —medio siglo después— el estado del arte es tan distinto como lo es el estado de la ciencia en la psicología: otrora nos tocaba pasar horas enteras aplicando plantillas sobre los protocolos de respuesta, ahora esas tareas las realizan las computadoras. El avance de la tecnología, pero también el deseo de las editoriales por minimizar la descarnada piratería que se hacía de las pruebas, ha tornado esta disciplina en algo aparentemente más sencillo pero que debe ser un calvario para los nuevos profesionales que solo atinan a quejarse por el alto costo de las pruebas. Nosotros tuvimos la oportunidad de entender —tanto teórica como prácticamente— el proceso de elaboración de los instrumentos. Por eso, y por la experiencia ganada durante estos años de práctica ininterrumpida de la profesión, somos capaces de interpretar las contradicciones que arrojan los reportes interpretativos generados por los programas computarizados. Esta semana, tanto en las evaluaciones de adolescentes como en la de los altos ejecutivos de una empresa extranjera, ese conocimiento me valió poder interpretar adecuadamente los resultados y ofrecer una explicación consistente.
Las Guerra Mundiales, tanto la Primera como la Segunda, ante la necesidad imperiosa de los estados por conformar ejércitos numerosos, incentivaron el avance de la evaluación psicológica. Cierto es que las más requeridas en esas circunstancias fueron las pruebas de habilidades y de inteligencia: se trataba de dilucidar si los reclutas podrían o no desempeñar bien las tareas exigidas por algunos puestos de mando o si serían capaces de leer los instrumentos o manipular los mandos de algunas maquinarias bélicas. Entonces (1918) se desarrollaron, bajo la conducción de Robert M. Yerkes, los ahora famosos Army Tests, alpha (para quienes sabían leer y escribir) y beta (para quienes no podían hacerlo, que no eran pocos). La aventura no cursó sin incidencias: varios altos mandos reclamaron por el hecho que no se permitió hacer los cursos de oficiales a los mandos que habían obtenido bajos puntajes. El paso fundamental de aquel momento consistió en pasar de la evaluación individual de la inteligencia originada en Francia años antes (Binet y Simon) a la evaluación simultánea de 200 y más candidatos al mismo tiempo. Como Perogrullo podría afirmar, hay que saber que la fina distinción que se puede hacer en la evaluación individual se pierde en la evaluación grupal, de la que sólo se obtienen categorías gruesas en las que se distribuyen a los evaluados.
La evaluación de la personalidad tomó impulso también pasada la Primera Guerra Mundial. En boga desde finales del siglo pasado, la prevalencia de la teoría psicoanalítica, que con su postulado básico de la mente inconsciente originó la producción de “test proyectivos” como el de las manchas de tinta de Rorschach (1921), el Test de Apercepción Temática de Murray (1935), o el Dibujo de la Figura Humana de Machover ( 1949). En estos tests se presentan estímulos ambiguos que provocan respuestas manifiestas en el evaluado que se registran cuidadosamente al pie de la letra puesto que luego deberán ser interpretadas por el profesional para revelar la supuesta carga inconsciente que contienen. Dicha teoría fue disputada duramente por el surgimiento de otras concepciones teóricas que, oponiéndose a la idea fundamental del inconsciente, se plantearon explicar la conducta humana desde conceptos conscientes y observables para lo que tuvieron que desarrollar el propio instrumental práctico. Allport, Eysenck y Cattell destacan en estos desarrollos con sus distintas formulaciones sobre los rasgos de la personalidad. Verdaderos titanes creativos e investigativos.
Lo que ganaríamos si los candidatos a puestos públicos pasaran por una evaluación así, pensé para mí. La base teórica es que todos compartimos en mayor o menor medida una serie de rasgos comunes. Pero lo cierto es que cada uno de nosotros es único. Esa singularidad es la que develan estas pruebas.

Psicólogo/psicastrillo@gmail.com