El trigo y el aceite

Muchas veces decimos “es que una persona no puede cambiar el país”. Es correcto, pero una persona puede cambiar una vida. ¿Por qué no hacer el propósito para el 2022 de dar -aunque esto signifique una salida a comer menos, o estirar el presupuesto de un mes- durante los doce meses de un año?

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Este es el noveno año consecutivo que el restaurante San Martín ilumina la plaza al Divino Salvador del Mundo, Foto: EDH / Archivo

Por Carnen Marón

2021-11-13 8:23:07

El Año Litúrgico de la Iglesia Católica nos presenta toda la Biblia en tres Ciclos: A, B, y C. Normalmente, los domingos se lee una lectura del Antiguo Testamento, una de las epístolas, un salmo y el Evangelio.

Este domingo, las lecturas nos presentaban a dos mujeres. Una, la viuda de Sarepta, que usó lo último que le quedaba de trigo y de aceite para darle de comer al profeta Elías, y otra, la de la viuda que entra al Templo y da sus dos humildes monedas como ofrenda. Mujeres que lo dieron todo, con la fe puesta en Dios de que Él cuidaría de ellas, algo difícil de entender en este mundo actual donde los precios han subido en muchos países a raíz del consumismo durante la pandemia (la crisis de contenedores) y donde a veces no entendemos ni el valor de las organizaciones de ayuda social ni la importancia de aquellos individuos que de forma oculta se dan a la sociedad.

Hace unos años, en los tiempos pre pandemia, compartí banca en misa con una mamá y sus dos hijas. La más pequeña estaba justo al lado mío y tenía en sus manos un bote de plastilina. Después de cada lectura y cada canto le preguntaba a su mamá “¿ya es hora?”. Y la mamá, obviamente apenada conmigo, me volvía a ver cuando le decía que no. Yo asumí (erróneamente) que quería que la misa terminara para jugar con la plastilina. Imagínense mi sorpresa cuando, a la hora de la ofrenda, la niña abrió el bote y lo vació por completo en el saco. Enternecida, le comenté a la mamá cuánto me había impactado el hecho. “Así es ella”, me dijo, “de lo que le doy para el almuerzo guarda el vuelto para traerlo aquí”.
Esta semana me enteré de que una conocida, enferma de covid leve y aislada de su familia (todos con PCR negativos), tuvo la mala suerte de que el final de su cuarentena coincidió con la graduación de kínder de su hija, la cual vió por Facebook Live. Imagínense su sorpresa cuando a la hora suena su teléfono (se comunicaban por video de WA) y su hija le cuenta que su vecina, la niña Lidia (nombre ficticio), le había traido un pastel. Bueno, era más que un pastel: era un pastel de unicornio, globos, platos rosa, un regalo y letrero de feliz graduación para celebrar con el hermano y la abuela que los estaba cuidando. Muchos de nosotros hubiéramos “huido” ante la palabra “covid”, pero, gracias a esa vecina de corazón noble, un evento que pudo haber sido traumático para la niña se convirtió en una inesperada sorpresa.

El dar trae consigo una felicidad y una satisfacción que es dificil de explicar. Hace algunos años, una amiga mía que trabajaba en Plan me habló de su trabajo con las niñas. Entré a su sitió web, llamé y me volví donante. Mi hermana trabajó mucho tiempo con los niños enfermos de cáncer de la Fundación Ayúdame a Vivir. Todos en la familia somos donantes. Pero digamos que esa es un dar pasivo (la cargan a mi tarjeta y hasta allí). Es mayor la satisfacción que se siente cuando damos algo más: tiempo, un gusto, compasión, una dosis de paciencia. A veces algo tan sencillo como darle jalón a la parada a quien no tiene carro, o regalar algo nuevo o en buen estado (tenemos la mala maña de dar lo viejo, lo que no sirve) puede cambiar una vida. A veces dar significa compartir el dolor del que sufre, o levantar la voz en contra de la injusticia (y no nos vayamos sólo al ámbito político, todos sabemos que desde el colegio se nos enseña a voltear la cara y no decir nada, so pena de “caer mal”).

En estos tiempos en que se acerca la Navidad, los hospitales,orfanatos y alcaldías se inundan de buena voluntad. Y qué bueno. Pero, como me decía una vez un responsable de un hogar de niños, “nos olvidan el resto del año”. Muchas veces decimos “es que una persona no puede cambiar el país”. Es correcto, pero una persona puede cambiar una vida. ¿Por qué no hacer el propósito para el 2022 de dar -aunque esto signifique una salida a comer menos, o estirar el presupuesto de un mes- durante los doce meses de un año? Sea que donemos a una organización de ayuda o nos propongamos llevar al colegio al hijo de la vecina para que pueda ahorrar lo del microbús, algo va a cambiar. Y eso tiene un efecto multiplicador en la sociedad y en nosotros mismos. La bondad y la misericordia y la generosidad-el dar- son las armas más poderosas para sanar a un país.

Y al final, los más beneficiados seremos nosotros. En el proceso de dar descubriremos muchas cosas y nos daremos cuenta de que muchas veces tenemos más de lo que pensamos. Y lo más importante, descubriremos que aunque no cambiemos de carro, y vivamos en la misma casa, de alguna manera “el cántaro de harina no se vaciará, el aceite no se agotará”. Siempre tendremos suficiente para seguir dando.

Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.