Docencia

Felicidades al buen docente salvadoreño, es la piedra que han desechado los constructores. No se desanimen. Cada alumno que logren motivar los hace más humanos.

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Edson Arantes do Nascimento, Pelé. Foto EDH / Archivo.

Por Jorge A. Castrillo H.

2021-06-25 4:43:00

La conocí el siglo pasado. Si la memoria no me falla, el primer contacto lo tuve en la clínica de psicología que yo dirigía y a la que ella llegó espontáneamente: quería colaborar como supervisora de estudiantes. Acababa de regresar de su maestría y trabajaría en el Departamento de Psicología. Además de la atención clínica, me dijo que también le interesaba la educación y la psicología educacional, la investigación y la docencia, el trabajo social, y –quizás sobre todo lo anterior- estaba interesada en aprender. Y en enseñar. Y en ayudar a quien pudiera, agregaría yo ahora que lo veo en retrospectiva. Años después sacó una segunda maestría, ahora ya es doctora en Psicología. Es de las personas más intensas, más honestas y cristalinas, más responsables, entregadas y dedicadas que he conocido. Trabajamos juntos en el equipo que integró la UCA para colaborar con la gestión de la ministra Gallardo en el Ministerio de Educación. Su amor por la docencia no se limitaba a las múltiples lecturas que había hecho, a las clases que había tomado o a las estupendas clases que daba. Se extendía a sus hijos, a sus compañeros de trabajo, a las personas en general. Alguna vez llegó tarde a las reuniones porque le estaba enseñando el reloj a su empleada doméstica, a leer a algún empleado de servicio, o cómo llevar un presupuesto a alguna otra persona. Muchas veces la vida le dio limones, pero nunca la vi bajar la guardia, decaerse o deprimirse. No sé cómo hacía, pero siempre andaba alegre, animosa. No olvidaré nunca sus contagiosas carcajadas cuando contaba o escuchaba una historia chistosa; sus negros cabellos, dóciles y brillantes; su tez clara y frente amplia; sus ojos grandes, negros y vivaces. Las más de las veces, prudente al hablar; puntual las menos, con un pensamiento ordenado y ocurrente. Vive fuera desde hace años. Aunque extraño las largas conversaciones que teníamos, mi cariño y respeto por ella siguen incólumes. Cuando oigo hablar de fuga de talentos, pienso en ella. ¡El bien que estaría haciendo: la universidad perdió a una de sus mejores piezas, el país a una estupenda psicóloga y catedrática!
Hemos conversado recientemente sobre la experiencia de la docencia virtual. Ella, además de dirigir una ONG, atender su propia clínica y su casa, enseña en una universidad de su localidad. No me extrañará que dentro de poco le otorguen alguna distinción especial. “Con algo de vergüenza, te lo confieso, pues yo no creo ser la profesora tan especial que dicen que soy. Sobre todo, ahora con esto de la cuarentena que tuvimos. Yo no he hecho tantos cambios en mi forma de dar clases como la literatura al respecto sugiere. Yo sigo haciendo lo que siempre me dio buenos resultados: 1. Estudio bien el tema que voy a enseñar, 2. empiezo y termino mi clase a tiempo (no te burlés, acá me he hecho bien puntual), 3. tomo lista en cada clase, lo que me ha permitido acercarme a los alumnos aunque no tengamos clases presenciales, 4. mando lecturas académicas que exijo que lean (me aseguro de ello y hago preguntas durante la clase, personalmente dirigidas), 5. exijo respeto para las opiniones y participaciones de todos, 6. explico a quienes necesitan explicación (vos te acordás lo paciente que soy para eso), 7.desnudo sin miedo a quienes no han estudiado y pretenden hablar garabato (aquí también hay alumnos haraganes y pajeros, no creas), 8. exijo en las evaluaciones que demuestren lo que han aprendido. 9. Les hago llegar al inicio del curso el programa que voy a desarrollar, con los objetivos de aprendizaje bien claros (sigo usando la Taxonomía de Bloom que usábamos para la PAES) y me atengo a esa programación; 10. Nunca pierdo mi buen humor (estos cheles parecen desabridos, pero de vez en cuando son muy ocurrentes). En fin, creo que esas son las claves de una buena docencia. No te engaño: sigo sufriendo cuando me toca calificar muchos trabajos sobre el mismo tema (prefiero ofrecerles tres temas del curso, los hago trabajar en tríos y aparto clases para evaluarlos oralmente). Sigo odiando el papeleo administrativo que hay que hacer al inicio y fin de cada ciclo; pero se me pasa cuando recuerdo la experiencia mágica y enriquecedora que es ver sus expresiones de curiosidad, ser testigo de los sueños y retos de mis estudiantes, quienes a veces tienen tantas barreras para asistir a clase pero que aparecen una y otra vez, cansados, contentos, con ganas de aprender. Encontrarlos años después en la vida, que te cuenten cómo han seguido avanzando en sus caminos y que te agradezcan por haber sido el peldaño que les ayudó a enamorarse del estudio y su carrera, ¡Eso no tiene precio, mi querido amigo! Y, desde luego, mucha pasión, vos lo sabes bien ¡esto me encanta y me da vida!”
No lo dudo. Ella sí estudió a fondo la teoría del Aprendizaje Significativo que sustenta los programas de estudio oficiales del MINED. Y sabe aplicarla. Eso hay que exigir a un buen docente: conocimiento del tema y su didáctica, responsabilidad y entrega en el desempeño de su trabajo, pasión por la gente. Como dije el año pasado celebrando esta misma fecha: la docencia es amor. Felicidades al buen docente salvadoreño, es la piedra que han desechado los constructores. No se desanimen. Cada alumno que logren motivar los hace más humanos. Y, para los con fe, más divinos. ¡Salud!

Psicólogo/ psicastrillo@gmail.com