Ante todo, no hacer daño

El haberse fomentado un ambiente de miedo y temor desmedido entorno a la pandemia  ha provocado en muchos casos un impacto perjudicial en el paciente al conocer su resultado o estatus de contagio, provocando en la persona sentimientos de culpa y desesperanza muy grande, que deprimen aún más el sistema inmune.

descripción de la imagen
Juan Andrés Sarulyte no seguirá con Santa Tecla. Foto EDH/Archivo / Foto Por Archivo.

Por José Guillermo Galván Orlich

2020-08-13 5:41:24

La pandemia del COVID-19 ha puesto una presión sin precedentes en la salud pública mundial y uno de los mayores desafíos a los que los profesionales de la medicina se hayan podido enfrentar a lo largo de su carrera. El alto número de personas infectadas alrededor del planeta ha llevado al involucramiento de todo el gremio médico, sin diferenciar el tipo o área de especialización médica que cada galeno practique.

Más temprano que tarde la mayoría de médicos a nivel mundial han tenido que evaluar y en muchos casos tratar y dar seguimiento a pacientes contagiados con el SRAS-CoV-2, haciéndonos recordar que antes de cualquier especialización médica, fuimos formados como médicos, para velar ante todo por la salud y el bienestar de nuestros pacientes.

Ante esa realidad y a pesar de no contar con un protocolo ciento por ciento específico para el manejo de esta enfermedad, existen suficientes parámetros y bases de evidencia científica que debemos tener presente en el abordaje de pacientes con COVID-19, principalmente para evitar y corregir errores que se pudieran estar presentando en nuestra práctica médica.

Primero, la inapropiada evaluación clínica del paciente. Muchos colegas y centros médicos hemos implementado la modalidad de teleconsultas, lo cual es totalmente válido ante esta nueva normalidad, pero puede representar en algunos casos una seria limitante a la hora de la evaluación clínica, por ejemplo, el no poder observar con total claridad la coloración u aspecto de la piel, o la imposibilidad de poder auscultar al paciente para conocer el grado de compromiso pulmonar, entre otros signos, puede hacer la diferencia en el diagnóstico y evolución del cuadro.

Segundo, el escaso seguimiento y monitoreo del paciente. Conforme más evidencia clínica obtenemos del COVID-19 hemos observado la posibilidad que la enfermedad evolucione en diferentes fases, por lo cual es prioritario monitorear al enfermo y estar atentos a una referencia rápida y oportuna con el especialista apropiado para su manejo pertinente.

Tercero, el asumir que todo es COVID-19 sin descartar otros posibles diagnósticos con síntomas y signos similares. Por ejemplo; dengue, enterovirus, o rotavirus. Es comprensible que ante la situación de pandemia presumamos la presencia de COVID-19, pero no sobre diagnosticarlo. Habitamos en un país expuesto a decenas de enfermedades que también debemos descartar.

Cuarto, el prescribir tratamientos como una receta de cocina universal. Por ejemplo, el dar esteroides en fases tempranas de la enfermedad sin haber signos de inflamación. Esto puede ser contraproducente ya que los esteroides deprimen el sistema inmune que está tratando de combatir el virus. Detienen una respuesta adaptativa adecuada y obstaculizan la generación de defensas en el organismo. Cada paciente es único y debe ofrecérsele tratamientos individualizados acorde a su condición o enfermedad.

Quinto, el limitado conocimiento en la interpretación y momento de realizar exámenes de laboratorio. Durante el transcurso de la pandemia se han implementado una serie de pruebas de laboratorio que nos pueden orientar a un riesgo aumentado de complicación o mal pronóstico para el paciente. Su adecuada indicación en tiempo y lectura son muy importantes para un adecuado seguimiento de la enfermedad.

Sexto, la inapropiada forma de informar un diagnóstico positivo al paciente. Lamentablemente, el haberse fomentado un ambiente de miedo y temor desmedido entorno a la pandemia  ha provocado en muchos casos un impacto perjudicial en el paciente al conocer su resultado o estatus de contagio, provocando en la persona sentimientos de culpa y desesperanza muy grande, que deprimen aún más el sistema inmune.

Séptimo, un incorrecto manejo de la salud mental. El estrés tanto físico como mental al que muchos colegas médicos han estado sometidos durante meses ha provocado un agotamiento excesivo en su salud, con consecuencias también directas en el funcionamiento de sus defensas.

Adicionalmente, a estos siete posibles errores y no menos importantes se suman situaciones que obstaculizan aún más el abordaje de esta enfermedad, como son la limitada disposición de equipo de bioprotección adecuado y la carencia de pruebas de detección del virus a nivel público y privado. Ambas limitantes han conllevado a un mayor número de casos, que fácilmente se podrían prevenir tanto a nivel hospitalario, como comunitario.

Si bien es cierto el desarrollo de la práctica médica en cada país es contextualmente diferente e incluso desigual, el abordaje médico de los pacientes siempre deberá estar basado evidencia científica y en algo que aprendimos en los primeros años de la carrera de medicina, en cuanto a nuestro deber ético hacia los pacientes de “ante todo, no hacer daño” o “primum non nocere”.

 

Presidente de la Asociación de Médicos Estéticos de El Salvador