Manipulación de la opinión pública

Este artículo no pretende convencer a nadie de la veracidad o falsedad de ciertos estereotipos, sino motivar al lector a que revise sus preconcepciones y de dónde las obtuvo.

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Ansu Fati (R), delantero de Guinea-Bissau de Barcelona, ??celebra tras marcar un gol durante el partido de fútbol de la liga española FC Barcelona contra Valencia CF. (Photo by PAU BARRENA / AFP)

Por Elena Tobar

2020-11-16 5:02:18

“Joe Biden es el candidato del castrochavismo”. Así empezaba un anuncio de campaña de Donald Trump. La osadía de esta afirmación no sorprende a nadie. Desde hace décadas, algunos republicanos pintan a los demócratas como socialistas; de este modo, este supuesto se volvió un emblema para muchos derechistas. Es así como nació el estereotipo del comunista disfrazado de demócrata. Debido a él, cierta parte de los estadounidenses ve cuestiones como la educación pública como ecos de los fines perversos de dicho partido.

Los estereotipos son generalizaciones de un conjunto, fijadas a partir de características comunes y constantes entre sus elementos. En sí, los estereotipos no son malos. Como dice Roxana Kreimer, filósofa, los necesitamos para pensar. En su libro Opinión Pública, Walter Lippmann explica que sin estas generalizaciones la realidad es confusa e incomprensible. Por ello, para explicar ciertos aspectos de nuestro entorno necesitamos presupuestos que nos indiquen qué hacer en determinada situación. Noam Shpancer, profesor de psicología, explica que los estereotipos nos permiten tomar decisiones de manera eficiente; cita al psicólogo Paul Bloom: “No se le piden indicaciones a un bebé, no se le pide a un anciano ayuda para mover un sofá, y eso se debe a que creamos estereotipos”.

Ahora bien, algunos estereotipos, como es obvio, son falsos. Volvamos al del demócrata-comunista: para muchos es, a todas luces, anacrónico y risible. Pocos lo creen; varios de estos lo hacen porque algún político les insufló la idea.

Siendo este sector minoría, como podríamos pensar, quizá ni siquiera sea un estereotipo, pues no es una concepción generalizada. De cualquier manera, supondremos en este artículo que sí, ya que influye en la visión de un grupo determinado. El punto es que este supuesto no es, para muchos, autoevidente; muchos políticos han tenido que resaltarlo y persuadir a la población de que existe, indicando quiénes encajan en él. Y sí, muchas de nuestras percepciones vienen dadas por terceros; no interpretamos nuestro alrededor desde cero, como afirma Lippmann. Sin embargo, los estereotipos no deben ser un fin en sí mismos; son herramientas para llegar a nuestras propias conclusiones. El problema con el ejemplo anterior es que, en él, que se profese esa creencia es el propósito, pues pretende validar cierta postura.

Esto supone cierto peligro. Al basarnos en estereotipos para pensar, quien controla los estereotipos controlará también nuestro pensamiento, al menos en ciertos ámbitos. Cuando un político crea o nos infunde ciertos supuestos y la población los acepta, el primero sienta las bases sobre las que la ciudadanía asimilará el entorno. Si aquél pretende popularizar su postura, manipulará así nuestra opinión. Esto es peligroso en sociedades que experimentan cambios políticos importantes, como la salvadoreña. Con estas transiciones surgen fenómenos y actores nuevos; consecuentemente, nos enfrentamos a la maraña de elementos desconocidos que describe Lippmann. Es fácil, entonces, que cierta figura delinee la realidad por nosotros, que nos señale quién es quién y qué es qué a su antojo, infundiendo una forma determinada de percibir la coyuntura.

Con el tiempo, muchos mandatarios refuerzan los estereotipos que encajan con su visión. Si alguien los contradice, lo encasillarán y marcarán su comportamiento como una característica de un grupo opositor. Y es que las posiciones políticas, al ser concepciones compartidas por un grupo, constituyen un manantial de estereotipos de este estilo. En consecuencia, todo se politiza: las acciones del oponente se vuelven declaraciones políticas, y esto ocurre en todos los bandos políticos. Así, en Estados Unidos, usar mascarilla era apoyar a los demócratas; no hacerlo, a los republicanos.

Este artículo no pretende convencer a nadie de la veracidad o falsedad de ciertos estereotipos, sino motivar al lector a que revise sus preconcepciones y de dónde las obtuvo. Igualmente, y según sugiere Kreimer, se insta a no juzgar individuos a partir de un colectivo. Para ello, muchas veces, debemos pensar en qué se basa el pensamiento ajeno; como dice Lippmann, intentemos entender en qué mentes y supuestos se fundamenta. De no ser así, la diferencia entre los estereotipos que aceptamos distanciará irreconciliablemente lo que percibe uno y lo que ve el otro, impidiendo el consenso.

Miembro del Club de Opinión Política Estudiantil (COPE). ESEN