“Mini-Chernobyl” y pandemia

Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos creyéndonos supermanes, que “somos asintomáticos”, que el virus no nos va a golpear y hacer “changoneta” diciendo que son “teorías de conspiración para tener dominado al mundo”.

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Foto EDH/ Yessica Hompanera

Por Mario González

2020-11-18 7:19:50

Una fría madrugada de 1972 los vecinos de la colonia Montserrat, cerca de lo que hoy es el Paso del Hermano Bienvenido a Casa, se despertaron sobresaltados por golpes de alerta en sus puertas.
No eran efectivos de verde olivo de la Guardia Nacional con sus temidos cateos antisubversivos, pues todavía no era el tiempo, sino brigadas de socorristas y bomberos que pasaron presurosos y nerviosos llamando a evacuar las viviendas y multifamiliares.
El motivo: había un escape de cloro de la bomba de agua que estaba en la lúgubre y oscura loma vecina (decían que de allí salían la Siguanaba, el Padre sin Cabeza y la Carretera Chillona) y todos tuvimos que salir despavoridos a la calle, con pañuelos mojados cubriendo bocas y narices.
La incertidumbre, las quejas, el desvelo afloraban en los rostros de los moradores de los multifamiliares y las “casitas”. El daño fue reparado y al siguiente día todo fue historia, como una pesadilla que pasa y sólo nos deja temblorosos. Todos a los trabajos, todos a las escuelas, colegios e institutos, todos al diario vivir.
Posteriormente la loma fue declarada Bosque de la Amistad entre El Salvador e Israel y años después, en 1980, fue partida en dos para que en medio pasara la actual carretera al aeropuerto El Salvador, sí, allí, entre el Hermano Lejano y el Paso del Jaguar.
Eran los años de los pantalones acampanados tipo “disco”, el pelo afro, las barbas tipo hippie y las camisas de manta, la música de Gilbert O’Sullivan, los Carpenters, Chicago, Bread, América y Three Dog Night en La Femenina. Los tiempos de las novelas del Circuito YSR (ahora la ¡Qué buena!), los premios de los sellos Trébol en la KL y el debut de Chespirito y los héroes de la lucha libre como el Santo, Blue Demon y los Titanes en el Ring con Karadagian, la Momia y el Caballero Rojo a la cabeza.
Nuestro mundo giraba en torno de la magia del color en la televisión (ese era el lema de Canal 6) con las caricaturas de Hanna-Barbera, los de la Warner y los super-héroes de Marvel.
Un día de estos recordé esos incidentes al ver la serie Chernobyl, de HBO, que recrea la explosión del reactor nuclear en Ucrania en 1987, la mortandad y el éxodo en masa para no volver. Para nada es comparable el suceso que describo con el otro, con la evacuación de cientos de miles de una urbe por el incendio de una planta nuclear y la fuga de radiactividad que alcanzó a media Europa.
Es inevitable no recordar aquellos sucesos cuando ahora tenemos que andar con mascarillas para protegernos contra el COVID-19. En aquel tiempo sabíamos que podría haber ataques bacteriológicos en medio de una Tercera Conflagración Mundial producto de la Guerra Fría entre Occidente y los países comunistas liderados por la extinta Unión Soviética.
Pero nunca nos imaginamos que un día tendríamos que andar con mascarillas permanentes, confinarnos en familia y abstenernos de muestras de efusividad, menos que habría más de un millón de muertes y decenas de millones de contagiados, sobre todo en los países más desarrollados, como si fuera la guerra más absurda.
Habíamos experimentado la ley marcial y toques de queda durante la Guerra de las 100 Horas, los golpes de Estado y la guerra de 12 de años, pero sabíamos dónde estaba el peligro, de dónde venían los tiros y a dónde no podía aventurarnos a ir. Ahora luchamos contra un enemigo invisible. Pero nuestro peor enemigo somos nosotros mismos creyéndonos supermanes, que “somos asintomáticos”, que el virus no nos va a golpear y que hacer “changoneta” diciendo que son “teorías de conspiración para tener dominado al mundo”.
Fuentes médicas dicen que los casos de covid van en aumento. El problema es que esos que “se la juegan” y no toman medidas se engañan a sí mismos y ponen peligro a los demás, pues no saben cómo responderán sus organismos ante el impacto directo del virus y la temeridad que no deja reflexionar hasta que todo es irreversible.

Periodista.