Paz

La verdadera paz social se instalará cuando nos nazca de adentro, sin imposiciones.

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El sector visitante del Estadio Juan Francisco Barraza con butacas. / Foto Por Foto cortesía CAPRES

Por Jorge Alejandro Castrillo

2020-01-17 5:54:05

Tranquilidad. Sosiego. Seguridad. Armonía. Luz. Diálogo. Respeto. Identidad. Condiciones propicias para sentirnos bien, para generar y mantener emociones y pensamientos positivos que, a su vez, nos inclinan a acercarnos confiados a los demás, a nuestros iguales, a nuestros distintos. Gozar la dicha suprema de la paz ha sido siempre el noble sueño salvadoreño, ahora que la obtuvimos, gozarla y conservarla será nuestra gloria mayor como canta el himno. Entonces es que admiramos nuestras fértiles campiñas, cuando chisporrotean los yunques, cuando surgen las bellezas del arte. Es buena la paz. Es sabrosa y delicada. Es condición necesaria para empeños productivos y para la excelsitud humana. La paz es Eros en su plenitud. Es tiempo de crear, de sembrar.
La guerra, por definición, no es otra cosa que la presencia constante de la muerte. La guerra es incertidumbre. Inseguridad. Estrépito inesperado. Chorros de adrenalina. Anónimos. Falsas identidades. Ráfagas y bombas. Guindas y emboscadas. Oscuridad. Angustia. Miedo. Terror. Odio. Suspicacias. Traumática improductividad. Reina lo impredecible: salir por la mañana sin saber si se volverá vivo, sano o completo por la noche. Es el retorno a las necesidades básicas, tan animales como humanas, a la lucha primitiva por la supervivencia donde todo está permitido. En la guerra Thanatos se pasea cual león rampante.
La guerra es caldo de cultivo para los peores instintos que tan fácilmente crecen y permanecen. Se instala la psicopatología, la enfermedad camina y vive entre nosotros, se mimetiza y desdibuja. La paranoia ya no es más una patología sino una habilidad a desarrollar pues es necesaria para mantener la vida. No hay pérdida de valores durante la guerra sino un cambio de prioridades pues el fin justifica los medios. No para uno, sino para los bandos involucrados. Los dos mienten, confabulan, espían, roban, torturan, violan y secuestran por las mismas razones: fuerza, dinero, poder o información, que se tornan más importantes que la vida e integridad de la persona.
En la guerra, que no en el amor, todo se vale. La guerra hace desaparecer la justicia, la sensatez, el respeto. Se mancillan con igual desprecio los derechos, la salud, la vida de quienes se dicen enemigos. ¿Quién reclama? ¿Quién puede hacerlo si se asesina a mansalva a cualquiera que opine, incluso a quien so peligro de muerte y sin haber jurado el rojo cardenalicio alzó su voz valiente para defender la vida de todos sus hermanos? Los derechos humanos de primera, segunda y tercera generación son engavetados, pasados por el forro, vilipendiados y abusados durante las guerras.
Por eso es tan espinoso y difícil el tema de la justicia retributiva: se quiere juzgar en tiempos de paz lo sucedido durante la guerra, cuando todo estaba, por trastocado, permitido. Y no es cierto que, para conceder perdón, éste deba ser solicitado. Saber quién me ofendió no me hace más fácil, sino más difícil, seguir adelante sin rencor. Por lo menos, es lo que he visto en la clínica. Lo que verdaderamente alivia es soltar la carga, no hacerla más clara ni más pesada.
Tenemos 28 años de venir aprendiendo el duro oficio de la libertad democrática. Evaluados en eso, como en la PAES, nuestro promedio todavía es bajo. La firma de los Acuerdos de Paz que esta semana se recordaron tan calladamente produce escasa emoción en la actual administración, lo cual no es de extrañar si consideramos que casi el 73% de nuestra actual población es menor de 35 años y una amplia mayoría (66.3%) no había nacido para cuando dichos Acuerdos se firmaron.
Se podría pensar que es una buena oportunidad para superar, no olvidar, esa triste época. La verdadera paz social se instalará cuando nos nazca de adentro, sin imposiciones. Cuando los hijos de nuestros hijos que, Dios mediante, habrán de crecer educados en legalidad, armonía y verdadero respeto por las diferencias, no tengan que recurrir al engaño, al escarnio, al insulto, a la violencia en ninguna de sus formas. Dios así lo quiera. La paz contigo, amigo lector. Siempre.

Psicólogo.