El divorcio del presidente

El autócrata presidente se ha divorciado de su Pueblo y cree que la vida de lujo será eterna, pero se equivoca

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Will Salgado. Foto archivo EDH/Mauricio Cáceres

Por José Miguel Fortín Magaña

2020-07-20 7:01:26

Si alguien piensa que acá hablaremos de una separación conyugal del señor Bukele y su esposa, se equivoca; aunque no apostaríamos que ningún matrimonio fuera a resistir el embate del tiempo, con una persona con tales fallas del carácter como las que adolece el gobernante, sumado a la ira sin control, que evidencia en sus tuits; pero al fin y al cabo, esa es la vida de ellos y solo a la pareja le importa. Acá hablaremos de algo más; acá nos referiremos al divorcio del mandatario con su Pueblo.
Acaso desde el principio se dibujaba en la sociopatía un desinterés marcado por lo que a los demás les pasaba; pero asesorado por gente conocedora del manejo público, se mostraba aparentemente próximo a la gente y aunque nunca toleró acercarse mucho a los votantes o chinear a los hijos ajenos, sí aceptó hacerse cientos de fotografías, con las que se sentía más importante, al ser él el centro de atracción. El problema se profundizó con la pandemia, durante la cual empezó a experimentar un temor sobrenatural a la enfermedad y por la que se recluyó quién sabe dónde, para que nadie fuera a contagiarlo.
Durante el proceso psicológico del aumento del miedo, producto de esa personalidad enferma que posee, la paranoia fue aumentando y pronto dejó de entender la diferencia entre enemigos reales e imaginarios, por lo que su escolta se convirtió en una verdadera Guardia Pretoriana, francotiradores incluidos. Así en sus últimas apariciones durante la epidemia, como en “Aguas Calientes”, se hizo rodear de militares y civiles armados hasta los dientes, que observaban a los espectadores listos para disparar ante cualquier sospecha, impidiendo además que nadie osara acercarse al César.
Lo más odioso, acaso inaguantable, ha sido su aparición en Tecoluca, donde llegó en un helicóptero de lujo —y aquí lo increíble— rodeado por otros, como si fueran carros seguidores, acaso para evitar que cualquier pajarito que no fuera golondrina intentara asesinarlo. Durante todo el trayecto mandó a que lo fotografiaran y ordenó un video del descenso de las naves y cómo los militares le rendían pleitesía.
En su locura, el presidente exige sumisión absoluta de sus subalternos y ya no escucha a nadie que se le oponga medianamente o adverse sus mandatos. Ha dejado de oír a todos los que le rodean, a menos que sea para cumplir sus caprichos; y ha llevado al país a una bancarrota de la que difícilmente saldrá.
Su divorcio es con el Pueblo; no tiene la mínima idea de lo que la gente necesita y repite simplemente que “los mismos de siempre” le quieren dañar, o que el 3% quiere que él fracase, o que pronto activará la fase número un millón de su plan de control territorial y que nunca lo hará con la fase 2 de la reactivación económica. Ha llegado a tal ceguera que este personaje cree que el Estado es él mismo; y cuando se refiere a las necesidades de la población (ya antes lo hemos escrito) piensa que las suyas, identifican los deseos de la gente; y así pregona el odioso estribillo de “no lo digo yo, lo dice el Pueblo”.
Pero la verdad es otra: mientras el primer empleado de la República viaja rodeado de una decena de coches seguidores, con doscientos guardaespaldas; o en helicópteros flanqueados por otra docena de naves; mientras come langosta en Miami con el embajador, la gente se muere por hambre y por la carencia de medicinas. No hay ni oxígeno en los centros de salud y los médicos y enfermeros fallecen en las condiciones más abyectas. La situación es desesperante.
El autócrata presidente se ha divorciado de su Pueblo y cree que la vida de lujo será eterna, pero se equivoca; y es nuestro deber poner el dedo en la llaga con la esperanza de que algunos despierten del influjo en que muchos han caído. Dios proteja a nuestra Patria de sus malos hijos.

Médico Siquiatra