En la última semana El Faro publicó una serie de entrevistas a pandilleros, las cuales revelaron nueva información sobre las relaciones de diferentes funcionarios gubernamentales con líderes pandilleros; los entrevistados involucran a políticos de ARENA, FMLN y Nuevas Ideas. En cierto modo, esas entrevistas confirman y profundizan investigaciones anteriores realizados por El Faro y por otros medios. Por razones obvias, lo que más ha llamado la atención es el involucramiento de funcionarios del actual gobierno, pero también el caso de personas vinculadas a las pandillas que luego fueron contratadas por gobiernos municipales e instituciones del ejecutivo; algunos incluso han llegado hasta la Asamblea Legislativa. Algo que no se ha destacado suficiente es la evidencia fotográfica que acompaña a las entrevistas.
A nivel de reacciones, las entrevistas no han provocado nada nuevo. Para unos, simplemente se confirma lo que asumieron ya hace rato: que este gobierno negoció con las pandillas y que estas incidieron en sus primeros triunfos electorales. Que en cierto momento hubo problemas y esto desembocó en el aumento de la violencia, que fue aprovechado para imponer el régimen de excepción y todo el desmontaje del debido proceso que vino después. Ya sabían también que funcionarios gubernamentales favorecieron la fuga o liberación de líderes pandilleros, pero no con el grado de detalle que ahora se tiene.
El gobierno y quienes lo apoyan también reaccionan de manera previsible. Aunque no ha habido un pronunciamiento directo por parte del gobierno, las publicaciones realizadas repiten un libreto desgastado y aburrido. No refuta a El Faro, pero pretende descalificarlo, atacando de paso a organizaciones no gubernamentales, y lleva el ataque hasta Georges Soros, supuesto financista de estas. Muy falto de imaginación. Aunque poco racionales y a menudo vulgares, las reacciones de quienes apoyan al gobierno resultan quizá más interesantes; al menos no aburren. En este punto destacan aquellos que no refutan la calidad de la investigación o las afirmaciones de los pandilleros entrevistados; en lugar de ello, demandan que las autoridades capturen a los periodistas por “encubrimiento y complicidad” de los pandilleros. Lo cual se resume “si te reúnes con pandilleros, eres pandillero”.
Curiosamente, El Faro ha mostrado consistentemente que políticos de todos los colores se han reunido y negociado con pandilleros; incluso hay algunos en la cárcel, pero muchos otros no. Entonces, uno puede perfectamente aplicar el mismo razonamiento a los funcionarios y políticos de este gobierno, no para condenarlos sin más, pero al menos para abrir una investigación seria que determine de una ve qué pasó. Cosa que no se ha hecho y es plausible pensar que no se hará. En fin, habrá algunos que esperan que el material divulgado por El Faro tenga alguna consecuencia política o judicial; es decir, que haya alguna reacción desde el poder. Las posibilidades son mínimas; la línea de acción del gobierno respecto a este tipo de problemas está bien definida. Ningún funcionario da declaraciones y no se investiga lo que no conviene.
Hay también una demanda recurrente de que los periodistas deben informar a las autoridades dónde se esconden los prófugos, sino lo hacen se vuelven encubridores. Sorprende que quienes hacen esa demanda no se den cuenta de la paradoja que se esconde en ella. En realidad, piden que los periodistas entreguen esos los pandilleros a las autoridades que ya los habían capturado y los dejaron libres. Es realmente increíble.
Detrás de este problema hay una cuestión de método periodístico. Hay temas en los que, por su naturaleza, las fuentes solo hablan a condición de anonimato o con garantía que no se revelará su paradero. Hay muchos casos dentro y fuera del país en los que este mecanismo ha permitido revelar tramas que de otro modo hubieran permanecido ocultas. Ese proceder será discutible, pero es usado en todo el mundo y es efectivo. En un foro en línea, Carlos Dada dijo que la única manera de hablar con estas gentes es garantizar que no se revelará su paradero. Otro periodista de El Faro añadió un dato interesante: la mayoría de veces que hacen ese tipo de acuerdos, no es con delincuentes, sino con víctimas del régimen de excepción o de abusos por parte de funcionarios.
Por último, están los que reconocen que ha habido manejos turbios por parte del gobierno en sus tratos con las pandillas, pero están dispuestos a tolerarlos porque al final de cuentas, el gobierno tuvo éxito en controlarlas. En otras palabras, toleramos cualquier desliz a cambio de seguridad, actitud hasta cierto punto entendible, si se considera cuánto daño hicieron las pandillas a la población. Desgraciadamente, esa tolerancia ha sido un cheque en blanco, para que los abusos, la opacidad y la corrupción se expandan, hasta llegar al punto actual.
Después de las publicaciones de El Faro hubo una especie de “linchamiento cibernético”, que no vale la pena analizar dado que no fluye desde la racionalidad y la lógica, sino desde un fanatismo de niveles obscenos. Si llama la atención que en ese linchamiento participen hasta periodistas, que no se distinguen por su profesionalismo o capacidades de investigación, sino por otras habilidades. A veces, para ganarse la vida hay que perder la dignidad.
Más preocupantes fueron las declaraciones de Carlos Dada en un foro virtual realizado el sábado por la tarde en las que dijo saber que la Fiscalía estaría preparando órdenes de captura contra los periodistas de El Faro o allanamientos en contra del periódico. Carlos Dada no es un tipo alarmista en busca de titulares, si lo dijo por algo será. Ahora bien, una acción de ese tipo sería extremadamente contraproducente para un gobierno que se ufana de respetar la libertad de prensa. Sabemos que hacer periodismo de investigación en El Salvador, no ha sido fácil ni antes, ni hoy. Pero libertad de prensa ha habido, con ciertas restricciones, pero existe. Ese “periodismo incómodo” que hace El Faro y que hacen otros medios, seguramente hace pasar malos ratos al gobierno; pero su existencia da argumentos al gobierno, al menos para no ser comparado con otros regímenes dictatoriales, por ejemplo, Nicaragua. Ojalá se reflexione y no se cometa un exabrupto. El gobierno ya tiene bastantes problemas, como para añadir uno más.
Historiador, Universidad de El Salvador