El enfoque inverso

Si algo nos enseña la historia es que la idea de culpa colectiva ha sido una patente de corso para los tiranos, los tratantes de esclavos, los promotores de progromos, etc.

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Foto de referencia / Archivo / EDH.

Por Carlos Mayora Re

2020-06-26 9:50:28

Si hay algo propio del fanatismo es juzgar a las personas, no por su conducta individual, sino por su pertenencia a un grupo. No por sus méritos o por sus fallos, sino por sus genes, sus ideas o su fe. La visión del fanático hace que se considere al otro como inferior, enemigo, idiota, culpable (o las cuatro cosas a la vez).
De fanatismo racial hemos tenido tristes ejemplos en estas últimas semanas, a raíz de las protestas con ocasión del asesinato de George Floyd.
No es la primera vez que una causa particular ha tenido un eco global; pero sí una ocasión para mostrar —remitiéndose a los hechos— un rasgo cultural bastante extendido en los tiempos que corren. Es lo que alguien ha llamado el “enfoque inverso”: una idea según la cual si hay racismo, por el simple hecho de ser blanco, ya eres culpable. El mismo criterio que algunas feministas extremistas aplican a lo que ellas llaman hetero patriarcado: si eres hombre, eres culpable.
El enfoque inverso (aparte de ser fácilmente desenmascarado como falacia: pues toman la parte por el todo) es fácil de extender a todo lo que a uno no le guste. Como por ejemplo: si eres creyente en alguna fe religiosa, ya eres culpable de “crímenes” de religión; si eres consumes energía eléctrica, eres responsable del cambio climático… y así, hasta llegar a verdaderos absurdos.
Su aplicación, además, es tramposa: no se culpa a quienes objetiva y patentemente son racistas, sino al grupo de personas “opuestos” a los afroamericanos… Ni a los que objetivamente abusan de las mujeres, sino a cualquiera que sea, sencillamente, hombre.
Que haya personas blancas que traten con igualdad y justicia a los que no lo son, e incluso que tengan amigos afroamericanos, no importa. Si es blanco no sólo es enemigo por definición, sino que es heredero de un privilegio del que “sistemáticamente” ha abusado él y los que son como él.
Es responsable, además, de una opresión histórica… y si no llega a reconocer esa situación, se le clasifica como perteneciente a una raza (la blanca en este caso), o un sexo (ser hombre), o una postura política (ser conservador)… que son tan “inferiores” que no son ni capaces de reconocer y aceptar sus “pecados” históricos.
Así, en el ambiente tan emocional de nuestros días, el “único” blanco, conservador, hombre, creyente, etc., “aceptable” es el que hace un “mea culpa” y reconoce los atropellos que los de su clase han infligido a los distintos (tampoco importa, claro está, que el acusado sea una magnífica persona ni que nunca haya roto un plato en su entera vida).
Todo lo que se salga de este esquema es etiquetado inmediatamente como discurso de odio. Los pecados del pasado —de acuerdo con su retorcido análisis— tienen una sombra tan alargada, que cubre con sus tinieblas a sus contemporáneos todos.
Por eso vemos la obsesión de los fanáticos de mirar por encima de su hombro, pues si son incapaces de encontrar culpas y maltratos en los que conviven con ellos, habrá que ir a buscarlos al pasado, sin importar que nos remontemos a la época colonial, a los últimos gobiernos que fueron detentados por los que no son como ellos, o al último fin de semana.
Ahora bien, si algo nos enseña la historia es que la idea de culpa colectiva ha sido una patente de corso para los tiranos, los tratantes de esclavos, los promotores de progromos, etc. Porque para los de su calaña lo decisivo no es la condición personal, ni las acciones, ni las creencias, sino la pertenencia a un grupo, de tal manera que cuando persiguen, encarcelan, asesinan o denigran al otro, no sólo son incapaces de percibir la injusticia, sino que se creen plenamente autorizados para hacerlo.

Ingeniero. @carlosmayorare